Fénix, como
seguro que sabéis, es una de las grandes obras de Osamu Tezuka. En ella,
revisita la historia de Japón y, además, se permite imaginar un futuro bastante
lejano, todo con el hilo conductor del ave maravillosa que da título al manga.
Pero en sus páginas nuestro autor no limitó su imaginación al país del sol
naciente: también se trasladó a nuestra Antigüedad, a Egipto, Grecia y Roma. Os
hablé de ello el año pasado en esta entrada, en la que recogí algunos de los
elementos del manga para ver de qué manera los integraba Tezuka. Os
adelanté en su momento que regresaría a Fénix y me dispongo a
cumplir esa intención. 😊
Hoy quiero hablaros de algunos de los personajes y fijarme, de nuevo, en
las modificaciones que lleva a cabo Tezuka para adaptarlos a su historia. Como
son bastantes, únicamente voy a centrarme en los troyanos; reservo a los
griegos y al fénix para futuros posts. Como siempre, antes de empezar,
una advertencia: hay spoilers de la trama. Por otro lado,
si acabáis de llegar al blog y no estáis muy familiarizados con la guerra de
Troya, podéis leer primero esta entrada, en la que os hablo con más detalle de
sus orígenes y de algún aspecto de su desarrollo. ¡Empezamos! 😊
Paris y
Héctor, luchar o no luchar
En
primer lugar, voy a detenerme en dos de los personajes más importantes del
bando troyano: Paris y Héctor, hijos de Príamo, el rey de la ciudad. Ambos son
muy diferentes y tienen una actitud distinta durante la contienda contra los griegos.
Antes de ver qué hace Tezuka con ellos, vamos a centrarnos primero en cómo nos
los muestran los textos clásicos y la mitología.
Empecemos,
precisamente, con Paris, el causante de la guerra. Fue él quien raptó a Helena
y se la llevó consigo: al fin y al cabo, ella era la «recompensa» que le
ofreció Afrodita si la escogía en el juicio de las tres diosas. Recordad que
Paris desdeñó los regalos de Hera y Atenea —poder, sabiduría, victorias
militares—: prefirió el amor de la mujer más hermosa de Grecia. Y con eso causó
la desgracia de los suyos, que había sido ya profetizada desde el nacimiento
del joven. Su madre tuvo un extraño sueño en el que daba a luz una antorcha.
Príamo le encargó a uno de sus hijos, Ésaco, que lo interpretara, ya que poseía
dicho don. ¿Su respuesta? Paris condenaría a Troya en el futuro, por lo que
debían matarlo. Todo esto nos lo cuenta el propio muchacho en la carta que le
dirige a Helena en las Heroidas, de Ovidio, con una salvedad: el pobre,
en su ingenuidad, afirma que dicha antorcha es el amor que lo incendia por
dentro. No puede imaginarse lo que provocará ese deseo.
Matris adhuc utero partu remorante [tenebar;
iam gravidus iusto pondere venter erat.
Illa sibi ingentem visa est sub imagine
somni
flammiferam pleno reddere ventre facem.
Territa consurgit metuendaque noctis
opacae
visa seni Priamo; vatibus ille refert.
Arsurum
Paridis vates canit Ilion igni —
pectoris,
ut nunc est, fax fuit illa mei!
(Ov. Ep. XVI, 43-50)
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Todavía mi madre me llevaba en su útero,
pues se retrasaba el parto; ya el vientre estaba cargado de su justo peso. A
ella le pareció ver, bajo la apariencia de un sueño, que de su vientre lleno sacaba
una enorme antorcha que ardía en llamas. Aterrada, se levanta y le cuenta las
terribles visiones de la noche sombría al anciano Príamo; él se las refiere a
los adivinos. Uno de ellos vaticina que Ilión arderá con el fuego de Paris.
¡Aquella era la antorcha que ahora se encuentra en mi pecho!
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Como
consecuencia, Ésaco aconsejó matar a Paris antes de que fuera demasiado tarde.
Sin embargo, ocurrió lo que sucede muchas veces en este tipo de mitos: en vez
de quitarle la vida al bebé, se lo abandona, otros lo encuentran y lo crían…
Así, la profecía termina por cumplirse. De hecho, según algunas versiones, a
Paris lo recogieron unos pastores. Con el tiempo, terminó llegando a la ciudad
de Troya, donde su hermana Casandra lo reconoció. Entonces, regresó al palacio
real, a esa vida de la que, en principio, lo habían privado.
Hay otro
aspecto de Paris que me gustaría destacar: su inactividad durante la guerra y
su cobardía en determinados momentos. Así nos lo muestra Homero en la Ilíada.
Por ejemplo, al principio de la obra, se decide terminar el conflicto mediante
un duelo particular entre Menelao y Paris. El joven no lo pasó nada bien; de
hecho, el anterior marido de Helena lo derrotó. Habría sucumbido a su fuerza si
Afrodita no se lo hubiera llevado de allí para salvarlo. La propia Helena se lo
reprocha al final del duelo, cuando ambos se encuentran en su habitación:
«ἤλυθες ἐκ πολέμου: ὡς ὤφελες αὐτόθ᾽ [ὀλέσθαι
ἀνδρὶ δαμεὶς κρατερῷ, ὃς ἐμὸς πρότερος [πόσις ἦεν.
ἦ μὲν δὴ πρίν γ᾽ εὔχε᾽ ἀρηϊφίλου Μενελάου
σῇ τε βίῃ καὶ χερσὶ καὶ ἔγχεϊ φέρτερος εἶναι:
ἀλλ᾽ ἴθι νῦν προκάλεσσαι ἀρηΐφιλον [Μενέλαον
ἐξαῦτις μαχέσασθαι ἐναντίον:
ἀλλά σ᾽ ἔγωγε
παύεσθαι
κέλομαι, μηδὲ ξανθῷ Μενελάῳ
ἀντίβιον πόλεμον πολεμίζειν ἠδὲ μάχεσθαι
ἀφραδέως, μή πως τάχ᾽ ὑπ᾽ αὐτοῦ δουρὶ δαμήῃς».
(Il. III, 428-436)
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«Vienes de la lucha. ¡Ojalá hubieras
muerto allí, sometido por el hombre fuerte que fue mi anterior esposo! Pues
antes te ufanabas de ser mejor que Menelao, querido por Ares, por tu fuerza,
tus manos y tu lanza. Pero ahora ve a desafiar a Menelao, querido por Ares, a
luchar de nuevo contra ti. No, yo te animo a desistir, a no luchar con el
rubio Menelao en un combate frente a frente, a no combatir de manera
insensata, no sea que te someta enseguida bajo su lanza».
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Paris no participó en la lucha durante un
tiempo, lo que no gustó nada a su hermano Héctor. Él mismo le reprocha su
inactividad y lo conmina a que acuda al combate junto con el resto de los
troyanos, ya que ha sido el causante de la guerra:
«δαιμόνι᾽ οὐ μὲν καλὰ χόλον τόνδ᾽ ἔνθεο [θυμῷ,
λαοὶ μὲν φθινύθουσι περὶ πτόλιν
αἰπύ τε [τεῖχος
μαρνάμενοι: σέο δ᾽ εἵνεκ᾽ ἀϋτή τε πτόλεμός [τε
ἄστυ τόδ᾽ ἀμφιδέδηε: σὺ δ᾽ ἂν μαχέσαιο καὶ [ἄλλῳ,
ὅν τινά που
μεθιέντα ἴδοις στυγεροῦ [πολέμοιο.
ἀλλ᾽ ἄνα μὴ τάχα ἄστυ πυρὸς δηΐοιο [θέρηται».
(Il. VI, 326-331)
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«¡Desgraciado! No es bueno que tengas en
tu ánimo este resentimiento. Las tropas mueren luchando alrededor de la
ciudadela y la escarpada muralla. Por tu culpa los gritos y el combate arden
en torno a la ciudad. Tú tendrías una disputa con cualquier otro al que
vieras abandonar en algún lado el horrible combate. ¡Arriba! No sea que
enseguida arda la ciudad con un fuego abrasador».
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Cuando por fin se decide a participar en
la guerra, sí es cierto que Paris lleva a cabo grandes hazañas. Homero
relata algunas. Pero, sin duda, la más destacada es la muerte de Aquiles: fue
Paris el que, con su arco, logró acertarle en el talón, su único punto débil.
Apolo lo ayudó en su empresa: algunas versiones afirman que dirigió la flecha;
otras, que el dios se disfrazó del joven para acabar con el célebre héroe griego.
Héctor
contrasta en varias cosas con su hermano. Para empezar, a lo largo de la Ilíada
se erige como el líder de las tropas troyanas y las guía en combate. Participa
en numerosas batallas para proteger a los suyos, quienes lo consideran un
hombre valiente, fuerte, un héroe, en definitiva. Son muchas las hazañas que
consigue en el poema épico y pone a los griegos contra las cuerdas en bastantes
ocasiones, sobre todo cuando consigue llevar a los troyanos hasta las naves de
los enemigos y ataca allí. Algunos de los héroes griegos más importantes caen
heridos en ese momento, y algunos no lo habrían contado si los dioses no
hubiesen estado de su parte —recordemos que en la obra homérica el papel de la
divinidad es esencial para el desarrollo del conflicto—.
Como
vemos, Héctor aparece como un personaje honorable, valiente, fuerte. Es uno de
los mejores guerreros de Troya —su padre, Príamo, así lo afirma cuando lamenta
su muerte— y apenas se permite flaquear: hay mucho en juego. Vemos esa firmeza
incluso en su enfrentamiento con Aquiles, el momento en el que Héctor se
muestra más desesperado, atenazado por el miedo a la muerte. El héroe griego
había regresado a la lucha para vengar a Patroclo, su querido compañero de
armas, que había sucumbido a manos de Héctor. Todos saben lo buen guerrero que
es y el peligro que supone. Sin embargo, pese a las súplicas de sus padres para
que se refugie en Troya, Héctor se mantiene en el campo de batalla. Es cierto
que siente miedo y trata de huir de él dando vueltas alrededor de la ciudad,
pero finalmente, por diferentes razones y medio engañado, le planta cara. Mira
a su asesino a los ojos y acepta el destino que los dioses le han reservado.
En Fénix,
Tezuka mantiene algunos de los rasgos de los dos guerreros, pero a veces los
modifica. Otras, sin embargo, cambia por completo su comportamiento y sus actos
para transmitir mejor su mensaje antibelicista. De hecho, en determinados
momentos de la historia, Héctor y Paris se fusionan o se intercambian los
papeles que tenían en los textos antiguos y en la mitología.
Empecemos,
de nuevo, con Paris. En Fénix, no es él quien rapta a Helena. Tampoco
tiene intención de convertirla en su esposa. El muchacho, de apariencia más
infantil en el manga de Tezuka, al principio se mantiene al margen de la
disputa entre troyanos y griegos —más bien, espartanos, ya que el autor los
reduce a todos a un mismo origen, probablemente debido a la extensión del
manga—. Solo le salpica cuando su hermano Héctor trae a Helena a Troya y las
discusiones se transforman en una guerra inminente.
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© Osamu Tezuka, 1954, 2016 |
Lo que
Paris siente por la extranjera espartana no es ese deseo, esa «antorcha» que
recogía Ovidio en las Heroidas: quiere ser su amigo. Este cambio puede
deberse, por un lado, a que Tezuka prefiere resaltar la relación entre Club y
Daiya, los verdaderos protagonistas de Fénix —de los que ya os hablé aquí—.
Pero quizás también deseara convertir a Paris en un símbolo de la paz. Al fin y
al cabo, lo que de verdad ansía es vivir tranquilamente con su familia y poder
relacionarse con sus enemigos sin considerarlos como tales.
Un rasgo
que este Paris conserva es el de la inactividad, al menos al principio de la
historia. Como acabo de señalar, él no participa en las disputas con Esparta
hasta la llegada de Helena y, de hecho, intenta convencer a su padre y a su
hermano de la inutilidad de una guerra. ¿Qué beneficio puede traer consigo algo
que solo causa muerte y ruina? Sin embargo, su padre lo tilda de cobarde: en la
Ilíada, Helena y Héctor le reprochaban no participar en una lucha que él
mismo había ocasionado; aquí también es su familia quien lo tacha de gallina,
pero en un contexto muy diferente. En realidad, Paris no es cobarde. Tampoco es
el joven que se mantiene al margen del combate mientras disfruta del amor de
Helena y de los lujos. Es, simplemente, un niño que se da cuenta de lo absurda
que es la guerra y solo participa cuando le afecta de manera más personal.
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© Osamu Tezuka, 1954, 2016 |
En
principio, él sale en busca del fénix para darles su sangre a su padre y su
hermano —de esa forma, conseguirán la inmortalidad—, pero cuando Aquiles mata a
Héctor su corazón inocente queda ennegrecido por la sed de venganza. Al final,
se da cuenta de que dicha venganza es tan absurda como el resto de la guerra,
ya que no va a devolverle a su hermano: por eso rompe su arco tras acabar con
Aquiles. Ese acto que tan valeroso era para los antiguos ahora está vacío de
significado y refuerza el mensaje de Tezuka.
¿Qué hay
de Héctor? Para empezar, el dios del manga lo convierte en el raptor de Helena.
Al igual que en la Antigüedad, el conflicto entre griegos y troyanos se origina
en un juicio de belleza —el de las tres diosas, Hera, Atenea y Afrodita, en la
mitología clásica; la comparación entre Daiya y Helena en el manga de Tezuka—,
pero se resuelve de manera muy diferente. Héctor se lleva a Helena no porque la
ame, sino por venganza: los espartanos, la reina más concretamente, han
encerrado a Daiya por superar a la princesa Helena en hermosura. No hay
pasiones ni llamas del amor: se trata de un conflicto entre pueblos que, como
el resto de la guerra, es absurdo y podría resolverse con la palabra. El
problema es la ambición y la corrupción de los poderosos, entre otras cosas.
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© Osamu Tezuka, 1954, 2016 |
Hay otro
rasgo de Héctor que cambia. En la Ilíada, se muestra amable con Helena,
y ella misma lo dice cuando lamenta su muerte. Sin embargo, en Fénix la
ve como una enemiga más y le reprocha a Paris su actitud hacia ella. En este
caso, se une al resto de troyanos: la muchacha se convierte simplemente en una
moneda de cambio para recuperar a Daiya.
Eso sí,
su iniciativa y el valor en la lucha se mantienen. Al igual que en el poema homérico,
lo vemos al frente de sus tropas y sobresale en el combate. También encuentra
la muerte, solo que de una manera distinta: su duelo final es con Club, cuya
habilidad guerrera alaba, y Aquiles aprovecha que está distraído para
arrebatarle la vida. No hay una lucha entre dos guerreros, frente a frente, no
únicamente al menos. Héctor sucumbe como fruto de una oportunidad tramposa y,
aunque para su padre haya muerto de manera honorable por haber caído en el
campo de batalla, en realidad el lector no puede evitar ver su pérdida como un
absurdo más.
En
definitiva, Tezuka modifica los personajes de Héctor y Paris para resaltar
determinados elementos de su historia y, además, para reforzar la idea de que
las guerras no tienen ningún sentido, de que solo traen consigo lamentos y
nunca ese honor que ostentaban con orgullo los guerreros de los poemas épicos
grecolatinos.
La
ambición de los poderosos
En esta
línea, nuestro autor también cambia a Príamo, el venerable rey de Troya, ya
anciano cuando la guerra llamó a las puertas de su ciudad. De hecho, es Héctor
quien toma la mayoría de las decisiones sobre la manera de actuar y las
estrategias que van a seguir. En la Ilíada, lo vemos como un hombre
mayor, apenas activo en el conflicto por su edad, respetable y benévolo. De hecho,
junto con Héctor, es de los pocos troyanos que le muestra amabilidad a Helena,
como vemos en el siguiente fragmento, en el que le habla justo antes del duelo
entre Paris y Menelao:
ὣς
ἄρ᾽ ἔφαν, Πρίαμος δ᾽ Ἑλένην [ἐκαλέσσατο φωνῇ:
«δεῦρο πάροιθ᾽ ἐλθοῦσα φίλον τέκος ἵζευ [ἐμεῖο,
ὄφρα ἴδῃ πρότερόν τε πόσιν πηούς τε φίλους
[τε:
οὔ τί μοι αἰτίη ἐσσί, θεοί νύ μοι αἴτιοί εἰσιν
οἵ μοι ἐφώρμησαν πόλεμον πολύδακρυν [Ἀχαιῶν […]».
(Il. III, 161-165).
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Así hablaban, y Príamo llamó a Helena en
voz alta: «Acércate, querida hija mía, y siéntate ante mí para ver a tu
anterior esposo, a tus parientes y a sus amigos. Para mí tú no eres culpable
de nada: los responsables son los dioses, que impulsaron esta guerra llena de
lágrimas contra los aqueos […]».
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También Homero nos deja ver su
sufrimiento, tan intenso. Y es que Príamo perdió a varios de sus hijos en la
guerra, entre ellos a Héctor, cuya muerte lamenta de una manera muy sentida.
Era el más valiente de entre sus hijos, el mejor defensor con el que Troya
podía contar. Su amor y su tristeza lo llevan a acudir al campamento de los
griegos, oculto por las sombras de la noche y guiado por Hermes, para
suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo y, de esa forma,
poder enterrarlo como es debido. La escena en que le abraza las rodillas es
especialmente emocionante:
τοὺς δ᾽ ἔλαθ᾽ εἰσελθὼν Πρίαμος μέγας, ἄγχι [δ᾽ ἄρα στὰς
χερσὶν Ἀχιλλῆος λάβε γούνατα καὶ κύσε [χεῖρας
δεινὰς ἀνδροφόνους, αἵ οἱ πολέας κτάνον υἷας.
ὡς δ᾽ ὅτ᾽ ἂν ἄνδρ᾽ ἄτη πυκινὴ λάβῃ, ὅς τ᾽ [ἐνὶ πάτρῃ
φῶτα κατακτείνας ἄλλων ἐξίκετο δῆμον
ἀνδρὸς ἐς ἀφνειοῦ, θάμβος δ᾽ ἔχει [εἰσορόωντας,
ὣς Ἀχιλεὺς θάμβησεν ἰδὼν Πρίαμον [θεοειδέα:
θάμβησαν δὲ καὶ ἄλλοι, ἐς ἀλλήλους δὲ [ἴδοντο.
(Il. XXIV, 477-484).
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A estos les pasó desapercibido cuando
entró el gran Príamo. Tras pararse a su lado, con las manos agarró las
rodillas de Aquiles y le besó las terribles manos homicidas, que le habían
matado a muchos de sus hijos. Como cuando a un hombre lo toma una espesa
ceguera y, tras matar en su patria a un hombre, llega al pueblo de otros, a
la casa de un hombre rico, y el estupor se apodera de quienes lo ven, así
Aquiles se quedó estupefacto al ver a Príamo, semejante a los dioses. Se
quedaron estupefactos también los demás, y se miraron los unos a los otros.
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En Fénix, no
vemos a este rey de Troya. El personaje de Tezuka es anciano, sí, pero no tiene
nada de venerable. Se ríe de Helena cuando Héctor la lleva a la corte e incita
a sus súbditos a despreciarla como enemiga que es. Ansía hacerse con el fénix
para beber su sangre inmortal, que, por supuesto, le está destinada únicamente
a él, a sus hijos y a los mayores héroes de la ciudad, nunca a sus súbditos,
que también sufren con las batallas y tendrían el mismo derecho a la vida eterna.
Rehúye el combate cuando puede y apenas llora la muerte de su hijo mayor:
considera que ha sido honorable, le vemos un gesto triste, pero todo se le pasa
cuando ve el caballo de Troya. Apenas hay duelo y enseguida da lugar a la
fiesta, al jolgorio.
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© Osamu Tezuka, 1954, 2016 |
Así,
Tezuka nos muestra a un gobernante ciego por su poder, ambicioso, a quien el
pueblo le importa más bien nada. No escucha a Paris cuando, muy razonablemente,
le dice que no quiere una guerra por el peligro que supone para sus seres
queridos. Se reserva el fénix para sí. Se muestra irrespetuoso e hiriente. En
este sentido, el autor dibuja de manera muy parecida a los líderes de griegos y
troyanos para ofrecernos una imagen desoladora del poder y quienes lo ostentan:
se mueven por sus intereses, sin pensar en las consecuencias de sus actos. El
capítulo de Grecia de Fénix habría tenido un desenlace muy distinto si
ambos hubieran intentado entenderse.
Un mal
augurio
Termino
la entrada con un último personaje: Laocoonte. En la mitología y los textos
clásicos, se trata del sacerdote troyano de Apolo, aunque posteriormente fue
elegido para servir a Poseidón porque su predecesor había sido asesinado al no conseguir
el favor del dios del mar. Por eso, de pronto, Laocoonte se vio ofreciendo
sacrificios a otra divinidad.
Cuando
los griegos fingieron abandonar las tierras de los troyanos y dejaron tras de
sí el famoso caballo de madera, Laocoonte fue uno de los pocos que advirtió
sobre los peligros que podía albergar en su interior. Así nos lo cuenta
Virgilio en la Eneida:
Primus
ibi ante omnis, magna comitante [caterva,
Laocoön
ardens summa decurrit ab arce,
et
procul: «O miseri, quae tanta insania, [cives?
Creditis
avectos hostis? Aut ulla putatis
dona carere dolis Danaum? Sic
notus [Ulixes?
aut hoc inclusi ligno occultantur
Achivi,
aut
haec in nostros fabricata est machina [muros
inspectura
domos venturaque desuper urbi,
aut
aliquis latet error; equo ne credite, [Teucri.
Quicquid
id est, timeo Danaos et dona [ferentis«.
Sic
fatus, validis ingentem viribus hastam
in
latus inque feri curvam compagibus [alvum
contorsit:
stetit illa tremens, uteroque [recusso
insonuere
cavae gemitumque dedere [cavernae.
(Verg., Aen. II,
40-53).
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Allí, el primero delante de todos,
acompañado de una gran muchedumbre, Laocoonte, enfurecido, baja corriendo
desde lo alto de la ciudadela y de lejos grita: «¡Desgraciados ciudadanos!
¿Qué locura tan grande es esta? ¿Creéis que los enemigos se han retirado? ¿O
pensáis que alguno de los regalos de los dánaos carece de engaño? ¿Así es
conocido Ulises? O en este leño, encerrados, se ocultan los aqueos, o este es
un artefacto construido contra nuestras murallas para observar las casas y
atacar desde lo alto de la ciudad, o algún engaño se esconde en él. No
confiéis en el caballo, teucros. Sea lo que sea, temo a los dánaos incluso
cuando hacen regalos». Así dijo, y arrojó con impetuosa fuerza una inmensa
lanza contra el costado del caballo y su vientre curvado por las
ensambladuras. Allí se mantuvo temblando y, sacudido el vientre, resonaron y
gimieron sus cavidades huecas.
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Pero nadie le hizo caso, y menos aún
cuando, justo en el momento en el que el sacerdote se disponía a ofrecerle un
sacrificio a Poseidón, salieron del mar dos serpientes gigantescas que
mataron a sus hijos y al propio Laocoonte. Todos lo interpretaron como una
muestra de la ira divina porque el hombre había mancillado el regalo de los
griegos. Lo que ninguno sabía es que se trataba de algo muy distinto. Según
algunas versiones, el dios Apolo castigó al sacerdote porque se había unido con
su mujer ante una estatua consagrada. De acuerdo con otras, las enviaron otros
dioses.
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© Osamu Tezuka, 1954, 2016 |
Así,
aquí vemos a un sacerdote que profetiza males y a quien nadie le hace caso. En
el manga de Tezuka, no obstante, el papel de Laocoonte es totalmente contrario:
cuando ve al fénix, ofrece un vaticinio falso en el que todo el mundo deposita
sus esperanzas. Según él, la presencia de la criatura impedirá que la ciudad
sea arrasada, pero luego sucede todo lo contrario. Laocoonte es una herramienta
más de ese poder corrupto: aviva las falsas esperanzas del pueblo y favorece
esa guerra tan destructora, causada por los intereses de los gobernantes.
Con
esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Aún me quedan
cosas que decir de Fénix, así que en el futuro seguiré escribiendo sobre
esta obra de Tezuka. Dicho esto, os espero dentro de unos días con una nueva
entrada. ¡Hasta entonces!
Bibliografía
Como
siempre, os dejo una lista de referencias que me han servido para escribir la
entrada. 😊
Grimal, Pierre
(1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco
Payarols), Barcelona: Paidós.
Peer, Ayelet & Greenberg,
Raz (2020). “The Japanese Trojan war: Tezuka Osamu’s envisioning of the Trojan
cycle”, Greece and Rome, 67(2), pp. 151-176.