domingo, 31 de enero de 2021

Manga y mundo clásico: una guerra por la belleza

Ya os he hablado en varias ocasiones del dios del manga. A Osamu Tezuka le interesaba la cultura grecolatina, sobre todo la mitología, y la utilizó en algunos de sus títulos como telón de fondo. Umi no triton y la lucha de su protagonista contra Poseidón. Los viajes de Unico como consecuencia de los celos de la diosa del amor. Los mitos de Orestes, Apolo y Dafne como punto de partida para La canción de Apolo. ¡Y podría seguir! Son muchas las historias a las que Tezuka recurrió y de las que nos ofreció su propia visión.

Hoy toca hablar de la guerra de Troya, ese acontecimiento tan importante para la cultura y la literatura grecolatina. Troyanos y aqueos se enfrentaron en un conflicto terrible que duró diez años y en el que perdieron la vida muchos héroes de ambos bandos. La guerra permea una grandísima parte de los textos literarios de la Antigüedad clásica, entre los que destacan, por supuesto, grandes poemas épicos como la Ilíada y la Odisea

Tezuka no podía ignorarla, claro. Y es en Fénix, su gran obra —publicada en España por Planeta Cómic, de la que os hablé brevemente aquí—, donde nos vuelve a contar la historia que tan bien conocemos, pero integrada en un nuevo marco y desde un punto de vista muy personal. Aunque en general Fénix se centra en la historia de Japón, tanto el pasado como el futuro, hay una serie de capítulos, publicados en la revista Shôjo Club, que están ambientados en otros lugares: Egipto, Grecia y Roma. Es en el segundo en el que Tezuka nos traslada a Esparta y a Troya para hablarnos de su enemistad, un odio tan grande que desembocó en terribles batallas. Hay muchas cosas de las que me gustaría hablar: el desarrollo de la contienda, el papel del fénix —elemento común en todos los capítulos de la obra—, los personajes de cada bando y cómo cambian con respecto a los mitos originales… Así que en la entrada de hoy voy a centrarme específicamente en los elementos argumentales que Tezuka toma de la historia que nos contaron los antiguos y en cómo los modifica para cumplir con sus objetivos: ajustar el capítulo de Grecia a una trama más larga y mostrarnos los horrores de la guerra, que él mismo había presenciado. Si no habéis leído la obra y tenéis intención de hacerlo, cuidado: hay spoilers de la trama. ¡Vamos allá! 😊

Envidia y belleza: el origen de un terrible conflicto

Las bodas de Tetis y Peleo, de Jacques Jordaens (1636-1638). 

El comienzo de la guerra de Troya, de acuerdo con las fuentes clásicas, es complejo. Todo empieza con unas bodas, las de Tetis y Peleo, padres de Aquiles. De acuerdo con un oráculo, la diosa estaba destinada a tener un hijo más poderoso que su padre, así que sus pretendientes, Zeus y Poseidón, abandonaron sus intenciones y se decidió que Tetis contraería matrimonio con un mortal. A la boda fueron invitadas todas las divinidades… menos una: Eris, la diosa de la discordia, que, pese a todo, se dejó caer por allí. Y, como no podía ser de otro modo, causó problemas: llevó consigo una manzana dorada con una inscripción, «para la más hermosa», que se disputaron entre sí tres grandes diosas: Hera, Atenea y Afrodita. Ninguna estaba dispuesta a concedérsela a sus rivales, claro, y el resto de dioses no quiso pronunciarse. Por tanto, había que elegir un nuevo juez. ¿Y a quién le tocó? A Paris, hijo de Príamo y Hécuba, reyes de Troya, sobre quien un oráculo había predicho que sería la ruina de la ciudad.

Así que las tres diosas se dirigieron a donde el muchacho se encontraba. Se le presentaron mientras apacentaba sus rebaños —había sido abandonado en el monte por el vaticinio que acabo de mencionar y lo habían criado unos pastores—, le ofrecieron cosas que cualquier mortal desearía. Poder, sabiduría, salir vencedor de cualquier lucha. Hay muchas versiones al respecto. Pero Paris no quiso ninguna de esas cosas, excepto lo que le ofreció Afrodita: el amor de la mujer más hermosa de todas, Helena, casada con Menelao, el rey de Esparta. Así que Afrodita se alzó victoriosa y aquel fue el inicio de la terrible guerra que después consumió Troya: Paris acudió a Esparta y se llevó a Helena consigo. ¿La respuesta de Menelao? Pedir ayuda al resto de reyes aqueos y dirigirse a Troya para recuperar a su esposa.

El juicio de Paris, de Pedro Pablo Rubens (1638).

En Fénix no hay divinidades que intervengan en el destino de los humanos. Paris, entonces, no debe elegir quién es la diosa más bella. Pero sí hay un juicio, y este resulta ser también el inicio de la guerra, aunque los espartanos y los troyanos de Tezuka hagan gala de una enemistad centenaria.

El argumento se desarrolla de la siguiente forma. Los troyanos encuentran en el mar a una muchacha, Daiya, y le salvan la vida. En ese momento, su nave se dirige a Esparta: el príncipe Héctor acude ante sus enemigos en calidad de emisario. Como no saben quién es Daiya, se la llevan consigo hasta allí, sin sospechar que su belleza despertará la envidia de la reina de la ciudad, la madre de Helena. Mientras el príncipe Héctor es «agasajado» con un banquete —y pongo comillas porque no se trata de una cena de disfrute, sino de una oportunidad más para que los dos bandos discutan—, la reina manda llamar a Daiya… para compararla con su propia hija, Helena.

© Osamu Tezuka, 1954, 2016.

Daiya resulta ser más bella, así que la reina decide matarla. Es la propia Helena quien intercede por la joven, pero solo consigue que su madre la encierre en unas mazmorras. Cuando Héctor se percata de que los espartanos han raptado a la mujer, decide vengarse y se lleva a Helena en su barco a una Troya en la que la princesa solo recibe humillaciones y desprecio. Ese es el detonante para el enfrentamiento definitivo entre ambos bandos: los griegos suben a sus naves y emprenden una expedición de castigo que termina en una terrible guerra.

Como vemos, hay varios elementos que coinciden en el mito original y en la versión de Tezuka. Hay envidia y celos, hay un juicio sobre la belleza, hay un veredicto, hay secuestros. Y, como consecuencia, el inicio de una guerra. Pero el tratamiento de los mismos es diferente en ambos casos. ¿Por qué Tezuka cambia estos aspectos de la historia y les da ese giro? En mi opinión, se debe a dos razones.

La primera es su propia obra. Los capítulos de Fénix de Egipto, Grecia y Roma tienen como protagonistas a Daiya y Club, dos muchachos que beben la sangre del fénix y, por tanto, ganan miles de años de vida. Es por eso por lo que aparecen en escenarios tan distintos y épocas con siglos de diferencia. Eso sí, pierden sus recuerdos: no saben quiénes son ni qué clase de vínculo los une. Pero ellos son siempre los personajes alrededor de los cuales giran las tres historias.

© Osamu Tezuka, 1954, 2016.

Así, Daiya ocupa el papel de Helena en el mito, mientras esta se convierte en un personaje secundario. Tiene su importancia para la trama, sí, pero es mucho menor. El encierro de Daiya es la principal causa de la guerra, ya que, si la reina de Esparta no hubiera sentido celos de ella, Helena tampoco habría sido secuestrada. También se mantiene en un segundo plano cuando llega a Troya, mientras que Daiya participa activamente en los hechos e incluso llega a estar en el campo de batalla junto con Club, que en esta historia toma el papel de un muchacho al que Ulises convierte en su criado.

El otro motivo tiene que ver con el propio Tezuka y lo que quiere contar. En esta versión de la guerra de Troya, no hay dioses, a diferencia de los relatos de la Antigüedad, en los que las distintas divinidades optan por uno de los dos bandos y lo ayudan mientras intentan perjudicar al otro. De hecho, Afrodita toma partido por los troyanos, mientras que Hera y Atenea prefieren a los aqueos a causa del juicio de Paris. Pero en Fénix no hay seres superiores que intervengan en la batalla, a excepción, quizá, del fénix, el pájaro fabuloso e inmortal que todos los capítulos de la obra comparten y al que los troyanos consideran como un posible recurso para salir victoriosos de la guerra —hablaré de su papel en otro artículo—. Al principio del capítulo de Egipto, sí vemos a una figura divina que se encarga de repartir las reencarnaciones y vigilar a las almas, pero no interviene en la historia de Grecia.

Creo que el hecho de que los dioses estén ausentes obedece a que Tezuka quiere mostrar que la guerra y todo el horror que trae consigo son fruto de la ambición, la crueldad y el odio de los seres humanos. Son ellos quienes deciden solucionar sus problemas con las armas y no con la palabra, quienes se niegan a escapar de un odio enraizado y antiguo, quienes prefieren mantener la situación tal y como está en lugar de cambiarla. Muchos de los acontecimientos de la guerra de Troya tienen lugar gracias a la ayuda e intervención de los dioses, pero, en mi opinión, Tezuka no quiere dejar el desarrollo de la contienda en sus manos. Todo es culpa del ser humano, que por envidia juzga la belleza de una muchacha y la encierra, que se acostumbra al odio y permite que estalle.

Las heridas que abre la guerra

Y es ese mensaje antibelicista el que propicia muchos de los cambios del manga. Fijémonos, por ejemplo, en el secuestro de Helena. Es Héctor quien se la lleva, no Paris, y desde luego no lo hace porque esté enamorado de ella. Forma parte de su venganza por lo que Esparta le ha hecho a Daiya: de hecho, cuando la princesa ya está en Troya, la trata con el mismo desprecio que los demás, pues se trata de una enemiga. Eso es lo único que ve en ella. El Héctor de la Ilíada se muestra mucho más amable con Helena. En Fénix, es Paris, un muchacho muy joven que detesta la guerra, el único que la trata con gentileza.

© Osamu Tezuka, 1954, 2016.

Además, a diferencia de lo que sucede en los poemas épicos de la literatura grecolatina, los héroes no despuntan. Es cierto que hay tantos nombres que sería imposible incluirlos todos en un manga como Fénix, pero ni siquiera los pocos con los que se queda Tezuka tienen un gran desarrollo en el campo de batalla. No hay capítulos centrados en un único héroe para demostrar su valentía cuando tiene que enfrentarse al enemigo, no se los muestra como soldados casi invencibles, capaces de hacer frente a cualquier peligro y sin miedo a morir. Los personajes suelen aparecer desdibujados en este sentido. Eso es lo que sucede, por ejemplo, con Aquiles, un personaje totalmente secundario en Fénix. Su cólera, esa cólera con la que da comienzo la Ilíada y que es fundamental en el poema épico, aquí no es determinante para la guerra. Es otra la que toma su lugar: la ira colectiva de dos pueblos que se han condenado a sí mismos.

La muerte de Héctor no es en Fénix un episodio tan destacado como en la Ilíada. No vemos a su mujer, Andrómaca, ni a su hijo; Aquiles no lo busca específicamente en el campo de batalla para vengar a Patroclo; Príamo no acude al campamento enemigo para recuperar su cuerpo. Para Tezuka, Héctor es uno más de los muchos soldados que pierden la vida en el campo de batalla, y con Aquiles sucede lo mismo. También en la versión de Tezuka muere a manos de Paris, quien le acierta con una flecha en el talón, su punto débil. Pero esta vez no hay alivio por haber acabado con uno de los mayores héroes griegos: Paris rompe su arco y se echa a llorar, pues comprende que esa venganza no va a devolverle a Héctor.

Daiya y Club son testigos de estos horrores, ya que ellos mismos son obligados a ir al campo de batalla en compañía de los miles de soldados a los que se les han prometido recompensas insignificantes por su participación en la guerra. Para los poderosos, los reyes de Troya y Esparta, su vida no tiene valor: son meros peones que utilizan para causar daño al enemigo. De hecho, los gobernantes son crueles y se dejan llevar por su rabia y sus deseos más bajos. En Fénix no hay un Príamo venerable entre los troyanos, y lo mismo sucede entre los griegos. Todos, pertenezcan al bando al que pertenezcan, son igual de atroces e inhumanos. Tezuka dibuja en sus páginas la injusticia del poder, al que no le importan lo más mínimo quienes se juegan la vida en el campo de batalla.

© Osamu Tezuka, 1954, 2016.

La última muestra de crueldad es el famoso caballo de Troya, que, al igual que en el mito original, pone fin a la guerra. Los griegos fingen marcharse, dejan tras de sí un enorme caballo de madera y los troyanos lo introducen en su ciudad pensando que se trata de una especie de obsequio… pero nada más lejos de la realidad. Cuando las celebraciones terminan, los griegos salen de su vientre y siembran el caos y el terror en Troya. Es el propio Ulises el que hiere a Daiya por tratarse de una muchacha enemiga, y le recrimina a Club que traicionara a quienes lo acogieron por ella: desde su punto de vista, es un cobarde. Pero los griegos están lejos de salir victoriosos: su treta no solo causa estragos entre los troyanos, sino también entre los suyos. Su propia arma se vuelve en su contra. Eso es lo que Tezuka pone de relieve: que las guerras no se ganan, aunque un bando prevalezca sobre el otro. El precio que deben pagar por la victoria es demasiado alto. Aunque el manga tiene un tono humorístico en ciertos momentos, muchas veces la sonrisa se nos queda congelada: detrás de la broma y del chiste hay un mensaje mucho más profundo y terrible.

Así que esa es la función de la cultura grecolatina en el capítulo de Grecia: transmitir una serie de ideas que se repiten en otras partes de Fénix en particular y de la obra de Tezuka en general. De ahí muchos de los cambios que el dios del manga introduce en sus páginas.

 

Con esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Ya os hablaré de Fénix en otra ocasión, que se me han quedado muchas cosas en el tintero! Os espero dentro de unos días con una nueva entrada. ¡Hasta entonces! Y gracias por estar ahí. 😊

 

Bibliografía

Como siempre, os dejo una lista de las referencias que he consultado por si queréis echarles un vistazo. 😊

Grimal, Pierre (1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco Payarols), Barcelona: Paidós.

Peer, Ayelet & Greenberg, Raz (2020). “The Japanese Trojan war: Tezuka Osamu’s envisioning of the Trojan cycle”, Greece and Rome, 67(2), pp. 151-176.

No hay comentarios:

Publicar un comentario