martes, 23 de febrero de 2021

Manga y mundo clásico: robots de la antigua Micenas

Ya iba tocando hablar de Gô Nagai en el blog, ¿verdad? 😊 Se trata de un mangaka muy relevante en la historia del cómic japonés, creador de importantes iconos de la cultura popular japonesa. Cutie Honey. Devilman. Y, por supuesto, un robot que todos conocemos muy bien: Mazinger Z, cuyo anime fue todo un fenómeno en España. Pero son muchos más los personajes a los que dio vida y que permanecen en la memoria de cientos de lectores alrededor de todo el mundo. En nuestro idioma, podemos leer varias de sus obras: Devilman, publicada por Panini; Dororon Enma-kun y Cutie Honey, que nos ha traído Ooso Cómics… Esta editorial, además, se está encargando de recuperar muchas de las obras del universo de Mazinger, dibujadas por otros autores que colaboran con Nagai o retoman sus ideas. También Ivrea se ha atrevido con la publicación de Shin Mazinger Zero.

Y precisamente sobre este robot os voy a hablar en el artículo de hoy. No voy a centrarme en el anime —al que le dedicaré algún artículo en el futuro—, sino en el manga. Y, más concretamente, en la primera parte de la saga, Mazinger Z, y en la leyenda sobre los robots que el doctor Infierno encuentra y utiliza para sus propósitos. Este título nos llegó a España en dos ediciones: la de Selecta y la de Norma.

Son muchas las cosas que se pueden decir sobre Koji Kabuto y su robot gigante, así que me reservo para otra ocasión sus secuelas, como Great Mazinger, y algunas de sus otras versiones, como Z Mazinger. También dejo para otro momento hablar más en profundidad de los personajes; por ejemplo, de ciertos enemigos. Así que no os preocupéis, que tendrán su espacio en el blog en el futuro. 😊 Dicho esto, ¡empezamos!

Los albores de la civilización griega: Micenas

Para hablar de Micenas, tenemos que trasladarnos a finales de la Edad de Bronce, concretamente, a los años 1600-1500 a.C. Fue entonces cuando empezó a desarrollarse en Grecia esta cultura, diferente al pasado esplendoroso y lejano que aparece reflejado, por ejemplo, en los poemas homéricos. Alcanzó su apogeo entre los años 1500 y 1400 a.C. para terminar desvaneciéndose de una forma bastante misteriosa siglos después. Algunos palacios vieron su fin antes, otros parecieron experimentar una pequeña recuperación, pero todos desaparecieron por completo alrededor del 1100-1050 a.C. Hay muchas teorías sobre su final, nada definitivo: algunos sostienen que fueron atacados por unos enemigos cuya identidad se desconoce, otros sugieren que ciertas revueltas internas tuvieron un papel decisivo.

La "máscara de Agamenón".

Micenas era una sociedad guerrera, cercana en muchas cosas a las culturas orientales de Oriente Próximo, de la que sabemos lo que nos muestran sus ruinas y lo que nos cuentan las tablillas que hemos conservado en lineal B, el silabario que utilizaban para escribir sus documentos y que representaba el griego hablado entonces. ¿Y qué nos cuentan los textos? Que la civilización micénica se caracterizaba por una administración de palacio. Son varios los cargos administrativos que aparecen en las tablillas que hemos encontrado. Un wanax que parece ser el primero en la jerarquía y que se encargaba de controlar gran parte de la tierra adscrita a los palacios. Jefes militares llamados lawagetas. Posibles gobernadores de provincias que recibían el nombre de damokoro. De todas formas, lo que nos muestran los textos en lineal B es, muchas veces, un misterio para nosotros: se trata de registros de personas, objetos, producción agrícola y ganadera, repartos de trigo. Hay tantas cosas que se dan por supuestas que es complicado interpretarlas; al fin y al cabo, se trata de anotaciones breves sobre cuestiones económicas y administrativas.

Si hay algo por lo que se caracteriza la civilización micénica es por su artesanía —especialmente el trabajo del oro— y por sus palacios. En cuanto a la primera, seguro que os suena la conocida como máscara de Agamenón. Las élites de Micenas se enterraban de forma monumental, y en las tumbas se han encontrado numerosos objetos de lujo. Los segundos, por su parte, ponen de manifiesto el carácter guerrero de esta cultura: se construían en alto, se fortificaban con murallas de grandes piedras, esos muros ciclópeos tan característicos con puertas monumentales como la famosa Puerta de los Leones. Aunque el primer palacio que se encontró es el de Micenas, hubo otros en muchos lugares del Peloponeso y la Grecia central: Pilos, Tirinto, Tebas, Atenas…

A decir verdad, ¡podríamos contar bastantes cosas más sobre la civilización micénica! 😊 Pero ¿qué papel tiene en Mazinger Z? ¿Cómo la utiliza Gô Nagai?

Robots en Micenas: el secreto de la isla de Bardos

© Gô Nagai, 1972, 2002.

Si sois fans del anime o habéis leído el manga, sabréis que la civilización micénica constituye un pilar fundamental en la historia de Nagai: o bien se utilizan sus avances o bien se trata de un enemigo poderoso al que los protagonistas deben enfrentarse —como en el caso del duque Gorgon, del que os hablaré en más profundidad cuando me centre en el anime y en Great Mazinger—. Como ya he dicho antes, en el artículo de hoy únicamente voy a centrarme en el manga de Mazinger Z, y en él se nos dice lo siguiente sobre Micenas —ミケーネ, ‘mikene’, en japonés—.

El doctor Infierno, cuyo deseo es dominar el mundo, se enteró de la existencia de una isla en el mar Egeo llamada Bardos —aunque su nombre se tradujo, en ocasiones, como ‘Rodas’—. Se trataba del hogar de los antepasados de los griegos, quienes contaban con una tecnología bastante avanzada que les permitió defenderse de sus enemigos: unos monstruos mecánicos gigantes que expulsaban fuego del pecho. El doctor Infierno, al descubrir estos robots, los consideró la herramienta perfecta para llevar a cabo su plan y decidió emplearlos en su beneficio.

Realmente, a lo largo del manga de Mazinger Z apenas hay alusiones a la cultura micénica real más allá del nombre, y la que Nagai nos muestra está bastante alejada de ella. Es cierto que el templo en el que el doctor Infierno cuenta la historia tiene una estética griega —diferente, eso sí, de la de los palacios micénicos y sus muros ciclópeos— y que algunos de los robots recuerdan a guerreros helenos —es el caso, por ejemplo, de Goqun U5—. También se deduce que la civilización micénica era un pueblo guerrero; si no, no habría desarrollado unas armas tan peligrosas como los gigantes automáticos. Pero eso es lo principal. Por poner un ejemplo, la mayoría de los robots tienen forma de monstruo o se acercan más a la cultura japonesa que a nuestros clásicos. Lo que hace Gô Nagai es tomar nuestra Antigüedad y ciertas referencias para crear su propia civilización y darle forma a una tecnología milenaria fundamental para que la trama se desarrolle. Y es que ¿qué sería de Koji Kabuto y Mazinger Z sin los muchos monstruos mecánicos que pretenden acabar con ellos?

© Gô Nagai, 1972, 2002.

¿Destruir o salvar el mundo?

© Gô Nagai, 1972, 2002.

Son muchos los estudiosos que se han preguntado por qué se ha utilizado la civilización micénica en el manga de Mazinger Z, cuál es exactamente su papel. Y son varias también las interpretaciones que se le han dado desde Occidente a este hecho. Hay quien quiere ver en el enfrentamiento entre Koji Kabuto y los robots gigantes de Micenas la oposición entre un Occidente cuyos valores se han corrompido y deshumanizado y un Japón que desea, por encima de todo, conservar su paz. Dicha deshumanización vendría a partir del desarrollo de una tecnología que conduce a la agresividad, al dominio; la civilización habría experimentado un declive desde su pasado ancestral hasta el momento actual, en el que la tecnología se emplea con fines poco nobles. Quienes defienden esta posición relacionan esta idea con el contexto del Japón de los años setenta, un Japón que, tras la Segunda Guerra Mundial y las bombas atómicas, aún tenía cicatrices que cerrar y había adoptado una política pacifista.

Otros han leído Mazinger Z, simplemente, como una reflexión sobre el progreso y el uso que hacemos de la tecnología que tenemos en nuestras manos. ¿Para qué debe utilizarse: para destruir el mundo o para salvarlo? Ese es el dilema que se le plantea a Koji en los primeros capítulos del manga, cuando su abuelo le cuenta que ha construido un robot, Mazinger, poco antes de morir. Le confiesa que el gigante mecánico lo hará increíblemente poderoso, pero está en su mano escoger. Puede convertirse en un salvador, puede transformarse en un demonio. Lo que diferencia a Koji Kabuto del doctor Infierno es, precisamente, esta decisión. El segundo hace uso de una tecnología tomada de un pasado lejano —y, aun así, muy avanzada— para perseguir sus ambiciones y su deseo de dominación. El primero, sin embargo, opta por ayudar a los demás y defender Japón de las amenazas que se le van presentando.

© Gô Nagai, 1972, 2002.

Interpretemos el manga como lo interpretemos, lo que está claro es que Gô Nagai nos ofrece una historia de acción que esconde mucho más que eso. Y que Mazinger Z aún está muy vivo y da que hablar. De los peligros a los que se enfrentan Koji, Mazinger y sus compañeros pueden surgir lecturas muy interesantes. Los robots de Micenas representan un pasado ajeno y lejano tanto en el espacio como en el tiempo que, de pronto, se vuelve una amenaza, ya sea por las decisiones que toman ciertos personajes, ya sea porque los propios enemigos proceden de este pueblo —como ya he dicho, me centraré en este tema en otros artículos—. ¡Hay bastante sobre lo que pensar!

 

Con esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Por mi parte, os espero este fin de semana con la última reseña del mes sobre un título muy especial. ¡Hasta entonces! 😃

 

Bibliografía

Como siempre, os dejo una lista de las referencias que he consultado. También he incluido algunas que pueden seros de interés si queréis profundizar en el análisis que se ha hecho de Mazinger Z en los estudios académicos occidentales. 😊

Di Fratta, GianLuca (2013). “Nagai Gō e l’ortodossia robotica. Dall’incorporazione alla possessione meccanica”, en Coci, Gianluca (ed.) (2013). Japan Pop. Parole, immagini, suoni dal Giappone contemporáneo, Roma: Aracne Editrice, pp. 221-238.

Pelliteri, Marco (2008). Il Drago e la Saetta. Modelli, strategie e identità dell’immaginario giapponese, Latina: Tunué.

Scilabra, Carla (2015). “Vivono fra noi. L’uso del classico come espressione di alterità nella produzione fumettistica giapponese”, Status Quaestionis, 1(8), pp. 92-109.

Scilabra, Carla (2018). “When Apollo tasted sushi for the first time. Early examples of the reception of Classics in Japanese comics”, en BIÈVRE-PERRIN, Fabien & PAMPANAY, Élise (eds.), Antiquipop: La référence à l’Antiquité dans la culture populaire contemporaine, Lyon: MOM Éditions, pp. 253-266. Disponible en: <https://books.openedition.org/momeditions/3371>.

Scilabra, Carla (2019). “Back to the future: reviving classical figures in Japanese comics”, en Renger, Almut-Barbara & Fan, Xin (eds.) (2019). Receptions of Greek and Roman antiquity in East Asia, Leiden: BRILL, pp. 287-309.


domingo, 14 de febrero de 2021

Reseña: Los gatos del Louvre

Ya os comenté hace unos meses lo mucho que me gusta Taiyô Matsumoto, no solo por su estilo de dibujo —muy personal y reconocible—, sino también por las historias que cuenta. Todas ellas están llenas de magia, tienen algo especial. Matsumoto siempre demuestra que su imaginación no tiene límites. Ya os hablé de GoGo Monster, una de mis obras favoritas del autor, pero hay otros muchos títulos en los que queda patente su capacidad para contar historias, se le ocurra lo que se le ocurra.

Con Los gatos del Louvre no podía ser de otra manera. Este manga, surgido de una propuesta del propio museo francés y publicado en español por ECC, es una nueva ventana al universo particular de Matsumoto, en el que fantasía y realidad son dos caras de una misma moneda. Un título muy especial que me ha sorprendido, aunque sabía desde el principio que iba a encantarme. 😊 Si os gusta Taiyô Matsumoto, estoy segura de que lo disfrutaréis, pero también si os acercáis por primera vez a la obra del autor. 

El día a día de uno de los museos más importantes del mundo

Por el museo del Louvre pasan cientos de personas todos los días. Y si no que se lo digan a Cécile, una de sus guías, a la que se suele ver por el museo seguida de un nutrido grupo de turistas o escolares. Inmersa en su rutina, siempre se detiene en los mismos cuadros, sobre todo en la Mona Lisa, que despierta pasiones entre los visitantes. En general, no le suele ocurrir nada fuera de la costumbre, pero un día, en una de sus visitas guiadas, Cécile ve un gatito blanco entre la multitud… Y, a partir de entonces, su vida cambia por completo.

© Taiyô Matsumoto 2017.

Porque Cécile descubre que hay otro Louvre, el de por las noches, el que frecuentan Marcel, un veterano vigilante, y su nuevo acompañante, Patrick, un muchacho joven y recién llegado el museo. Ese Louvre vacío es el hogar de unos gatos callejeros a los que Marcel cuida y cuya existencia mantiene en secreto para que los animalitos no tengan problemas. Aunque no siempre se lo ponen fácil: el pequeño Copo de Nieve se escapa con frecuencia de su refugio para pasear entre las obras de arte que duermen en el museo. Hay algo en los cuadros que lo atrae sin remedio.

Pero el grupo de gatitos no es el único secreto que guarda el Louvre. Hace unos años, en sus salas desapareció una niña, la hermana de Marcel. Y el pobre vigilante aún tiene la esperanza de encontrarla.

Los gatos del Louvre nos ofrece una historia en la que la cotidianeidad y la maravilla se dan la mano para mostrarnos la particular visión que tiene Matsumoto de uno de los museos más célebres del mundo. El Louvre de sus viñetas va mucho más allá del edificio atestado de turistas: el mangaka lo transforma en un lugar lleno de misterios y magia.

Dos mundos que se entrelazan

En Los gatos del Louvre, Taiyô Matsumoto se centra en dos realidades muy diferentes, pero estrechamente unidas entre sí por varias razones: la de los humanos y la de los gatos. Los primeros trabajan en el museo y lo visitan sin preocupaciones, ajenos, en general, a los muchos secretos que guarda dentro de sí. Los segundos, por su parte, tratan de mantenerse ocultos para poder vivir sin preocupaciones en un refugio que les proporciona seguridad y calor cuando en la calle las circunstancias no les son propicias.

© Taiyô Matsumoto 2017.

Pese a que, al principio, pudiera parecer que los dos mundos están muy separados, en el fondo no es así. Humanos y gatos comparten un espacio, aunque transiten por zonas diferentes. Humanos y gatos se saltan, de vez en cuando, las normas que rigen el lugar —dos niños se esconden antes del cierre del museo para disfrutarlo sin gente; Copo de Nieve no tiene miedo a dejarse ver entre los turistas—. Y humanos y gatos ven sus realidades cada vez más entrelazadas, no solo porque Marcel, Patrick y Cécile se dediquen a cuidar a los felinos, sino porque el misterio que guardan las paredes del Louvre tiene mucho que ver con todos ellos. Poco a poco, Taiyô Matsumoto entrelaza las vidas de todos sus protagonistas para conformar un argumento que nos habla de la sensación de no encajar, de la necesidad de escapar de una realidad de la que no nos sentimos parte. No voy a decir mucho más para no destriparos la trama, pero hay personajes de ambos mundos que buscan una salida porque creen pertenecer a otro sitio. La diferencia está en cómo cada uno se enfrenta a esa búsqueda y en las decisiones que toma durante el camino.

© Taiyô Matsumoto 2017.

Matsumoto cuenta su historia de una manera muy poética y metafórica. Y ese es, en mi opinión, uno de los puntos fuertes del manga. Los gatos del Louvre es, en conjunto, un título muy interesante, pero destaca sobre todo cuando se inclina hacia la maravilla y la ensoñación. 

Un vistazo a los secretos del Louvre: el dibujo de Taiyô Matsumoto

Como siempre ocurre en sus obras, Taiyô Matsumoto hace gala de un dibujo increíble que, además, en Los gatos del Louvre se ve complementado con el color que le aporta Isabelle Merlet. Gracias a los tonos suaves de las viñetas, la atmósfera onírica de la historia se intensifica y consigue que el lector sienta que de verdad se encuentra en una realidad de ensueño, aunque reconozca los cuadros y los pasillos del Louvre. Y la portentosa imaginación de Matsumoto hace que el manga esté plagado de dibujos de gran belleza, muy sugerentes, como es costumbre en su obra.

Otra cosa que me gusta especialmente es la manera que tiene de dibujar a los gatos. Cuando nos asomamos a la otra cara del museo, esa en la que todo es posible, Taiyô Matsumoto les otorga una figura antropomorfa. Cada gato tiene sus propios rasgos, su propia personalidad, y eso contribuye a la atmósfera mágica que empapa cada página de la historia.

© Taiyô Matsumoto 2017.

Con esto termino la reseña de hoy. 😊 ¡Os animo a que leáis Los gatos del Louvre si no lo habéis hecho ya! Os espero la semana que viene con una nueva entrada sobre manga y mundo clásico con la que estoy deseando ponerme. 😄 ¡Hasta entonces!