martes, 31 de agosto de 2021

Reseña: Ayako

Ayako ha sido uno de mis eternos mangas pendientes. Me llamó la atención desde que Planeta Cómic publicó la nueva edición, y eso que no tenía muy claro de qué iba. Pero Osamu Tezuka es un autor que me encanta, por muchas razones, así que Ayako se fue directo a mi lista de futuras compras. Tuve la suerte de que mi hermana y su novio me lo regalaran por Navidad. ¡Menuda sorpresa! 😊 En cuanto tuve un poco de tiempo —dos tomos de más de cuatrocientas páginas lo requieren—, me sumergí en la historia ideada por Tezuka… Y me encontré con algo totalmente diferente a lo que me había imaginado. Es cierto que, como os he dicho, apenas sabía nada del argumento, pero no esperaba una trama tan sombría.

Porque Ayako es un manga muy duro en el que sale a relucir la parte más oscura del ser humano. Pero, pese a todo, merece mucho la pena. Osamu Tezuka sabe cómo contar una historia que horroriza y fascina a partes iguales. Hoy quiero hablaros de ella.

Una vida en la sombra

© Osamu Tezuka 1972, 2016.

Jirô Tenge regresa a casa después de varios años en el frente del extranjero. Sin embargo, las cosas en su hogar no son tal y como él esperaba. Para empezar, a su padre le cuesta aceptar a un hijo que, según él, ha vuelto sin honor de la guerra. Y, además, hay un nuevo miembro en su familia: la pequeña Ayako, que es hija de su padre… pero no de su madre. Los Tenge no hacen más que esconder secretos, Jirô incluido, ya que trabaja como agente para Estados Unidos sin que nadie lo sepa. No obstante, ese cúmulo de verdades ocultas amenaza con estallar.

Porque la inocente Ayako pronto descubre algunas de esas verdades que no deberían salir a la luz. Y, por supuesto, las cosas no pueden quedarse así. Para evitar que la familia caiga en desgracia y que la policía husmee en ciertos asuntos, los Tenge optan por encerrarla en un sótano de por vida. A partir de entonces, la pequeña llevará una vida solitaria, sin entender qué es lo que ha ocurrido.

© Osamu Tezuka 1972, 2016.

Ayako es un manga en el que se mezclan una trama política y de espionaje con otra familiar. A medida que avanzamos en la lectura, queremos saber cómo van a desarrollarse los acontecimientos para los personajes, hasta dónde va a llegar su ambición, si en algún momento se frustrarán o no sus planes. Y hay bastantes sorpresas, así que el interés del lector no decae. 

El segundo volumen de Ayako se cierra, además, con tres historias cortas en las que el dios del manga explora de nuevo temas como la maldad, la violencia, la pérdida o la venganza: Melodía de acero, La silueta blanca y Revolución. Aunque no tienen que ver con la trama de la familia Tenge, son un buen complemento para ahondar en la obra del Tezuka más adulto. 

La decadencia de los Tenge

El mundo de los Tenge, esa postguerra que nos muestra Tezuka, es de todo menos amable. Abusos, violencia, traiciones, muerte. Quienes se llevan la peor parte son las mujeres, los niños, los discapacitados… Muchos de ellos no pueden defenderse ni encontrar una salida a su situación, algo de lo que se aprovechan quienes realmente tienen la fuerza y el poder. Si se convierten en un problema, entonces se deshacen de ellos de diferentes formas. No se les permite tomar las riendas de su vida ni rebelarse. Así lo vemos en Sue, la cuñada de Jirô, atrapada en una situación muy complicada por los intereses de su marido, y en Oryô, una muchacha a la que la familia Tenge acoge. También, por supuesto, en la propia Ayako.

© Osamu Tezuka 1972, 2016.

La decadencia de la familia Tenge se basa en esta dinámica. La mayoría de sus miembros se mueven por su propio interés y están dispuestos a llegar adonde sea con tal de conseguir sus objetivos: herencias, placer, seguridad, silencio. Incluso los que parecen, en principio, más íntegros y honestos guardan oscuridad en su interior. Tezuka los utiliza para esbozar un retrato de la maldad humana más terrible, esa que nos lleva a degradarnos hasta límites insospechados. Aun así, no se trata de personajes planos: todos ellos tienen sus momentos de debilidad, sus afectos, sus miedos. Nada de eso justifica su manera de comportarse y enfrentarse a los problemas, por supuesto, pero los hace complejos, el motor ideal para que una historia tan oscura como esta avance.

© Osamu Tezuka 1972, 2016.

Y, en medio de esa maldad, se encuentra, por ejemplo, la inocente Ayako, uno de los personajes más interesantes desde mi punto de vista por cómo se va construyendo a lo largo de la historia, a partir de su encierro en el sótano. La relación que establece con el mundo que hay más allá de sus cuatro paredes se desarrolla a partir de lo poco que le cuentan quienes la visitan, de los libros y revistas que recibe de vez en cuando. La ambición de sus familiares la condena a no entender, a no saber, con todas las consecuencias. No quiero deciros mucho más para no destriparos la trama, pero su vida es especialmente complicada, ya que no sabe cómo comportarse, cómo establecer límites —en muchos sentidos—. Como lectores, sufrimos con ella y la acompañamos en un viaje lleno de dificultades.

Narrar el ocaso de una familia: el dibujo de Osamu Tezuka

En Ayako encontramos muchos de los elementos que caracterizan la narrativa de Osamu Tezuka. La peculiar disposición de las viñetas. La expresividad de sus personajes, tan característicos. El dinamismo cinematográfico de sus escenas. Las metáforas visuales y un dibujo más simbólico en escenas clave de la historia. El uso de las sombras y de siluetas negras para contar, de manera más sutil, determinados aspectos de la historia. En ocasiones, incluso utiliza un estilo más realista y detallado, especialmente para hacer referencia a la realidad política del momento en que transcurre la obra o para destacar momentos importantes. Todo ello hace que Ayako sea una maravilla también desde el punto de vista visual. Osamu Tezuka sabe bien cómo quiere contar su historia.

 

¡Hasta aquí la reseña de hoy! Espero que os haya gustado. 😊 Por mi parte, os espero dentro de unos días con una nueva entrada sobre manga y mundo clásico. ¡Ahora en septiembre espero recuperar el ritmo habitual de tres entradas al mes! 


miércoles, 18 de agosto de 2021

Manga y mundo clásico: condenados al olvido

Hace ya un tiempo que Norma anunció la licencia de un manga que me llamó mucho la atención por su trasfondo: Im. El sumo sacerdote Imhotep. Sinceramente, cuando dijeron que iban a publicarlo, no lo conocía, pero decidí leerlo por curiosidad. La premisa me pareció interesante: el sacerdote egipcio Imhotep volvía a la vida miles de años después… y en el Tokio actual. Ya he dicho muchas veces lo mucho que me maravilla la capacidad que tienen los mangakas para reinterpretar otras culturas e insertarlas en su realidad.

Porque eso es Im. Un manga de acción y comedia en el que el antiguo Egipto y el país del sol naciente se entremezclan. La historia comienza con Hinome, una estudiante a la que sus compañeros marginan porque, según dicen, es víctima de una maldición. Y es que a la pobre le sucede una cosa extrañísima —y bastante peligrosa— desde hace mucho tiempo: cuando habla, de sus labios salen llamas. Un día, por casualidad, se encuentra con un muchacho muy particular que resulta ser Imhotep, el famoso sacerdote egipcio, quien fue sellado en el pasado como castigo. Sin embargo, ha regresado con una misión importantísima: acabar con los magai, imitaciones de los dioses que provocan terribles catástrofes… e incluso poseen a los seres humanos. A partir de entonces, la vida de Hinome cambia por completo, ya que se verá envuelta en los asuntos de Im y en un pasado que todavía lo persigue.

© Makoto Morishita 2015.

Es cierto que Im. El sumo sacerdote Imhotep tiene un planteamiento típico de este tipo de mangas, con elementos bastante reconocibles, pero creo que Makoto Morishita consigue hacerlos suyos para contarnos una historia muy disfrutable sobre la amistad y la necesidad de enmendar nuestros errores a fin de sentirnos en paz y seguir adelante. A mí, por lo menos, ha terminado gustándome bastante. Pero en esta entrada no quiero contaros por qué, sino hablaros de uno de los elementos que aparecen en Im y que tiene que ver, en parte, con el mundo grecolatino: la damnatio memoriae, la condena de la memoria. Si bien es cierto que es célebre, sobre todo, por su aplicación en el mundo romano, son varias las civilizaciones antiguas que la tienen en común. Por eso la entrada de hoy va a ser un poco especial: no solo voy a centrarme en Grecia y Roma —sobre las que haré algunos apuntes—, sino también en Egipto. 😊 Aunque Im tenga como base la civilización egipcia y la mayoría de los elementos se vinculen con ella, la damnatio memoriae fue muy importante en el mundo romano, de ahí que haya decidido incluir el artículo en la sección de «Manga y mundo clásico».

Antes de empezar, una advertencia: hay spoilers de la trama. Para tratar el tema de hoy, quiero hablar del manga en su conjunto, así que, si tenéis intención de leer Im y no queréis que os destripe nada, podéis volver cuando lo hayáis terminado. Dicho esto, ¡vamos allá! 😊

Reescribir la memoria

Tondo con la familia de Septimio Severo. Su hijo,
Geta, tiene la cara borrada por una damnatio
memoriae.

© Antikensammlung der Staatlichen Museen zu Berlin
- Preußischer Kulturbesitz.
Fotografía de Johannes Laurentius
.

Lo primero de todo, vamos a ver brevemente qué es la damnatio memoriae. Y digo brevemente porque se trata de un fenómeno bastante complejo. Esta locución latina —que, sin embargo, no se encuentra como tal en las fuentes clásicas, sino que se acuñó en el siglo XVII— suele utilizarse para aludir a un tipo de castigo impuesto en la sociedad romana, especialmente en época imperial, mediante el que se condenaba la memoria de un ciudadano y se lo relegaba al olvido, de modo que su recuerdo no trascendía la muerte. Las autoridades llevaban a cabo un juicio tras la muerte de un personaje relevante y, en función de lo que hubiera hecho en vida, podía ser condenado a la damnatio memoriae. Algunos estudiosos sostienen que estas prácticas fueron adoptadas por los romanos a partir de la Grecia helenística, complicada desde un punto de vista político. Los reyes helenísticos recibían honores y culto por parte de sus súbditos, pero en ocasiones estos podían ser revocados, por distintas razones y de diferentes formas. Dichos procesos a veces conllevaban la destrucción de sus estatuas, la eliminación de su nombre en determinadas listas… Tenemos un ejemplo en Filipo V de Macedonia, a quien los atenienses le impusieron una suerte de damnatio memoriae durante la segunda guerra macedónica: se decretó que se destruyeran sus estatuas, retratos e inscripciones —también las de sus ancestros—, se revocaron fiestas y rituales establecidos en su honor y se decretó que se pronunciasen maldiciones contra él cada vez que los sacerdotes hicieran plegarias por Atenas y sus ciudadanos. Así nos lo cuenta Tito Livio en Ab urbe condita.

Estatua de Domiciano.

Los orígenes de la damnatio memoriae romana suelen ubicarse a finales del periodo republicano. Entonces, era especialmente importante para alguien dedicado a la política terminar su carrera con el reconocimiento oficial de sus gestae los hechos memorables que había llevado a cabo, así como su permanencia en la memoria colectiva. ¿Qué sucedía, entonces, con aquellos a quienes se había considerado, por diferentes razones, enemigos del Estado? Que, como he mencionado, se los podía condenar al olvido mediante diferentes procesos, muy variados, a los que suele aludirse en los textos jurídicos con expresiones como memoria damnata. A esta condena se asociaban dos clases de crímenes político: la perduellio, por llevar a cabo una acción concreta contra el Estado, y los de maiestate, por mostrar negligencia o no ejercer adecuadamente las funciones públicas, así como por atentar contra el mos maiorum —las tradiciones ancestrales que debían seguirse para un buen comportamiento— o la piedad que se debía a los dioses. En el primer caso, se condenaba al criminal a muerte y, con frecuencia, se llevaban a cabo procesos de condena de la memoria; en el segundo, se solía castigar con el destierro y, de vez en cuando, con el olvido, aunque no siempre ni de forma obligatoria. Durante el principado, se consideraba que ambos tipos de delitos eran una ofensa contra el princeps y los suyos, por lo que terminaron identificándose. 

A lo largo del tiempo, los procesos de condena de la memoria fueron transformándose. En una primera fase, todavía en época republicana, era habitual que las sanciones se relacionaran con el ámbito privado y la condena se entendiera en este sentido. Las penas eran muy variadas —demolición de viviendas, destrucción de inscripciones y estatuas, eliminación de menciones públicas, prohibición de que sus descendientes llevaran su nombre…— y se aplicaron de formas bastante diversas. Fue durante el principado cuando los procesos de damnatio memoriae adquirieron una serie de características que perduraron, casi sin modificación, varios siglos y cuando empezaron a llevarse a cabo de forma más generalizada. 

Moneda acuñada para recordar el consulado de Sejano,
con su nombre raspado.
Como conspiró contra el emperador Tiberio, se le aplicó una
damnatio memoriae
Fotografía de Classical Numismatic Group.

La damnatio memoriae afectó a muchos personajes importantes desde el punto de vista político e histórico, como Marco Antonio, el cónsul Cneo Calpurnio Pisón o el poeta Cornelio Galo. Varios emperadores y miembros de la familia imperial —mujeres incluidas— sufrieron procesos de este tipo: Nerón, Domiciano, Heliogábalo… Durante el principado fue un mecanismo bastante utilizado para afianzar el poder. Se perseguía a los enemigos políticos del princeps o a personas a las que se veía como una amenaza, se juzgaba a determinados personajes según los intereses políticos… Hubo condenas tanto justas como injustas. Algunas de ellas, con el tiempo, fueron revocadas y a los afectados se les restituyeron ciertos honores.

Esfinge de Hatshepsut.

Sin embargo, como ya he mencionado, los romanos no fueron los únicos en intentar borrar el recuerdo de aquellos a quienes consideraban enemigos. Y tampoco los primeros. Se tiene constancia de que otras civilizaciones, como la babilonia o la persa, aplicaban castigos semejantes. También en el antiguo Egipto, mucho antes de que los romanos llevaran a cabo sus propios procesos de damnatio memoriae, hubo varios ejemplos, de ahí que se emplee esta expresión para hacer referencia a este tipo de condenas. ¿Os suena la reina Hatshepsut? Tanto ella como Senenmut, uno de sus grandes apoyos, fueron castigados con el olvido, bien por sus pretensiones políticas, bien para que, al eliminar sus nombres de los registros y destruir sus imágenes, el faraón Tutmosis III pudiera legitimarse en el trono. Otro caso muy célebre es el de Akhenatón, el conocido como faraón hereje, quien, durante su reinado, terminó instaurando el culto a Atón como única y suprema divinidad del panteón egipcio, cambiando por completo la religión tradicional. Los conflictos con los sacerdotes y el pueblo, que no había abandonado sus creencias, hicieron que, a su muerte, el faraón fuera condenado a una damnatio memoriae: su nombre, sus imágenes… En Egipto era también una condena terrible, ya que la eliminación del nombre, fundamental para el ser humano —pues contenía parte de su esencia—, suponía la negación de la existencia y la imposibilidad de tener una vida en el otro mundo. 

Hechizos para borrar el recuerdo

© Makoto Morishita 2015.

¿Y cómo aparece la damnatio memoriae en Im? Pues bien, no se trata de un mecanismo de índole política, sino de magia. La damnatio imaginada por Makoto Morishita para su historia es, en realidad, un poderoso conjuro prohibido que el dios Thot grabó en un megalito al que solo sus sacerdotes pueden acceder: está protegido en su templo. Desde el principio, se nos dice que es un hechizo terrible, cuya fuerza mágica puede eliminar los recuerdos para siempre. Su utilización suele traer consecuencias nefastas, de ahí que Im, una vez ha regresado al presente, se niegue a utilizarlo… otra vez. Porque el poder de la damnatio memoriae se desata varias veces a lo largo de la historia, a veces con resultados que atormentan al protagonista durante siglos. 

La primera vez sucede, precisamente, en el pasado, en Egipto. Imhotep era un muchacho solitario, pero terminó haciéndose amigo, contra todo pronóstico, de Zoser, el hijo del faraón. Sin embargo, un destino terrible le aguardaba: había nacido para ser sacrificado y, de esa forma, contener el miasma del infierno, surgido a partir de las almas de los condenados. Im quiso salvar a su amigo utilizando el conjuro prohibido de la damnatio memoriae: si lograba eliminar dichas impurezas por su cuenta, Zoser podría vivir. Sin embargo, las cosas no salieron bien y el hechizo provocó una catástrofe horrible. Entre otras cosas, aparecieron los magai, los trasuntos de los dioses que he mencionado al principio. Imhotep se vio obligado a acabar con su amigo y fue sellado durante miles de años, ya que se lo consideró el principal culpable del desastre. 

© Makoto Morishita 2015.

Por eso, cuando los sacerdotes de Amón, en el presente, le piden a Im que elimine definitivamente a Zoser con la damnatio memoriae, este se muestra tan reticente. Son muchos los recuerdos desagradables y la culpa todavía le pesa. Por otro lado, no quiere eliminar de nuevo a su amigo, por mucho que haya regresado y esté causando problemas. Está seguro de que hay otras formas de vencerlo en vez de utilizar una magia tan terrible. 

Y es que la damnatio memoriae se nos presenta en el manga como un mecanismo mucho más negativo y destructivo que el que se empleó en la Antigüedad, ya sea en Roma o en Egipto. La condena de la memoria, como acabamos de ver, tenía consecuencias para aquel a quien se le aplicaba y, en su caso, para su familia o seguidores. Sin embargo, en el manga de Makoto Morishita se emplea para borrar cualquier tipo de elemento, no simplemente el nombre y los hechos relacionados con una persona, de ahí que sus consecuencias tengan un mayor alcance. De hecho, cuando Im la utiliza por primera vez provoca la muerte de cientos de personas, además del surgimiento de los magai, que siguen prolongando la desgracia durante milenios: con su poder, pueden causar todo tipo de males en el futuro. Es la población general la que se transforma en víctima de la damnatio memoriae.  Cuando Jonsu, uno de los superiores de los sacerdotes de Amón, propone la magia como método para acabar con Zoser, tenemos una utilización de la damnatio memoriae contra una persona concreta, no contra una impureza o unos recuerdos generales, pero no se trata solo de un castigo personal por sus actos: se busca evitar un mal mayor.

© Makoto Morishita 2015.

Por otra parte, el hechizo escrito por Thot en el megalito es también un mecanismo que los dioses tienen en su poder para reiniciar el mundo si su devenir se tuerce demasiado. En ese sentido, la damnatio memoriae supone la destrucción de la realidad tal como Im y sus amigos la conocen. No suena demasiado bien, ¿verdad? Esta condena de la memoria es bastante más radical que la original, aunque también pretendiera hacer como si ciertas personas y hechos no hubieran existido.

Un resquicio de esperanza

Sin embargo, ¿es tan terrible la damnatio memoriae como Im afirma? En parte sí, como acabamos de ver. Pero en ocasiones ese borrado puede servir como solución a los problemas y restaurar cierto orden universal. Así se ve, por ejemplo, en la recta final del manga, cuando Zoser le desvela a Im su secreto y desata el caos en la sede central de los sacerdotes de Amón, en Egipto. Cuando todos sus habitantes empiezan a transformarse en magai, la única solución es, precisamente, la magia prohibida de Thot: el borrado permite que toda la gente regrese a la normalidad. Eso sí, esta vez no es Imhotep el que invoca el poder solo; es el propio dios quien pronuncia el conjuro. Y quizás por eso no tiene consecuencias nefastas. No es un humano débil el que emplea una magia que supera sus fuerzas y desata el caos: la divinidad está detrás —esto me recuerda, salvando bastante las distancias, a la hýbris griega, a esos humanos que pretendían compararse con los dioses y superar los límites impuestos por ellos para recibir un castigo a cambio. Son muchos los ejemplos que tenemos en la mitología. Parece como si Imhotep, al emplear un hechizo tabú tan complejo él solo, hubiera recibido un escarmiento—.

© Makoto Morishita 2015.

Y es también la damnatio memoriae la que permite que todos tengan una nueva oportunidad al final del manga. Sin embargo, no son los dioses quienes deciden cómo ha de reconstruirse el mundo. Para alcanzar el equilibrio y la felicidad, se precisa que intervengan dos partes, la divina y la humana, Thot e Imhotep, juntos. La colaboración entre ambas esferas es la que permite que, al final, esa magia tan terrible se convierta en esperanza. Ni los mortales pretenden utilizar por su cuenta una herramienta demasiado poderosa ni los inmortales toman decisiones unilaterales.

Así, la damnatio memoriae es una moneda de dos caras. Tiene un lado devastador, pero también uno más luminoso y positivo, ya que puede beneficiar a toda la humanidad. Esa es otra de las diferencias que se ven con respecto a la condena de la memoria antigua, tan demoledora para aquel a quien se le aplicaba.

 

Con esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Si os interesa la cultura egipcia estoy segura de que disfrutaréis de Im. El sumo sacerdote Imhotep. Por mi parte, os espero la semana que viene con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! ¡Espero que estéis pasando un buen verano!


Bibliografía

Como siempre, os dejo una lista de las referencias que me han servido para escribir mi entrada. En este post, solo ofrezco una visión muy general de la damnatio memoriae; si queréis saber más, en estos libros y artículos podéis encontrar muchos más datos y nuevas referencias bibliográficas para seguir ampliando información. 😊 Si clicáis en las imágenes, podéis acceder a su fuente.

Benoist, Stéphane (2003). “Martelage et damnatio memoriae: une introduction”, Cahiers du Centre Gustave Glotz, 14, 231-240.

Bujanda Viloria, Sharif (2016). “El ‘complot del harén’: damnatio memoriae y el tabú de la sangre derramada en el reino nuevo egipcio”, Antesteria: debates de Historia Antigua, 5, 5-13.

Castel Ronda, Elisa (1999). Egipto. Signos y símbolos de lo sagrado, Madrid: Alderabán.

Crespo Pérez, Carlos (2014). La condenación al olvido (damnatio memoriae). La deshonra pública tras la muerte en la política romana (siglos I-IV d.C.), Madrid: Signifer.

Flower, Harriet I. (2006). The art of forgetting. Disgrace and oblivion in Roman political culture, Chapel Hill: The University of North Caroline Press.

Galán, José Manuel (2004). “El paso del tiempo y el recuerdo del pasado en el antiguo Egipto”, Disparidades. Revista de Antropología, 59(1), 37-55.