martes, 30 de noviembre de 2021

Manga y mundo clásico: una rivalidad tan antigua como el tiempo

Saint Seiya es un manga que ha fascinado a lectores de todo el mundo. El otro día, durante el evento de #AnimeRetroTV, fueron muchas las personas que contaron que su adaptación animada había formado parte de su infancia, que Seiya, Shiryû, Hyôga, Shun e Ikki los acompañaron esas tardes que pasaban frente al televisor. Yo he llegado a Los caballeros del Zodíaco más mayor, pero puedo entender el cariño que despierta este manga de Masami Kurumada en quienes se acercan a él: sus personajes intentan superarse siempre, no se rinden aunque la situación los abrume, trabajan en equipo y creen en sus compañeros.

Pero hoy, como supondréis, no estoy aquí para hablaros de las claves del éxito de Saint Seiya —publicado en España por Glénat y, después, por Planeta Cómic—, sino de los elementos de la cultura grecolatina que podemos encontrar en el manga. ¡Y ya era hora! 😊 Masami Kurumada recoge a muchos de los personajes de la mitología clásica y los inserta de diferentes maneras en una obra en la que también están presentes otras culturas y creencias: el hinduismo, el budismo, la leyenda artúrica, el cristianismo… Su mundo es ecléctico, algo muy frecuente en la cultura popular, que en muchos de sus productos se vale de influencias diversas para integrarlas en una misma realidad y reinterpretarlas. Hay infinidad de cosas que me gustaría decir sobre Saint Seiya: la manera en que está representada Atenea, la base mitológica de muchos de los caballeros… Hoy me voy a centrar en uno de los arcos del manga —no voy a referirme, por tanto, al anime: eso queda para otra entrada—, el de Poseidón, y en uno de los muchos aspectos que pueden observarse en él: la rivalidad entre el dios del mar y Atenea. 😊 Si no habéis leído el manga y tenéis intención de hacerlo, podéis deteneros aquí y volver al artículo más tarde: os aviso de que hay spoilers de la trama. Dicho esto, ¡empezamos! 😊

Atenas: la ciudad ansiada por los dioses

La disputa de Minerva y Neptuno, de René-Antoine Houasse
(ca. 1689)

No es raro que los dioses de la mitología grecolatina se enfrenten. Solo hay que ver lo que sucedió en la guerra de Troya: cada uno se decidió por uno de los dos bandos, al que apoyó de diferentes maneras. Algunas divinidades influyeron en las circunstancias que rodeaban a la contienda, otras se disfrazaron para participar directamente en las batallas… Y este es solo un ejemplo. En la mitología, hay muchos casos de rivalidades.

Uno de los más célebres es, precisamente, el de Atenea y Poseidón, que se disputaron el patronazgo de la ciudad de Atenas. No era la primera vez que el dios del mar intentaba convertirse en la divinidad protectora de un asentamiento humano. Una vez que los mortales construyeron las ciudades, a los habitantes del Olimpo les pareció una buena idea tomar algunas de ellas para ser venerados por sus habitantes. Para ser sinceros, a Poseidón no le iba demasiado bien. Perdió Corinto contra Helios. Dioniso se apoderó de Naxos; Apolo, de Delfos. Egina se la quedó Zeus, su hermano y padre de los dioses. Argos quedó en manos de Hera. Poseidón no solo tenía una suerte nefasta, sino también muy mal genio, y en varios casos las ciudades sufrieron las consecuencias de su ira.

La disputa de Minerva y Neptuno, de Merry-Joseph Blondel
(1821) 

Pero volvamos a Atenas. Poseidón quiso hacerse con la ciudad. Lo que no sabía es que iba a entrar en disputa con otra diosa, Atenea, dispuesta a arrebatársela y hacerse con el poder. El dios del mar llegó a la futura Atenas y, para indicar que él había sido el primero en tomar posesión de la ciudad, hizo brotar un pequeño mar en la acrópolis: golpeó las rocas con su tridente y de ellas surgió agua salada. Atenea acudió enseguida y se las arregló para plantar un olivo. Eso sí, se encargó de que hubiera testigos de su hazaña: concretamente, Cécrope, el primer rey de la ciudad, nacido de la propia tierra, mitad hombre y mitad serpiente. Así nos lo cuenta Apolodoro en su Biblioteca:

 

π τούτου, φασίν, δοξε τος θεος πόλεις καταλαβέσθαι, ν ας μελλον χειν τιμς δίας καστος. κεν ον πρτος Ποσειδν π τν ττικήν, κα πλήξας τ τριαίν κατ μέσην τν κρόπολιν πέφηνε θάλασσαν, ν νν ρεχθηίδα καλοσι. μετ δ τοτον κεν θην, κα ποιησαμένη τς καταλήψεως Κέκροπα μάρτυρα φύτευσεν λαίαν, νν ν τ Πανδροσεί δείκνυται.

 

(Apollod. Bibliotheca, III.14)

 

 

Dicen que en sus tiempos los dioses decidieron tomar las ciudades, en las que cada uno iba a recibir sus correspondientes honores. Entonces Poseidón llegó el primero al Ática y, tras golpear con su tridente en medio de la acrópolis, hizo aparecer un mar al que ahora llaman Erecteo. Después de este llegó Atenea y, tras conseguir que Cécrope fuera testigo de su toma de la ciudad, plantó un olivo que ahora se muestra en el Pandrosío.

 

Como os podéis imaginar, ninguno de los dos cedió ante el otro. Ambos deseaban la soberanía de la ciudad, así que se suscitó una disputa que no tardó en resolverse. Zeus la puso en manos de unos jueces a los que él mismo designó y que varían según las versiones. Algunas sostienen que fueron Cécrope y Cránao, su sucesor en el trono de Atenas; otras, que decidieron los ciudadanos atenienses. Apolodoro y otros escritores grecolatinos se decantan, sin embargo, por los propios dioses olímpicos. Lo importante aquí es que los jueces, fueran quienes fueran, le entregaron la ciudad a Atenea porque había un testigo de que ella había sido la primera en tomar posesión del asentamiento: Cécrope así lo afirmó.

 

γενομένης δ ριδος μφον περ τς χώρας, διαλύσας Ζες κριτς δωκεν, οχ ς επόν τινες, Κέκροπα κα Κραναόν, οδ ρυσίχθονα, θεος δ τος δώδεκα. κα τούτων δικαζόντων χώρα τς θηνς κρίθη, Κέκροπος μαρτυρήσαντος τι πρώτη τν λαίαν φύτευσεν.

 

(Apollod. Bibliotheca, III.14)

 

 

Como surgió entre ambos una disputa sobre la tierra, tras separarlos, Zeus nombró jueces, no, como dijeron algunos, a Cécrope y Cránao, ni a Erisictón, sino a los doce dioses. Y, pronunciando estos sentencia, la tierra le fue adjudicada a Atenea, ya que Cécrope había sido testigo de que ella había plantado el olivo la primera.

 

Ya os he adelantado que Poseidón no era un dios apacible, todo lo contrario. Perder la ciudad contra Atenea no le sentó demasiado bien, como os podéis imaginar, así que hizo algo bastante habitual en él: inundó la llanura de Eleusis como castigo.

 

θην μν ον φ αυτς τν πόλιν κάλεσεν θήνας, Ποσειδν δ θυμ ργισθες τ Θριάσιον πεδίον πέκλυσε κα τν ττικν φαλον ποίησε.

(Apollod. Bibliotheca, III.14)

 

 

Así pues, Atenea llamó «Atenas» a la ciudad a partir de su nombre, pero Poseidón, irritado en su ánimo, inundó la llanura Triasia e hizo que el Ática se sumergiera en el mar.

 

Las hilanderas, de Diego Velázquez (1655-1660)

Atenea estaba muy orgullosa de su logro. Tanto que, según nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, este fue el episodio que bordó en su tapiz cuando compitió contra Aracne, una joven que se jactó de su talento para tejer y se atrevió a desafiarla en una competición. Por supuesto, la historia no acaba bien y la joven fue convertida en una araña:

 

Cecropia Pallas scopulum Mavortis in arce

pingit et antiquam de terrae nomine litem.

Bis sex caelestes medio Iove sedibus altis

augusta gravitate sedent. Sua quemque [deorum

inscribit facies: Iovis est regalis imago.

Stare deum pelagi longoque ferire tridente

aspera saxa facit, medioque e vulnere saxi

exsiluisse fretum, quo pignore vindicet [urbem;

at sibi dat clipeum, dat acutae cuspidis [hastam,

dat galeam capiti, defenditur aegide pectus,

percussamque sua simulat de cuspide [terram

edere cum bacis fetum canentis olivae

mirarique deos: operis Victoria finis.

 

(Ov. Met. VI, 70-82).

 

 

Palas borda la roca de Marte en la acrópolis cecropia y la antigua disputa sobre el nombre de esa tierra. Los doce dioses celestes, con Júpiter en el medio, en sus altas sedes se sientan, con augusta seriedad. Su aspecto acostumbrado representa a cada uno de los dioses: el de Júpiter es la imagen de un rey. En el bordado, hace que el dios del mar se mantenga de pie, hiera con su largo tridente las ásperas rocas y haga brotar en medio de su herida un mar, prenda con la que reclama la ciudad. Por otro lado, a sí misma se da el escudo, se da una lanza de afilada punta, se da el casco para la cabeza, defiende su pecho con la égida, y reproduce cómo la tierra, herida por su lanza, hace surgir el retoño de un olivo grisáceo con sus frutos y cómo se admiran los dioses: la victoria es el fin de la obra.

 

 

Aunque muchas versiones sostienen que Poseidón hizo brotar un pequeño mar de la tierra para reivindicar su soberanía, otras difieren en este aspecto. Virgilio, al principio de sus Geórgicas —obra en la que habla de la agricultura y la vida rural, entre otras cosas—, cuando invoca a los dioses protectores del campo y las labores agrícolas, dice lo siguiente:

 

[…] Tuque o, cui prima frementem

fudit equum magno tellus percussa tridenti,

Neptune […]

 

(Verg. G, I, 12-14)

 

[…] y tú, Neptuno, para quien la tierra, herida por tu gran tridente, hizo surgir un caballo que relinchaba […]

 

Odiseo y Polifemo, de Arnold Böcklin (1896)

Ofreciera un mar de agua salada o un caballo, lo que está claro es que perdió en su lucha contra Atenea. Y, a decir verdad, no es la única vez que vemos a ambos dioses enfrentados. Son varios los episodios de la mitología y los textos literarios en los que, de alguna forma, Poseidón y Atenea mantienen una relación de rivalidad o cierta discordia, empezando por uno de los poemas épicos más célebres de la Antigüedad: la Odisea. La diosa de la sabiduría es la protectora de Ulises y se encarga de ayudarlo siempre que le es posible para que consiga regresar a casa, a Ítaca. Poseidón, por su parte, quiere impedirlo como venganza: el héroe griego cegó a su hijo, Polifemo, en la isla de los cíclopes.

Pero hay más. ¿Os acordáis de Medusa? Os hablé de ella hace unos meses. Una de las versiones del mito afirma que Atenea la convirtió en un terrible monstruo porque el dios del mar la había violado en uno de sus templos. En este caso, fue la víctima la que recibió el castigo.

Atenea y Poseidón: enemigos ancestrales

© Masami Kurumada 1986

Es esta rivalidad constante la que utiliza Masami Kurumada en su manga como base para el arco de Poseidón. Al igual que Atenea renace en la joven Saori Kido, el dios del mar se reencarna en Julian Solo, perteneciente a una importante familia dueña de una empresa armadora. Heredero de una fortuna millonaria, está muy ligado al mar y no únicamente por los negocios de su familia: desde que era pequeño, disfrutaba en sus orillas e incluso llegó a salvar la vida de algunas de sus criaturas, como nos muestra Tetis en el manga. Cuando se encuentra con Saori en su fiesta de cumpleaños, tiene la extraña sensación de conocerla desde siempre, y eso se debe a que ambos guardan en su interior a dos de los dioses olímpicos. Eso sí, al igual que en la mitología grecolatina, ambos están enfrentados y esa rivalidad, tal y como nos cuenta Kurumada en el manga, es ancestral. A lo largo de la historia, los caballeros de Atenea y las legiones de Poseidón se enfrentan en numerosas ocasiones: los primeros, para salvaguardar la paz y el bien; los segundos, para ayudar a su señor a conseguir el poder. El propio Julian Solo afirma que desea dominar todos los mares y océanos de la Tierra.

© Masami Kurumada 1986

El Poseidón de Kurumada tiene mucho en común con el dios de la Antigüedad. Para empezar, ambos hacen gala de un carácter violento: cuando el dios interior de Julian despierta, empieza a causar terremotos y maremotos por todo el mundo. ¿Su objetivo? Dominar la Tierra. Purificarla y librarla de unos humanos corruptos. El dios grecolatino también provoca terremotos, también inunda ciudades, como acabamos de ver. Algunos de los sobrenombres que recibía en la Antigüedad hacían referencia a estas cualidades: en muchos textos lo encontraréis como «el que agita la tierra». El arma principal de ambos es, por supuesto, el tridente, tan característico del dios del mar. De hecho, el momento en que Julian Solo lo encuentra es cuando Tetis, una muchacha perteneciente a sus legiones, le habla sobre su reencarnación y se lo lleva al santuario submarino. Entonces lo recuerda todo.

El Poseidón de Masami Kurumada está rodeado de personajes que recuerdan a criaturas de la mitología griega relacionadas con el mar. Los hipocampos, siempre en el séquito de Poseidón, Escila, las nereidas… Ya os he mencionado a Tetis, personaje que lleva el nombre de la nereida más famosa: la madre de Aquiles. No voy a detenerme mucho en esto, pero Kurumada toma diversos elementos de la mitología clásica y los mezcla con conceptos de otras culturas para dar forma a su propio océano, al mundo de Poseidón reimaginado.

© Masami Kurumada 1986

Otro de los elementos importantes de este dios del mar es, como he mencionado antes, su rivalidad con Atenea. En Saint Seiya, la diosa de la sabiduría lo sella en un ánfora —que, por cierto, me recuerda a la caja de Pandora: Poseidón es considerado como un mal y termina encerrado— para mantener la paz en el mundo. Sus luchas la llevaron a hacerlo y así proteger a la humanidad. Pero en el manga esta relación no es simplemente la de dos dioses con intereses enfrentados, que también —al fin y al cabo, Poseidón tiene un objetivo propio y una visión de cómo deben ser las cosas—, sino la representación de un concepto muy habitual en obras de corte épico: la lucha del bien contra el mal. Si Atenea ha regresado en Saori Kido ha sido para hacer que el primero prevalezca sobre el segundo. Sus caballeros, de hecho, son los adalides de la paz y la justicia. Poseidón representa una amenaza para esa estabilidad.

© Masami Kurumada 1986

Y, por cierto, al igual que en la mitología, Atenea gana: primero logra encerrar a su rival en un ánfora y sellarlo durante cientos de años; después, con la inestimable ayuda de sus caballeros, lo detiene una vez más. De todas formas, hay una diferencia muy importante: la mayor parte de la contienda no se da entre los dos dioses, sino entre sus subordinados. Es cierto que Atenea decide sacrificarse por la humanidad y por eso acude al santuario submarino de Poseidón, en el que este la encierra con intención de acabar con su vida, pero son Seiya y sus compañeros quienes acuden en su rescate, quienes se enfrentan a los generales del dios del mar, quienes destruyen los diferentes pilares sobre los que se asienta el templo para salvar a su señora. Atenea únicamente interviene al principio de la historia y al final, y aun así recibe la ayuda de sus caballeros para derrotar a su enemigo. Por su parte, y aunque Poseidón tiene un papel más activo —al fin y al cabo, él sí se enfrenta directamente a los caballeros de Atenea—, delega gran parte de los duelos en sus generales.

La lucha entre el bien y el mal: un tercero en discordia

© Masami Kurumada 1986

Con respecto al enfrentamiento entre Atenea/Saori y Poseidón/Julian, hay un último aspecto que mencionar: no son los únicos que intervienen en la lucha, ya sea en persona, ya sea a través de sus subordinados. Hay un tercer personaje en ese cóctel que, además, es especialmente importante: Kanon, el hermano de Saga, caballero de Géminis. Es el lado malvado de los dos gemelos. Su ambición lo lleva a cometer diversos crímenes y a enfrentarse a Seiya y los demás caballeros de bronce.

En el arco de Poseidón, Kanon se encarga de despertarlo. Atenea lo había encerrado en el cabo Sunion por sus aspiraciones y sus intentos de hacerse con el poder del santuario de la diosa, pero encontró el tridente del dios del mar. Eso supuso un giro importante en su vida: se trasladó a su templo submarino, donde encontró el ánfora, y pudo hablar con Poseidón. Descubrió muchas cosas: que este estaba a punto de reencarnarse, que Atenea había renacido de nuevo para enfrentarse a él, que su futuro huésped era un niño llamado Julian Solo. Kanon fingió querer ayudarlo en sus planes, aunque en realidad pretendía manejarlo a su antojo para conseguir poder y dominar el mundo. Lo que no había obtenido en el santuario de Atenea podría lograrlo a través del dios del mar. Así, detrás de gran parte de lo que sucede está Kanon. Atenea no solo debe hacer frente a su enemigo ancestral, sino también a uno de los suyos, dominado por la ambición y el mal que ella pretende combatir.

© Masami Kurumada 1986

¿Y por qué incluir un tercero en esa rivalidad ancestral que ya aparecía en la mitología clásica? En mi opinión, Kanon está en este arco para reforzar el triunfo del bien —y, por tanto, de Atenea—. Pese a sus deseos, en la lucha final contra Poseidón él recibe un golpe del tridente que iba dirigido a la diosa de la sabiduría. Es su manera de redimirse y pedirle perdón por sus actos. En la parte final del arco, se da cuenta de que Atenea lo protegió mientras estuvo recluido en la cárcel del cabo Sunion y de que el amor de la diosa por la humanidad en general y sus caballeros en particular es inconmensurable. Así, al igual que en los mitos, ella vuelve a vencer, y no solo a Poseidón: también al traidor, que regresa a su lado.

En definitiva, Masami Kurumada utiliza la mitología grecolatina —y, concretamente, la rivalidad entre Atenea y Poseidón— para mostrarnos ese enfrentamiento tradicional entre el mal y el bien. Aunque el dios del mar se limite a defender sus propios intereses, Atenea y sus caballeros representan los valores de la justicia, la bondad, la compasión… Es por eso por lo que Seiya y sus compañeros son capaces de derrotar a los enemigos más poderosos: porque creen en el poder de la amistad y en esos ideales que proceden de la diosa de la sabiduría.

 

Con esto termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Aún quedan muchas cosas que decir sobre la saga de Poseidón —y sobre Saint Seiya en general—, pero las reservo para otros artículos. Dicho esto, os espero dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! Gracias por leer. 😊

Bibliografía

Como es costumbre, os dejo una lista de las referencias que he utilizado para escribir el artículo, por si queréis consultarlas. 😊

Grimal, Pierre (1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco Payarols), Barcelona: Paidós.

sábado, 27 de noviembre de 2021

#AnimeRetroTV: cuando la tele se llenó de animación japonesa

Por fin ha llegado el 27 de noviembre y, con él, el evento #AnimeRetroTV, organizado por Estantería Otaku y en el que también participan Ninguna Parte, BlogVisual y AnimeFagos. 😊 Un día para la nostalgia, para el recuerdo, para la emoción: en definitiva, para recuperar a esos niños y adolescentes que fuimos y que veían anime en la tele. Cuando me propusieron participar, no me lo pensé dos veces: me hacía muchísima ilusión compartir con mis compañeros y con los lectores esas tardes que atesoro con tanto cariño, esas experiencias que, sin que yo fuera consciente, pusieron las bases de una afición que me ha traído hasta Afrodita L. 🤗

Crecí viendo anime. En casa, tenía una colección de películas infantiles entre las que se encontraba Unico, de Osamu Tezuka, que se convirtió en uno de mis filmes favoritos por aquel entonces. También fueron muchas las series japonesas que vi durante mi infancia: Doraemon, Oliver y Benji, Shin chan, Pokémon… Y algunas de ellas me marcaron especialmente. En la entrada de hoy, como parte de #AnimeRetroTV, quiero hablaros de ellas y de por qué significaron tanto para mí.

¡A la aventura!: Slayers. Reena y Gaudy

Empiezo con el primer anime que vi en televisión: Slayers, conocido en España como Reena y Gaudy. Años después, no ha perdido la magia que lo caracterizaba entonces, en los noventa: he vuelto a verlo de mayor y me sigue encantando. No solo por la nostalgia, que supongo que también influye, sino porque es una muy buena historia de aventuras, con unos personajes carismáticos y entrañables con los que conectas enseguida. Mi favorita es Amelia —me siento identificada con ella en muchas cosas, sobre todo en la torpeza—, pero todos los demás la siguen de cerca: Reena, por supuesto, Gaudy, Zelgadis, Zeros, Sylphiel… Y aquellos a los que he descubierto más tarde, como Naga, que solo sale en las películas. 

Era muy pequeña cuando comencé a ver Slayers. De hecho, mi madre siempre nos preguntaba a mi hermana y a mí si no teníamos pesadillas por su culpa. Y siempre se lo negábamos —con mucha insistencia— porque nos encantaba. Es cierto que en algunas escenas es bastante oscura —al menos, para unas niñas de cuatro o cinco años—, pero en ese momento nos daba igual. Queríamos saber más sobre Reena, Gaudy, Amelia, Zelgadis y sus aventuras. Nos reíamos con sus despistes y sus discusiones. Nos emocionábamos cuando les tocaba sufrir alguna adversidad. Cantábamos el opening, aunque no supiéramos lo que decía. Jugábamos a imaginar nuevas historias para ellos. De pequeña apuntaba maneras y sentía ya predilección por la fantasía, uno de mis géneros favoritos en la actualidad.

Cuando mi hermana y yo nos hicimos mayores, descubrimos que había mangas y, aunque no siempre contaran lo mismo que la serie, empezamos a coleccionarlos. Regresamos al anime muchos años después, volvimos a disfrutarlo, lo redescubrimos. También vimos las nuevas temporadas: fue genial descubrir que Reena y Gaudy seguían dando guerra años después y que podíamos vivir nuevas aventuras en su compañía. A día de hoy, y aunque es muy difícil escoger solo uno, cuando me preguntan cuál es mi anime favorito Slayers suele ser el primero que me viene a la cabeza.

Digimon: bienvenidos al mundo digital

He de confesarlo: mi relación con Digimon no empezó muy bien. Estaba en casa de mis abuelos, viendo los dibujos de la 2 y esperando impacientemente a que pusieran una serie que me encantaba. «Es genial», le estaba diciendo a mi abuela, «me gusta muchísimo». Creo recordar que la serie de la que hablaba con tanta emoción era Los Rugrats. Ahora que estoy haciendo memoria de todo lo que ponían en la tele cuando era pequeña me doy cuenta, una vez más, de los dibujos animados tan divertidos que había. 

Pero vuelvo a Digimon. No fueron Tommy, Chucky, Phil, Lil y Angélica los que aparecieron en pantalla ese día… sino unos niños que, de repente, viajaban a un extraño mundo lleno de criaturas muy variopintas. Y me enfadé, porque yo quería ver Los Rugrats —o lo que fuera— y los habían quitado de la televisión. Os adelanto que el disgusto no me duró demasiado. La siguiente vez que visité a mis abuelos y pusimos la 2 y Digimon, les dije: «No pasa nada, esta serie ya me gusta». Y es que era imposible no ceder ante la historia de los niños elegidos y sus monstruos digitales: no tardé en cogerles cariño a los protagonistas y divertirme con sus aventuras. A partir de entonces, me ponía triste cuando la sustituían por cualquier otra serie —no me importaba volver a ver la temporada completa, una y otra vez, las que hicieran falta— y me alegraba cuando la reponían o estrenaban las nuevas aventuras de los niños elegidos. Por supuesto, cuando anunciaron que iban a poner la película en el cine, allí estábamos mi hermana y yo para disfrutarla con toda la ilusión de nuestros ocho o nueve años.

Aunque la primera temporada de Digimon es la más especial de todas para mí, disfruté mucho de las que vinieron después: Digimon Adventure 02, Digimon Tamers y Digimon Frontier. De hecho, algunos de mis personajes y digimon favoritos —a excepción, por supuesto, de los primeros niños elegidos y sus monstruos digitales— salen en ellas. Wormmon y Ken Ichijôji. Rika y Renamon. Impmon. Zoe. Lanamon. Pero, si tuviera que elegir de entre todas las temporadas a un niño elegido y su compañero, me quedaría sin duda con Mimi y Palmon.

Con el paso del tiempo, Digimon ha seguido siendo muy importante para mí. Me emociono cada vez que escucho su opening, sigo comprando alguna figurita que me guste, he visto algunas de las nuevas temporadas, sobre todo si salen los niños elegidos originales. Y disfruté muchísimo cuando se estrenó en el cine la película Digimon adventure: last evolution kizuna, hecha especialmente para quienes crecimos con Tai, Agumon y los demás. De hecho, le dediqué una entrada hace unos meses. Ha sido, hasta la fecha, una de las que mas me ha emocionado escribir. ¡Y no va a ser la única vez que hable de Digimon en Afrodita L! Pero para eso hay que esperar un poco. 😉

Un cuaderno para cambiar el mundo: Death note

Termino con un anime que fue muy importante para mí. Ya era bastante más mayor que cuando veía Digimon y Slayers y probablemente no sea tan «retro» como el resto de títulos de los que he hablado, pero tuve la suerte de verlo en la tele a finales de la primera década de los dos mil. Me apetecía recogerlo al final de la entrada porque creo que, sin Death note, habría llegado más tarde al mundo del manga y tal vez este blog no existiría.

Descubrí Death note cuando estaba en el instituto. Un par de amigas me lo recomendaron muy encarecidamente. Me dijeron que me iba a gustar un montón, que estaba genial. Pero yo no sabía cómo ni dónde verlo, así que se quedó en mi lista de cosas pendientes. La casualidad quiso que, poco después, tuviera la oportunidad de hacerlo. Una noche, estaba haciendo zapping con mi hermana después de ver una película y, de repente, encontramos en la televisión autonómica de Castilla y León una serie que parecía interesante… y que enseguida reconocí como Death note, ese anime del que tan bien me habían hablado. ¡Me puse muy contenta! A partir de entonces, todos los viernes a medianoche —lo ponían tardísimo—, mi hermana y yo seguíamos a Light Yagami y Ryuk en su lucha para conseguir un mundo sin criminales. Era uno de mis momentos favoritos de la semana. Pero no fui la única a la que le encantó el anime: poco después, en mi instituto hubo una fiebre de Death note.

Como os he adelantado antes, la adaptación animada de la obra de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata me hizo interesarme por el manga. Me había gustado tanto la historia de Light, Ryuk, L y los demás que me apetecía revivirla en papel. Fue la primera serie que compré —seguida poco después por los tomos de Slayers: knight of Aqualord y D. Gray-man, que me llevó a coleccionar manga más en serio— y la culpable de que ahora tenga problemas de espacio en mi habitación. Ya era una compradora bastante habitual de libros, y desde entonces mi biblioteca se tiene que repartir las estanterías con mi mangateca.

Os cuento una última curiosidad: cuando mis padres y mi hermana me regalaron un ex libris en mi dieciocho cumpleaños, utilizaron la «l» de L para el diseño, aprovechando que también es la inicial de mi nombre —¡y que L era mi personaje favorito!. 😊

 

¡Con esto termino la entrada de hoy! 😊 Pero aún queda mucho evento por delante. Os animo a que visitéis las redes sociales y plataformas de todas las webs y blogs que participan en este #AnimeRetroTV: Estantería Otaku, Ninguna Parte, BlogVisual y AnimeFagos. ¡Y, por supuesto, a que compartáis con nosotros vuestros recuerdos sobre los animes que veíais en la tele! 🤗

Por mi parte, si todo va bien, os espero el martes con una nueva entrada sobre manganime y mundo clásico. ¡Hasta entonces! 😊

jueves, 18 de noviembre de 2021

Anime y mundo clásico: hacia las entrañas de la Tierra

Makoto Shinkai es uno de los nombres más célebres en el campo de la animación japonesa, y no es para menos. Su sensibilidad y buen hacer a la hora de trasladar sus historias a la pantalla lo han convertido en un director muy querido por espectadores de todo el mundo. De hecho, Your name, como muchos sabréis, se ha convertido en una de las películas de anime más taquilleras de la historia —a mí me gustó tanto que fui a verla al cine más de una vez—. Pero, por supuesto, Makoto Shinaki tiene más títulos que merecen la pena: 5 cm por segundo, El jardín de las palabras, El tiempo contigo… Y Viaje a Agartha, de la que os voy a hablar hoy. 😊 En ella, Makoto Shinkai nos hace viajar a un lugar en el interior de la tierra —que ciertas teorías esotéricas ubican bajo el desierto de Gobi— para contarnos una historia sobre la búsqueda, la muerte y el duelo. Si no la habéis visto, os recomiendo que lo hagáis: es muy emotiva y, además, visualmente está bastante cuidada. Recuerda un poco a la estética de los títulos del estudio Ghibli.

Pero en la entrada de hoy no quiero contaros por qué me ha gustado Viaje a Agartha. Para su película, Makoto Shinkai ha empleado como base numerosas referencias y una de ellas son los mitos clásicos, concretamente el de Orfeo y Eurídice. Nuestro director lo reinterpreta de una manera libre y lo mezcla con otras culturas para entretejer la trama de su cinta. Si no habéis visto Viaje a Agartha, podéis volver al blog cuando lo hayáis hecho: hay spoilers del argumento y no os la quiero arruinar. 🤗 Dicho esto, ¡vamos allá!

De camino al inframundo

Orfeo y Eurídice, de Rubens (1636-1638)

No es la primera vez que os hablo de Orfeo y Eurídice. Ya lo hice el año pasado, en la entrada que le dediqué a La ventana de Orfeo, de Riyoko Ikeda. Si queréis leer una versión más extensa del mito, con fragmentos de autores clásicos traducidos, podéis hacerlo aquí. Ahora voy a contaros un resumen por si es la primera vez que visitáis el blog o queréis refrescar la memoria.

Orfeo, músico y poeta tracio de habilidades excepcionales —era capaz, incluso, de amansar a las fieras más terribles con su lira—, contrajo matrimonio con una dríade de la que estaba profundamente enamorado: Eurídice. Parecía que el futuro les reservaba la felicidad absoluta, pero en realidad no fue así. El mismo día del enlace, Eurídice fue perseguida por Aristeo, un pastor y cazador que la deseaba, y, mientras huía, sufrió la picadura de una serpiente muy venenosa. Nadie pudo hacer nada para salvarla.

La muerte de Orfeo, de Émile Levy
(1866)

Sin embargo, para Orfeo rendirse no era una opción, por lo que decidió emprender un viaje hacia el inframundo y recuperar a Eurídice. En su camino, se encontró con decenas de peligros que logró sortear con ayuda de su música; incluso apaciguó al fiero Cerbero, el perro que guardaba el infierno, y detuvo las torturas de los condenados en el Tártaro. Hades y Perséfone no fueron una excepción: también ellos se sintieron conmovidos y accedieron a devolverle a la muchacha. Sin embargo, Orfeo tenía que cumplir una condición: no debía mirar a Eurídice hasta que salieran a la superficie. La muchacha caminaría detrás de él.

La historia no tiene un final feliz —salvo en las Metamorfosis de Ovidio, en las que el poeta se permite imaginar un reencuentro en el más allá—. Orfeo, abrumado por las dudas, fue incapaz de aguantar: se volvió a mirar a Eurídice y la ninfa tuvo que volver al inframundo. A partir de entonces, el músico vivió sumido en la tristeza más profunda hasta su muerte: fueron unas bacantes tracias las que lo mataron, despedazándolo. Las razones difieren según la versión del mito que consultemos.

Cuando Izanagi descendió a las tinieblas

Izanami e Izanagi, de Kobayashi 
Eitaku (ca. 1885)

En Viaje a Agartha, como os he comentado ya, no solo hay elementos procedentes de la historia de Orfeo y Eurídice, sino también de un mito japonés que tenemos recogido en el Kojiki: el viaje del dios Izanagi a Yomi, el País de las Tinieblas, en busca de su esposa Izanami. Ambos son deidades niponas primigenias, de las primeras que surgieron, y se encargaron, entre otras cosas, de crear el archipiélago de Japón y al linaje de la familia imperial.

Izanami murió tras dar a luz al dios del fuego. Su esposo, no obstante, no se rindió y, al igual que Orfeo, decidió ir al País de las Tinieblas en su busca. Cuando llegó, Izanami le abrió las puertas del palacio que allí se alzaba y le dijo que no podía salir de Yomi, ya que había probado la comida del País de las Tinieblas y eso la ataba a aquel sombrío lugar. De todas formas, decidió consultar a los dioses del inframundo al respecto, así que le indicó a Izanagi que esperara y que no la mirase hasta su regreso. A diferencia del mito de Orfeo y Eurídice, aquí no son los soberanos del inframundo quienes establecen sus condiciones, sino la mujer que va a ser rescatada.

Izanagi fue paciente, pero su esposa tardaba demasiado en volver. Al final, no pudo resistir la tentación de seguirla y rompió su promesa: se adentró en el palacio de Yomi y vio a Izanami…, que se estaba pudriendo. De su cuerpo salían gusanos. Tan horrible fue la visión que el dios salió despavorido, lo que enfureció a Izanami, quien se sintió despreciada. Así, ordenó a las sikome —similares a las furias de la cultura grecolatina— que fueran tras él. Aunque Izanagi intentó librarse de ellas en varias ocasiones, las sikome no cejaron en su empeño, y tampoco las Ocho Deidades de los Truenos y los Mil Quinientos Guerreros del País de las Tinieblas, a los que Izanami azuzó para que lo persiguieran.

Página de un facsímil
del Kojiki

Cuando Izanagi alcanzó el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos, se percató de que todavía no se había librado de sus perseguidores. La solución fue lanzarles tres melocotones, fruta que se utilizaba ya en China para alejar a los malos espíritus, y entonces las criaturas de las tinieblas se rindieron. Pero no Izanami. Para evitar que la diosa lo alcanzara, Izanagi selló la entrada al País de las Tinieblas con una roca que únicamente podía mover la fuerza de mil hombres. Como venganza, Izanami juró que segaría la vida de mil personas cada día. Izanagi, por su parte, afirmó que construiría mil quinientas cabañas de parto diarias para contrarrestar el mal que su esposa imponía a los seres humanos. Y así termina la historia: con un enfrentamiento. Nada que ver con la pena de Orfeo cuando regresó a la superficie sin su esposa.

El dolor por la ausencia

Como hemos visto, en Viaje a Agartha confluyen muchas influencias distintas: no solo la mitología grecolatina y la cultura japonesa, también el mundo del hinduismo con el carro volador shakuna vimana, las teorías esotéricas sobre la Tierra hueca… Todo ello le sirve a Makoto Shinkai para construir una historia sobre lo difícil que resulta lidiar con la ausencia de esos seres queridos que ya no están.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

La historia empieza cuando Asuna capta una extraña melodía a través de su radio. A partir de entonces, su vida cambia por completo. Cierto día, se encuentra con una criatura de pesadilla de la que la salva un chico, Shun, que procede de un mundo llamado Agartha. Poco después, la gente lo encuentra muerto y Asuna, en compañía del profesor Morisaki, decide emprender un viaje a la tierra de la que procedía Shun para traerlo de vuelta, pues, según se dice, en Agartha se cumplen todos los deseos.

En Viaje a Agartha nos encontramos con un doble Orfeo, un doble Izanagi. Por un lado, está Asuna, que decide partir para encontrarse con Shun; por otro, el profesor Morisaki, cuya esposa murió hace tiempo. Ambos han perdido a alguien importante y ansían recuperarlo, aunque de una manera distinta. El viaje de ambos personajes es muy diferente y también lo que están dispuestos a sacrificar para conseguir su objetivo.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

El periplo, igual que el del músico tracio, no es fácil. Son muchos los obstáculos a los que los protagonistas deben hacer frente, desde la organización Arcángel —a la que Morisaki, en principio, pertenece, pero que no duda en abandonar para conseguir sus propios objetivos— hasta las espantosas criaturas que aguardan en Agartha. La primera está formada por un grupo de personas que buscan el conocimiento sobre el inframundo para guiar a la humanidad por el camino correcto. En cuanto a las segundas, los seres que más problemas les causan a Asuna y Morisaki son los izoku, criaturas de la sombra que devoran a quienes encuentran en su camino. Los protagonistas no tienen música como la de Orfeo para hacerles frente, pero sí su propia fuerza interior y la ayuda de otros personajes, como Shin, el hermano de Shun, que acude varias veces en su rescate. Al igual que Cerbero y los demás peligros que Orfeo tuvo que afrontar, pueden ser superados. Por otra parte, su persecución constante recuerda en cierto modo a la de las sikome en el mito de Izanagi, solo que los izoku hostigan a Asuna y Morisaki cuando viajan hacia Finis Terra, la puerta entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y no cuando regresan hacia la superficie. Por otro lado, no forman parte de la venganza de ningún dios: son un mecanismo más que regula la vida y la muerte en Agartha, un mundo intermedio entre la Tierra y el más allá.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

En este sentido, también destacan los soldados de Amaurot, uno de los pueblos de Agartha, que persiguen a Morisaki y Asuna para que les devuelvan la clavis, un instrumento que permite abrir las puertas a su mundo y también acceder a Finis Terra. Al igual que las sikome, persiguen a los protagonistas por unos actos que, según su criterio —el de Izanami en el mito japonés—, están mal: viajar hacia el mundo de los muertos para traerlos de vuelta en el caso de la película, abandonar el inframundo por miedo en lo que respecta a la historia de Izanagi y su esposa. Al igual que con los izoku, la persecución tiene lugar en sentido contrario, cuando los protagonistas están en medio del viaje de ida y no cuando regresan, pero se pueden encontrar ciertas similitudes.

Otro elemento común que tienen los mitos y la película es la intervención de los dioses, si bien su papel en Viaje a Agartha se asemeja más al de Hades y Perséfone. Cuando Morisaki llega por fin a Finis Terra, le pide un deseo a un dios de aspecto bastante peculiar: su cuerpo está completamente cubierto por ojos que vigilan los alrededores —no pude evitar pensar en Argos, el gigante de la mitología griega, que vigiló a Ío, una de las amantes de Zeus, con sus cien ojos—. Es él quien se lo concede y quien le impone también unas condiciones, similares, en cierta manera, a las que tiene que aceptar Orfeo en el mito griego original. Por una parte, para que su esposa regrese necesita un cuerpo que le sirva de recipiente; por otra, Morisaki paga un precio: su vista. Mientras su mujer vuelve a la vida, él se queda ciego. No es la misma «ceguera» a la que se vio sometido Orfeo —al fin y al cabo, él no tuvo que sacrificar sus ojos; simplemente, no debía mirar a Eurídice—, pero al profesor también se le impide ver a su amada.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

¿Y qué decir de los diferentes lagos y mares que Asuna y Morisaki deben atravesar durante su periplo? Primero, el Mar Intersticial, una suerte de laguna en la que se hunden para llegar a Agartha; después, otro lago y un río, por los que navegan en una barca para llegar, por fin, a su destino: Finis Terra. En cierto sentido, esas partes de la película me recordaron a Caronte, el barquero del inframundo que conducía a las almas de los muertos al Hades cruzando el Aqueronte, uno de los ríos del infierno.

Entender la muerte: un nuevo Orfeo

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

Makoto Shinkai tampoco le concede un final feliz a su Orfeo, Morisaki. Pese al deseo de traer de vuelta a su mujer, sus sueños se frustran: el recipiente que necesita es la propia Asuna, su única compañía durante el viaje, pero Shin impide el proceso de «resurrección». Y es que, al fin y al cabo, lo importante son los vivos. Son ellos los que deben tener una oportunidad, no quienes se han marchado definitivamente. Por supuesto, Morisaki intenta que sus planes salgan adelante, aunque no lo consigue. Así termina su descenso a los infiernos: como sucedía en el mito clásico original, Orfeo pierde a Eurídice para siempre.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

Sin embargo, hay una diferencia. Mientras que el músico tracio se sumía en una tristeza increíblemente profunda que lo condujo a su muerte, Morisaki no. Llora su pérdida, por supuesto, pero termina asumiéndola. En la película no se nos muestra mucho más sobre él, pero parece que se queda en Agartha para empezar de nuevo. Y, de esa forma, Makoto Shinkai nos transmite un mensaje sobre la pérdida y el duelo: es inevitable sentir pena por nuestros muertos, pero hay que seguir adelante.

El otro Orfeo de Shinkai, de hecho, se da cuenta antes de que ese es el camino. Asuna descendió a Agartha porque se sentía sola —recordemos que perdió a Shun, tan especial para ella, y también a su padre cuando todavía era una niña—, pero durante su viaje encontró a nuevos compañeros que consiguieron aliviar un poco esa soledad. Por otro lado, en la superficie la espera su madre, y también un futuro prometedor. Aún le quedan muchas cosas que hacer, que vivir, y el duelo no puede convertirse en su rémora.

© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982

Así, Makoto Shinkai nos presenta a un Orfeo diferente que no se queda en su lamento, sino que acepta y sigue adelante de una forma u otra. Es un Orfeo lleno de esperanza que, incluso, puede encontrar una nueva felicidad.

 

Con esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Viaje a Agartha es una película preciosa, tanto por su argumento como por el mimo con el que está animada. Tenía muchas ganas de hablar de ella. Dicho esto, os espero dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! 😊

 

Bibliografía

Como siempre, os dejo por aquí una lista de las referencias que he utilizado para escribir la entrada, por si tenéis interés. 😊 Recordad que podéis pinchar en las imágenes para acceder a su fuente. Los fotogramas de la película proceden de la página web de CoMix Wave Films.

Rubio, Carlos & Tani Moratalla, Rumi (trads.) (20183). Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón, Madrid: Trotta (primera ed., 2008).