viernes, 27 de mayo de 2022

Reseña: Flores rojas

Llegué a Yoshiharu Tsuge hace unos años, cuando se publicó Nejishiki en español. No recuerdo dónde lo vi, solo que estaba navegando por internet y que su dibujo me pareció muy llamativo. Fue esa primera impresión la que me llevó a interesarme por la obra de Tsuge, uno de los grandes autores de la revista Garo y del manga alternativo, tan particular por su narrativa y por la manera que tiene de abordar sus historias, muchas veces de carácter autobiográfico. Hace poco, la editorial Gallo Nero, la responsable de editar en España la obra de este mangaka tan peculiar e importante para el cómic japonés —además de Nejishiki, también ha publicado El hombre sin talento y La mujer de al lado—, anunció que un nuevo título se unía a su catálogo: Flores rojas, cuyas historias breves se publicaron originalmente entre 1966 y 1968. Y, como os podéis imaginar, no tardó mucho en caer en mis manos.

Flores rojas ha sido una de mis últimas lecturas manga en una época de mi vida bastante ajetreada, en la que tengo que aprovechar muy bien el tiempo para avanzar con mi pila de pendientes. Y cada minuto que he pasado entre sus páginas ha merecido la pena; ha sido uno de los mangas que más he disfrutado estas semanas. Me apetecía hacerle un hueco en Afrodita L, ¡y hoy ha llegado el momento! 😊

Un mundo en decadencia

© Yoshiharu Tsuge 2018

Los protagonistas de los catorce relatos que componen Flores rojas viven en un mundo de extrañeza y melancolía. Viajeros que terminan en el fin del mundo mientras buscan una fuente de inspiración para su trabajo artístico. Parejas que persiguen la felicidad y la hallan en las cosas más pequeñas, aunque sea efímera y los abandone cuando menos se lo esperan. Personas solitarias que intentan disfrutar de unas vacaciones y encuentran cierto alivio en compartir momentos de tranquilidad alejados de las grandes urbes. Animales que tienen su hogar en la inmundicia de las cloacas y entre las aguas encuentran sorpresas desagradables o tristes. En ese mundo, el respeto no existe, las esperanzas apenas se cumplen y es complicado abrirse paso, aunque de vez en cuando pueda atisbarse un rayo de luz.

Flores rojas es un compendio de historias sobre la desesperanza, la angustia y la melancolía. En cada una de ellas, Yoshiharu Tsuge traslada a viñetas breves retazos de las vidas de sus personajes, algunos más breves que otros, para reflexionar sobre las dificultades que comporta vivir en un entorno habitualmente hostil.

Vidas grises, futuros inciertos

© Yoshiharu Tsuge 2018

Asomarse a las páginas de Flores rojas supone adentrarse en una narrativa elíptica en la que, a veces, importa más lo que se intuye que lo que de verdad se muestra en las viñetas. Yoshiharu Tsuge juega mucho con este recurso para dar forma a sus relatos, y eso los hace aún más interesantes. A mí, como lectora, me gusta especialmente que se me planteen retos y se me permita, de alguna forma, participar en la historia, reconstruir algunos de sus detalles a partir de sutilezas y silencios. Eso hace, además, que Flores rojas sea muy apropiado para una relectura: cada vez que regresamos a sus páginas, descubrimos algo nuevo que, tal vez, antes se nos había pasado por alto o les damos un nuevo significado a las historias. Además, como ocurre con la obra de otros autores alternativos —por ejemplo, Tokyo goodbye, del que os hablé aquí—, este es un manga de sensaciones: muchas veces, cuando terminamos uno de los relatos, deja en nosotros un sentimiento que nos lleva a reflexionar sobre lo que acabamos de leer, aunque necesitemos volver al relato para completar su significado.

© Yoshiharu Tsuge 2018

La elipsis se combina con otros recursos que contribuyen a enriquecer el manga, como el simbolismo. Flores rojas está plagado de elementos metafóricos, algunos más transparentes que otros, que dan una nueva dimensión a los relatos y, en ciertos casos, los hacen poéticos de alguna forma. Animales, plantas, objetos importantes en la vida de los personajes… Yoshiharu Tsuge les confiere nuevos significados para dibujar historias con mayor profundidad y varias capas narrativas. A veces, dichos elementos pueden tener un toque onírico, de tal modo que la línea entre la realidad y la ensoñación se desdibuja un poco.

Por otro lado, nuestro mangaka nos ofrece también algunas historias un poco más gamberras, con un humor negro característico. Las carcajadas de los personajes y su actitud ante las circunstancias en las que se ven envueltos acentúan la desesperanza y las desgracias de un mundo lleno de pobreza y soledad.

Retratar la melancolía y la desesperanza: el dibujo de Yoshiharu Tsuge

© Yoshiharu Tsuge 2018

El trazo de Yoshiharu Tsuge es bastante característico por su apariencia sencilla y su capacidad para transmitir ese aire desolado que destilan sus historias. El autor combina viñetas pequeñas en las que asistimos en primer plano a lo que les sucede a los personajes con otras más amplias, de paisajes atisbados desde la distancia, que contribuyen a reforzar la soledad y el desamparo que tiñen la vida de sus protagonistas. Asimismo, como muchos autores de las corrientes más underground dentro del mundo del manga y otros autores de la revista Garo, utiliza el color negro y las sombras con gran acierto para destacar determinados momentos de la trama, acentuar la atmósfera lúgubre del ambiente en el que transcurren algunas de sus historias…

 

Con esto termino la reseña de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Flores rojas me ha parecido un manga muy especial, así que os animo a leerlo. Por mi parte, os espero dentro de unos días con una nueva entrada sobre manganime y mundo clásico. ¡Hasta entonces! 🤗


viernes, 20 de mayo de 2022

Manga y mundo clásico: volar demasiado alto

La mitología grecolatina está llena de personajes que sufren las más terribles desgracias por diferentes razones. Os he hablado de muchos de ellos en el blog. Orestes y su familia. Edipo, el famoso vencedor de la esfinge. Orfeo y su viaje al Hades en busca de su querida Eurídice. Narciso, esclavo de su belleza. Algunos de ellos se buscaron su destino fatal; a otros, simplemente, las circunstancias los llevaron por un camino lleno de tristeza y desolación. Ni siquiera los dioses se libraron del sufrimiento: baste, como ejemplo, la historia de Apolo y Dafne.

La entrada de hoy trata sobre dos de esos personajes desdichados: Dédalo y su hijo Ícaro, que se atrevieron a surcar los cielos en un intento de huir de su cárcel. Su historia es una de las muchas que Hideo Azuma recopiló en los capítulos de Olympus no Pollon, un manga en el que la hija del dios Apolo, Pollon, vive las aventuras más disparatadas en su camino para convertirse en una verdadera divinidad. Ella, al igual que muchos de los personajes de la mitología clásica, comete errores y se ve obligada a aprender, pero siempre lo hace de mano del humor. Eso es, precisamente, lo que sucede también en la historia de Ícaro: Azuma nos ofrece su propia versión, pasada por el filtro de la cultura japonesa y de una visión más amable y divertida. Hoy quiero hablaros de esa adaptación que hace el autor del mito original. Antes de empezar, os dejo aquí y aquí las otras entradas que le he dedicado a Olympus no Pollon, por si no las habéis leído y sentís interés. 😊

Ahora sí, ¡vamos a hablar de Dédalo e Ícaro! Como siempre, una advertencia: hay spoilers del capítulo, así que, si no habéis leído Olympus no Pollon y tenéis intención de hacerlo, podéis volver a este artículo más adelante. 🤗

El chico que se acercó demasiado al sol

Para hablar de Ícaro, tenemos que remontarnos a la Creta del minotauro. Concretamente, a la que quedó después de que el héroe Teseo viajara hasta allí y, con la ayuda de Ariadna, la hija del rey Minos, derrotara a la bestia y lograra escapar del laberinto en el que la habían encerrado. Fue Dédalo, el padre de Ícaro, quien construyó aquel lugar lleno de recovecos donde encontrar la salida era tarea imposible… al menos, si uno no contaba con un ovillo que le señalara el camino de vuelta. Así lo menciona, por ejemplo, Ovidio en sus Metamorfosis:

 

Daedalus ingenio fabrae celeberrimus artis

ponit opus turbatque notas et lumina flexu

ducit in errorem variarum ambage viarum.

 

(Ov. Met. VIII, 159-161).


 

Dédalo, famosísimo por el ingenio de sus artes arquitectónicas, erige la obra, hace confusas las señales e induce a error a los ojos con las intrincadas curvas de sus varios caminos.

 

Ícaro y Dédalo, de Charles Paul Landon (1799)

Como os podréis imaginar, el rey de Creta, Minos, no estaba nada contento con lo sucedido. Su rabia se dirigió contra el pobre Dédalo, que terminó recluido en su propia creación. No estaba solo: su hijo lo acompañaba. El problema es que ellos tampoco sabían cómo salir. Por suerte, Dédalo no estaba falto de ingenio e ideó un plan: si no podían escapar por medios convencionales, lo harían volando. En este fragmento de Ovidio, vemos su rabia y su desesperación por la actitud del rey que lo había acogido entre los suyos después de que el artífice tuviera que exiliarse de su Atenas natal, ya que había matado a su discípulo a causa de los celos que sentía hacia él:

 

Daedalus interea Creten longumque [perosus

exsilium tactusque loci natalis amore

clausus erat pelago. «Terras licet» inquit «et [undas

obstruat: at caelum certe patet; ibimus illac.

Omnia possideat, non possidet aera Minos».

 

(Ov. Met. VIII, 183-187).

 

 

Entretanto, Dédalo, que odiaba Creta y su largo exilio, herido por amor al lugar donde nació, estaba encerrado por el mar. «Puede cercar la tierra y las olas, pero sin duda el cielo está abierto; iremos por allí», dijo. «Puede que lo posea todo, pero Minos no posee el aire».

 

Paisaje con la caída de Ícaro, anónimo del siglo XVII

Dédalo cogió algunas plumas, las unió y se las pegó a ambos con cera en los hombros y la espalda, haciendo gala de ese ingenio por el que era tan conocido en la Antigüedad:

 

Dixit et ignotas animum dimittit in artes

naturamque novat. Nam ponit in ordine [pennas,

a minima coeptas, longam breviore [sequenti,

ut clivo crevisse putes. […]

Tum lino medias et ceris adligat imas,

atque ita compositas parvo curvamine [flectit,

ut veras imitetur aves.

 

(Ov. Met. VIII, 188-195).

 

 

Así habla y dirige su ánimo hacia artes desconocidas, y cambia la naturaleza. Coloca en orden unas plumas, empezando por la más pequeña, siguiendo una más corta a una más larga, de modo que pensarías que han crecido en pendiente. […] Entonces, las sujeta por en medio con lino y con cera por la base, y, así dispuestas, las dobla en una ligera curvatura para que imiten a las verdaderas aves.

 

La caída de Ícaro, de Jacob Peeter Gowy (1636-1638)

De todas formas, ni el artífice ni su hijo podían dejarse llevar por la emoción. Aunque estaban más cerca de la libertad, tenían que ser cautos, así que Dédalo le hizo a Ícaro una advertencia: debía tener cuidado al volar; no tenía que hacerlo muy alto ni muy bajo. Solo de esa forma podía garantizar que las alas se mantuviesen intactas hasta que llegasen a su destino. Así se ve en el siguiente pasaje de las Metamorfosis. Me parece especialmente emocionante la parte final, en la que Ovidio nos muestra el dolor y la preocupación de un padre que va a poner en riesgo la vida de su hijo y que, de alguna forma, intuye su terrible final:

 

Instruit et natum «medio» que «ut limite [curras,

Icare», ait, «moneo, ne, si demissior ibis,

unda gravet pennas, si celsior, ignis adurat.

Inter utrumque vola. Nec te spectare [Booten

aut Helicen iubeo strictumque Orionis [ensem:

me duce carpe viam». Pariter praecepta [volandi

tradit et ignotas umeris accommodat alas.

Inter opus monitusque genae maduere [seniles,

et patriae tremuere manus. Dedit oscula [nato

non iterum repetenda suo, pennisque [levatus

ante volat comitique timet, velut ales, ab alto

quae teneram prolem produxit in aera nido,

hortaturque sequi damnosasque erudit [artes.

 

(Ov. Met. VIII, 203-215).

 

 

Instruye a su hijo y le dice: «Ícaro, te aconsejo que vueles por la senda de en medio para que, si vas más bajo, el mar no haga pesadas tus alas y, si vas más alto, el fuego no las queme. Vuela entre uno y otro. Y te ordeno que no mires al Boyero o a la Hélice, ni a la espada que empuña Orión. Siguiéndome, toma el camino». A la vez le transmite las normas para volar y le ajusta las alas, desconocidas para sus hombros. Entre esta tarea y los consejos, se humedecieron sus ancianas mejillas, le temblaron sus manos de padre. Le dio besos a su hijo que no volvería a repetir y, elevándose con sus alas, vuela delante y teme por su compañero, como el ave que hace salir a su tierna prole del nido hacia el aire, la exhorta a seguirla y le enseña un arte dañino para ella.

 

El lamento de Ícaro, de Herbert James
Draper (1898)

Como podéis imaginar, Ícaro pecó de algo que, si sois habituales del blog o estáis familiarizados con la cultura grecolatina, conoceréis bien: hýbris. El deseo de trascender los límites impuestos por la divinidad. Como sabéis, estos excesos se castigan, y el pobre muchacho no fue una excepción. Cuando Ícaro y su padre alzaron el vuelo, el joven se dejó arrastrar por el entusiasmo y desatendió los consejos del sabio Dédalo. Sus alas lo llevaron muy cerca del sol… y, como consecuencia, el calor derritió la cera. Ícaro sintió entonces que se precipitaba al vacío. Cayó a un mar que después tomó su nombre, Icario, y murió ahogado en sus aguas. 

Por supuesto, hay otras versiones del mito, aunque no tan famosas. Algunos autores sostienen que Ícaro y Dédalo no volaron con esas alas que el ingenioso artífice había fabricado, sino que se marcharon de Creta en sendas naves. Ícaro, que no era muy ducho en cuestiones náuticas, naufragó. Según otros, se ahogó cuando llegó a tierra al saltar con torpeza. Lo que está claro es que, muchas veces, el terreno del mito es incierto, pantanoso.

En la Antigüedad, la desgracia de Dédalo e Ícaro sirvió como relato edificante. Horacio, por ejemplo, lo utiliza así en algunas de sus odas, como la número 3 del libro I, que le dedica a su amigo el poeta Virgilio cuando este viaja a Grecia. El autor primero se dirige a las divinidades que protegen a los navegantes y, después, pone algunos ejemplos de seres humanos que se saltaron esos límites establecidos por los dioses. Y es que ¿qué mejor ejemplo para defender la mesura frente a los excesos que el de Ícaro?

 

expertus vacuum Daedalus aera

pennis non homini datis;

perrupit Acheronta Herculeus labor.

nil mortalibus ardui est:

caelum ipsum petimus stultitia neque

per nostrum patimur scelus

iracunda Iovem ponere fulmina.

 

(Hor. C. I, 3)

 

 

Puso a prueba Dédalo el vacío del aire con alas no otorgadas al hombre, irrumpió en el Aqueronte el esfuerzo de Hércules. Nada es arduo para los mortales: al mismo cielo intentamos llegar en nuestra necedad y con nuestros crímenes no permitimos que Júpiter deje sus iracundos rayos.

 

 La carrera hacia los cielos

© Hideo Azuma 2005

Como os adelantaba al principio, Hideo Azuma modifica varios aspectos del mito original teniendo en cuenta el carácter de su obra y el público al que va dirigida. Se trata de un manga amable, divertido, lleno de humor, por lo que hay que suavizar los aspectos más escabrosos de las historias. En el caso de Ícaro, el punto de partida y el final no son exactamente los mismos. 

En Olympus no Pollon, Dédalo no existe. No hay laberinto, no hay minotauro y, por tanto, no hay condena en una cárcel aparentemente sin salida. Tampoco están, por supuesto, los detalles de la vida del artífice antes de su llegada a Creta: el asesinato de su pupilo, el destierro… El único protagonista es Ícaro, que aquí se nos presenta como un muchacho entusiasta y soñador cuyo anhelo más profundo es volar como los pájaros que surcan los cielos.

Y ahí entran Pollon y su amigo Eros, el dios del amor. Cierto día, se encuentran al muchacho saltando de los árboles en un intento de alzar el vuelo. Aquí ya comienzan las notas de humor que Hideo Azuma introduce en todos los capítulos: por supuesto, Ícaro no consigue nada con este plan tan descabellado, salvo darse un golpe en el rostro que lo convierte en un apuesto muchacho. Sus pruebas le conceden belleza, pero ni aun así el joven está satisfecho: lo único que le importa es su deseo más profundo. Aquí también hay un cambio con respecto al mito. Es Ícaro el que quiere las alas, no son una manera de escapar de un destino terrible.

© Hideo Azuma 2005

¿Es este deseo desmesurado? No. De hecho, los propios dioses ayudan a Ícaro a cumplirlo. Pollon acude a ver a Hefesto junto con su padre, Apolo, a quien el dios herrero tiene que arreglarle el carro con el que traslada el sol a lo largo del día. El carácter de artífice ingenioso que tenía en la Antigüedad se mantiene aquí, lo que lo hace un sustituto perfecto para Dédalo, y son muchos los inventos que idea para que Ícaro vuele: pequeños helicópteros, platillos volantes, cohetes… Aunque nada funciona. Como vemos, todos los aparatos son modernos, y le sirven a Hideo Azuma para conectar la mitología grecolatina con nuestro presente o introducir elementos propios de la ciencia ficción. En sus viñetas, mezcla muchos elementos: la cultura japonesa y la occidental, la Antigüedad clásica, los tiempos actuales y un futuro imaginado. Al final, quienes llegan a la conclusión de que lo mejor es fabricar unas alas como las de los pájaros son Ícaro y Pollon, que empiezan a volar juntos.

© Hideo Azuma 2005

Ahora bien, ¿qué sucede con el joven? ¿Cómo se vincula su final con el del mito clásico? También mediante el orgullo, aunque es diferente en el manga de Azuma. Si el Ícaro de la historia original se dejaba llevar por su entusiasmo —y eso lo condenó—, en las viñetas, sin embargo, hay otro factor determinante: Pollon. La pequeña diosa despierta la envidia de Ícaro, que se considera el único con derecho a volar. El cielo es suyo. Su vanidad lo lleva, primero, a romper las alas de su compañera para que caiga al mar; luego, a acercarse demasiado al sol… y, como en el mito, a precipitarse al mar. Aquí, de nuevo, Azuma hace gala de su humor: el astro no derrite la cera de sus alas, sino que se las arranca de un mordisco, airado por la actitud del joven. Por supuesto, no muere ahogado, pero sí aprende una valiosa lección: su soberbia lo lleva a perder su sueño. Al igual que en la Antigüedad clásica, su historia tiene un sentido didáctico.

Como vemos, son varios los elementos del mito original que se mantienen: el orgullo de Ícaro —aunque tenga una base diferente—, la caída al mar, la enseñanza final… No obstante, Azuma lo reinterpreta con sus propios objetivos creativos y su visión personal al respecto.

 

Con esto termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! En el futuro, volveré a Olympus no Pollon, que aún hay mucho que decir sobre este manga. Por mi parte, os espero dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! Y gracias por leer. 🤗

 

Bibliografía

Como es habitual, os dejo una lista de las referencias que he utilizado para escribir mi entrada, por si las queréis consultar. 😊

Grimal, Pierre (1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco Payarols), Barcelona: Paidós.