Makoto
Shinkai es uno de los nombres más célebres en el campo de la animación
japonesa, y no es para menos. Su sensibilidad y buen hacer a la hora de
trasladar sus historias a la pantalla lo han convertido en un director muy
querido por espectadores de todo el mundo. De hecho, Your name, como
muchos sabréis, se ha convertido en una de las películas de anime más taquilleras
de la historia —a mí me gustó tanto que fui a verla al cine más de una vez—.
Pero, por supuesto, Makoto Shinaki tiene más títulos que merecen la pena: 5
cm por segundo, El jardín de las palabras, El tiempo contigo…
Y Viaje a Agartha, de la que os voy a hablar hoy. 😊 En
ella, Makoto Shinkai nos hace viajar a un lugar en el interior de la tierra —que
ciertas teorías esotéricas ubican bajo el desierto de Gobi— para contarnos una
historia sobre la búsqueda, la muerte y el duelo. Si no la habéis visto, os
recomiendo que lo hagáis: es muy emotiva y, además, visualmente está bastante
cuidada. Recuerda un poco a la estética de los títulos del estudio Ghibli.
Pero en
la entrada de hoy no quiero contaros por qué me ha gustado Viaje a Agartha.
Para su película, Makoto Shinkai ha empleado como base numerosas referencias y
una de ellas son los mitos clásicos, concretamente el de Orfeo y Eurídice.
Nuestro director lo reinterpreta de una manera libre y lo mezcla con otras
culturas para entretejer la trama de su cinta. Si no habéis visto Viaje a
Agartha, podéis volver al blog cuando lo hayáis hecho: hay spoilers
del argumento y no os la quiero arruinar. 🤗 Dicho
esto, ¡vamos allá!
De
camino al inframundo
Orfeo y Eurídice, de Rubens (1636-1638) |
No es la
primera vez que os hablo de Orfeo y Eurídice. Ya lo hice el año pasado, en la
entrada que le dediqué a La ventana de Orfeo, de Riyoko Ikeda. Si
queréis leer una versión más extensa del mito, con fragmentos de autores
clásicos traducidos, podéis hacerlo aquí. Ahora voy a contaros un resumen por
si es la primera vez que visitáis el blog o queréis refrescar la memoria.
Orfeo,
músico y poeta tracio de habilidades excepcionales —era capaz, incluso, de
amansar a las fieras más terribles con su lira—, contrajo matrimonio con una
dríade de la que estaba profundamente enamorado: Eurídice. Parecía que el
futuro les reservaba la felicidad absoluta, pero en realidad no fue así. El
mismo día del enlace, Eurídice fue perseguida por Aristeo, un pastor y cazador
que la deseaba, y, mientras huía, sufrió la picadura de una serpiente muy
venenosa. Nadie pudo hacer nada para salvarla.
La muerte de Orfeo, de Émile Levy (1866) |
Sin
embargo, para Orfeo rendirse no era una opción, por lo que decidió emprender un
viaje hacia el inframundo y recuperar a Eurídice. En su camino, se encontró con
decenas de peligros que logró sortear con ayuda de su música; incluso
apaciguó al fiero Cerbero, el perro que guardaba el infierno, y detuvo las
torturas de los condenados en el Tártaro. Hades y Perséfone no fueron una
excepción: también ellos se sintieron conmovidos y accedieron a devolverle a la
muchacha. Sin embargo, Orfeo tenía que cumplir una condición: no debía mirar a
Eurídice hasta que salieran a la superficie. La muchacha caminaría detrás de
él.
La
historia no tiene un final feliz —salvo en las Metamorfosis de Ovidio, en
las que el poeta se permite imaginar un reencuentro en el más allá—. Orfeo,
abrumado por las dudas, fue incapaz de aguantar: se volvió a mirar a Eurídice y
la ninfa tuvo que volver al inframundo. A partir de entonces, el músico vivió
sumido en la tristeza más profunda hasta su muerte: fueron unas bacantes
tracias las que lo mataron, despedazándolo. Las razones difieren según la
versión del mito que consultemos.
Cuando
Izanagi descendió a las tinieblas
Izanami e Izanagi, de Kobayashi Eitaku (ca. 1885) |
En Viaje
a Agartha, como os he comentado ya, no solo hay elementos procedentes de la
historia de Orfeo y Eurídice, sino también de un mito japonés que tenemos
recogido en el Kojiki: el viaje del dios Izanagi a Yomi, el País de las
Tinieblas, en busca de su esposa Izanami. Ambos son deidades niponas
primigenias, de las primeras que surgieron, y se encargaron, entre otras cosas,
de crear el archipiélago de Japón y al linaje de la familia imperial.
Izanami
murió tras dar a luz al dios del fuego. Su esposo, no obstante, no se rindió y,
al igual que Orfeo, decidió ir al País de las Tinieblas en su busca. Cuando
llegó, Izanami le abrió las puertas del palacio que allí se alzaba y le dijo
que no podía salir de Yomi, ya que había probado la comida del País de las
Tinieblas y eso la ataba a aquel sombrío lugar. De todas formas, decidió consultar
a los dioses del inframundo al respecto, así que le indicó a Izanagi que
esperara y que no la mirase hasta su regreso. A diferencia del mito de Orfeo y
Eurídice, aquí no son los soberanos del inframundo quienes establecen sus
condiciones, sino la mujer que va a ser rescatada.
Izanagi
fue paciente, pero su esposa tardaba demasiado en volver. Al final, no pudo
resistir la tentación de seguirla y rompió su promesa: se adentró en el palacio
de Yomi y vio a Izanami…, que se estaba pudriendo. De su cuerpo salían gusanos.
Tan horrible fue la visión que el dios salió despavorido, lo que enfureció a
Izanami, quien se sintió despreciada. Así, ordenó a las sikome —similares
a las furias de la cultura grecolatina— que fueran tras él. Aunque Izanagi
intentó librarse de ellas en varias ocasiones, las sikome no cejaron en
su empeño, y tampoco las Ocho Deidades de los Truenos y los Mil Quinientos
Guerreros del País de las Tinieblas, a los que Izanami azuzó para que lo
persiguieran.
Página de un facsímil del Kojiki |
Cuando
Izanagi alcanzó el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos, se
percató de que todavía no se había librado de sus perseguidores. La solución
fue lanzarles tres melocotones, fruta que se utilizaba ya en China para alejar
a los malos espíritus, y entonces las criaturas de las tinieblas se rindieron.
Pero no Izanami. Para evitar que la diosa lo alcanzara, Izanagi selló la
entrada al País de las Tinieblas con una roca que únicamente podía mover la
fuerza de mil hombres. Como venganza, Izanami juró que segaría la vida de mil
personas cada día. Izanagi, por su parte, afirmó que construiría mil quinientas
cabañas de parto diarias para contrarrestar el mal que su esposa imponía a los
seres humanos. Y así termina la historia: con un enfrentamiento. Nada que ver
con la pena de Orfeo cuando regresó a la superficie sin su esposa.
El dolor
por la ausencia
Como
hemos visto, en Viaje a Agartha confluyen muchas influencias distintas:
no solo la mitología grecolatina y la cultura japonesa, también el mundo del
hinduismo con el carro volador shakuna vimana, las teorías esotéricas
sobre la Tierra hueca… Todo ello le sirve a Makoto Shinkai para construir una
historia sobre lo difícil que resulta lidiar con la ausencia de esos seres
queridos que ya no están.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
La
historia empieza cuando Asuna capta una extraña melodía a través de su radio. A
partir de entonces, su vida cambia por completo. Cierto día, se encuentra con
una criatura de pesadilla de la que la salva un chico, Shun, que procede de un
mundo llamado Agartha. Poco después, la gente lo encuentra muerto y Asuna, en
compañía del profesor Morisaki, decide emprender un viaje a la tierra de la que
procedía Shun para traerlo de vuelta, pues, según se dice, en Agartha se
cumplen todos los deseos.
En Viaje
a Agartha nos encontramos con un doble Orfeo, un doble Izanagi. Por un
lado, está Asuna, que decide partir para encontrarse con Shun; por otro, el
profesor Morisaki, cuya esposa murió hace tiempo. Ambos han perdido a alguien
importante y ansían recuperarlo, aunque de una manera distinta. El viaje de
ambos personajes es muy diferente y también lo que están dispuestos a
sacrificar para conseguir su objetivo.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
El
periplo, igual que el del músico tracio, no es fácil. Son muchos los obstáculos
a los que los protagonistas deben hacer frente, desde la organización Arcángel —a
la que Morisaki, en principio, pertenece, pero que no duda en abandonar para
conseguir sus propios objetivos— hasta las espantosas criaturas que aguardan en
Agartha. La primera está formada por un grupo de personas que buscan el
conocimiento sobre el inframundo para guiar a la humanidad por el camino
correcto. En cuanto a las segundas, los seres que más problemas les causan a
Asuna y Morisaki son los izoku, criaturas de la sombra que devoran a
quienes encuentran en su camino. Los protagonistas no tienen música como la de
Orfeo para hacerles frente, pero sí su propia fuerza interior y la ayuda de
otros personajes, como Shin, el hermano de Shun, que acude varias veces en su
rescate. Al igual que Cerbero y los demás peligros que Orfeo tuvo que afrontar,
pueden ser superados. Por otra parte, su persecución constante recuerda en cierto modo a la de las sikome en el mito de Izanagi, solo que los izoku
hostigan a Asuna y Morisaki cuando viajan hacia Finis Terra, la puerta entre el
mundo de los vivos y el de los muertos, y no cuando regresan hacia la
superficie. Por otro lado, no forman parte de la venganza de ningún dios: son
un mecanismo más que regula la vida y la muerte en Agartha, un mundo intermedio
entre la Tierra y el más allá.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
En este
sentido, también destacan los soldados de Amaurot, uno de los pueblos de
Agartha, que persiguen a Morisaki y Asuna para que les devuelvan la clavis, un
instrumento que permite abrir las puertas a su mundo y también acceder a Finis
Terra. Al igual que las sikome, persiguen a los protagonistas por unos
actos que, según su criterio —el de Izanami en el mito japonés—, están mal: viajar
hacia el mundo de los muertos para traerlos de vuelta en el caso de la
película, abandonar el inframundo por miedo en lo que respecta a la historia de
Izanagi y su esposa. Al igual que con los izoku, la persecución tiene
lugar en sentido contrario, cuando los protagonistas están en medio del viaje
de ida y no cuando regresan, pero se pueden encontrar ciertas similitudes.
Otro
elemento común que tienen los mitos y la película es la intervención de los
dioses, si bien su papel en Viaje a Agartha se asemeja más al de Hades y
Perséfone. Cuando Morisaki llega por fin a Finis Terra, le pide un deseo a un
dios de aspecto bastante peculiar: su cuerpo está completamente cubierto por
ojos que vigilan los alrededores —no pude evitar pensar en Argos, el gigante de
la mitología griega, que vigiló a Ío, una de las amantes de Zeus, con sus cien
ojos—. Es él quien se lo concede y quien le impone también unas condiciones,
similares, en cierta manera, a las que tiene que aceptar Orfeo en el mito griego
original. Por una parte, para que su esposa regrese necesita un cuerpo que le
sirva de recipiente; por otra, Morisaki paga un precio: su vista. Mientras su
mujer vuelve a la vida, él se queda ciego. No es la misma «ceguera» a la que se
vio sometido Orfeo —al fin y al cabo, él no tuvo que sacrificar sus ojos;
simplemente, no debía mirar a Eurídice—, pero al profesor también se le impide
ver a su amada.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
¿Y qué decir de los diferentes lagos y mares que Asuna y Morisaki deben atravesar durante su periplo? Primero, el Mar Intersticial, una suerte de laguna en la que se hunden para llegar a Agartha; después, otro lago y un río, por los que navegan en una barca para llegar, por fin, a su destino: Finis Terra. En cierto sentido, esas partes de la película me recordaron a Caronte, el barquero del inframundo que conducía a las almas de los muertos al Hades cruzando el Aqueronte, uno de los ríos del infierno.
Entender
la muerte: un nuevo Orfeo
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
Makoto
Shinkai tampoco le concede un final feliz a su Orfeo, Morisaki. Pese al deseo
de traer de vuelta a su mujer, sus sueños se frustran: el recipiente que
necesita es la propia Asuna, su única compañía durante el viaje, pero Shin
impide el proceso de «resurrección». Y es que, al fin y al cabo, lo importante
son los vivos. Son ellos los que deben tener una oportunidad, no quienes se han
marchado definitivamente. Por supuesto, Morisaki intenta que sus planes salgan
adelante, aunque no lo consigue. Así termina su descenso a los infiernos: como
sucedía en el mito clásico original, Orfeo pierde a Eurídice para siempre.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
Sin
embargo, hay una diferencia. Mientras que el músico tracio se sumía en una
tristeza increíblemente profunda que lo condujo a su muerte, Morisaki no. Llora
su pérdida, por supuesto, pero termina asumiéndola. En la película no se nos
muestra mucho más sobre él, pero parece que se queda en Agartha para empezar de
nuevo. Y, de esa forma, Makoto Shinkai nos transmite un mensaje sobre la
pérdida y el duelo: es inevitable sentir pena por nuestros muertos, pero hay
que seguir adelante.
El otro
Orfeo de Shinkai, de hecho, se da cuenta antes de que ese es el camino. Asuna descendió
a Agartha porque se sentía sola —recordemos que perdió a Shun, tan especial
para ella, y también a su padre cuando todavía era una niña—, pero durante su
viaje encontró a nuevos compañeros que consiguieron aliviar un poco esa
soledad. Por otro lado, en la superficie la espera su madre, y también un
futuro prometedor. Aún le quedan muchas cosas que hacer, que vivir, y el duelo
no puede convertirse en su rémora.
© Makoto Shinkai 2011/CMMMY - EDV982 |
Así, Makoto Shinkai nos presenta a un Orfeo diferente que no se queda en su lamento, sino que acepta y sigue adelante de una forma u otra. Es un Orfeo lleno de esperanza que, incluso, puede encontrar una nueva felicidad.
Con
esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Viaje a Agartha
es una película preciosa, tanto por su argumento como por el mimo con el que
está animada. Tenía muchas ganas de hablar de ella. Dicho esto, os espero
dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! 😊
Bibliografía
Como
siempre, os dejo por aquí una lista de las referencias que he utilizado para
escribir la entrada, por si tenéis interés. 😊 Recordad que podéis pinchar en las imágenes
para acceder a su fuente. Los fotogramas de la película proceden de la página web de CoMix Wave Films.
Rubio, Carlos & Tani Moratalla, Rumi
(trads.) (20183). Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón,
Madrid: Trotta (primera ed., 2008).
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