Las
sirenas han sido, desde siempre, una de mis criaturas mitológicas favoritas, así
que me moría de ganas de hablar de ellas en el blog. Pero no había llegado el
momento, aún no. Sin embargo, estas últimas semanas los planes que tenía para Afrodita
L se han trastocado un poco —al final, la entrada sobre manga y mundo
clásico que había pensado se quedará para septiembre, probablemente— y, cuando tuve
que decidir qué publicar este mes en el blog, opté por ellas. No tuve que pensarlo
mucho: fue uno de esos pálpitos que tengo en los momentos en los que no sé muy
bien sobre qué escribir. Y aquí están. 😊 De nuevo, me sumerjo en el universo
futurista de Ulises 31 para ver cómo se adapta el famoso episodio de las
sirenas en esta aventura espacial. Antes de empezar, os hago la advertencia de
siempre: hay spoilers del capítulo, así que, si tenéis intención de verlo, podéis deteneros aquí y volver cuando lo hayáis hecho.
Sin más dilación, ¡vamos allá! 🤗
Una voz
tan cautivadora como mortal
Las
sirenas son, probablemente, una de las criaturas marinas más célebres de la
mitología grecolatina: los cantos con los que atraían a los marineros, la ruina
a la que los arrastraban... Eso sí, lo primero que debemos tener en cuenta es que
no fue hasta finales de la Antigüedad cuando empezaron a representarse con cola
de pez, imagen con la que se las identifica en la época romana tardía y el
medievo: antes tenían parte de ave y parte de mujer. Su linaje es objeto de
dudas; hay bastantes autores que hablan sobre sus progenitores. Por lo general,
en los textos suele haber bastante acuerdo sobre la identidad de su padre, el
dios río Aqueloo. El problema es su madre. Por ejemplo, Apolonio de Rodas, en
sus Argonáuticas —poema en el que narra el viaje de los argonautas en
busca del vellocino de oro—, nos dice que se trataba de Terpsícore, musa de la
danza y la poesía que la acompañaba:
τὰς μὲν ἄρ᾽ εὐειδὴς Ἀχελωίῳ εὐνηθεῖσα
γείνατο Τερψιχόρη, Μουσέων μία:
(A.R. Argonautica, IV, 895-896)
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A
estas las engendró, unida en el lecho con Aqueloo, la hermosa Terpsícore, una
de las musas.
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Y
Apolodoro, en su Biblioteca, la identifica con Melpómene, otra de las
nueve musas, concretamente la de la tragedia. Este autor, asimismo, les da
nombre a las sirenas e indica a qué se dedicaba cada una:
αἱ δὲ Σειρῆνες ἦσαν Ἀχελῴου καὶ Μελπομένης μιᾶς τῶν Μουσῶν θυγατέρες,
Πεισινόη Ἀγλαόπη Θελξιέπεια. τούτων ἡ
μὲν ἐκιθάριζεν, ἡ δὲ ᾖδεν, ἡ δὲ ηὔλει, καὶ διὰ τούτων ἔπειθον καταμένειν τοὺς παραπλέοντας.
(Apollod. Bibliotheca, Epit., 18-19)
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Las
sirenas eran hijas de Aqueloo y Melpómene, una de las musas: Pisínoe, Agláope
y Telxiepía. De ellas una tocaba la cítara, otra cantaba y otra tocaba la
flauta, y mediante su música convencían a los navegantes para que se quedaran.
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Por
supuesto, hay más versiones, ¡pero creo que con estos fragmentos podéis haceros
una idea! Por cierto, su número también varía según los textos, así como los
nombres: Apolodoro es tan solo uno de los que menciona estos datos.
Tampoco
están de acuerdo los autores en por qué llegaron a convertirse en seres mitad
ave y mitad mujer. Ovidio propone, en sus Metamorfosis, la siguiente
historia: en un principio, las sirenas eran las acompañantes de Perséfone —Proserpina
para los romanos—, hija de Deméter, diosa del campo y la agricultura. Cuando
Hades raptó a la muchacha para llevársela al inframundo y convertirla en su
esposa, las sirenas no pudieron impedirlo y suplicaron a las divinidades que
les concedieran un nuevo aspecto para recorrer el mundo y dar con su compañera.
Ahora bien, la transformación no supuso una pérdida total de su humanidad:
conservaron su rostro de muchachas y esa voz que más tarde encandilaría a cientos
de marineros.
vobis, Acheloides,
unde
pluma pedesque
avium, cum virginis ora [geratis?
an quia, cum legeret
vernos Proserpina [flores,
in comitum numero,
doctae Sirenes, [eratis?
Quam postquam toto frustra quaesistis in [orbe,
protinus, ut vestram sentirent aequora [curam,
posse super fluctus
alarum insistere remis
optastis, facilesque
deos habuistis et artus
vidistis vestros
subitis flavescere pennis.
Ne tamen ille canor
mulcendas natus ad [aures
tantaque dos oris
linguae deperderet usum,
virginei vultus et vox humana remansit.
(Ov. Met. V, 552-563)
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Y
vosotras, Aqueloides, ¿por qué tenéis plumas y patas de ave con rostro de
doncella? ¿Acaso porque, cuando Proserpina recogía flores primaverales,
estabais entre sus acompañantes, doctas sirenas? Después de buscarla en vano
por todo el mundo sin deteneros, para que el mar sintiera vuestra inquietud,
deseasteis poder apoyaros sobre las olas con los remos de vuestras alas, y
los dioses estuvieron dispuestos y visteis cómo vuestros miembros se volvían
dorados con repentinas plumas. Sin embargo, para que aquel canto nacido para
acariciar los oídos y el impresionante don de vuestra boca no perdiera por
completo la práctica del lenguaje, permanecieron el rostro de doncella y la
voz humana.
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Encontramos
la misma versión en las Argonáuticas: Ovidio transmite la que cuenta Apolonio de Rodas. Sin embargo, de acuerdo con Higinio, este cambio no fue
fruto del deseo de las sirenas, sino de la ira de Deméter, que las castigó por
haber descuidado a la pobre Perséfone —ya sabéis que quienes hacían enfadar a
los dioses, aunque fuera de manera inconsciente, no acababan bien—.
En lo
que todos los autores coinciden es, por supuesto, en su canto seductor, tan
poderoso, con el que arrastraban a los navegantes a su perdición: la isla donde
vivían estaba llena de los huesos de aquellos que se habían dejado hechizar, a
quienes las criaturas habían devorado. Su voz tenía tanto poder que, de
hecho, una de las etimologías que se proponen para su nombre tiene que ver con σειρά,
‘seirá’, que en griego significa «cuerda» o «atadura». Al fin y al cabo, la
melodía que salía de sus labios era como una cadena para los desdichados que la
escuchaban: los atrapaba y ya no los dejaba ir.
Y eso es
precisamente lo que sucede en los episodios mitológicos que protagonizan las
sirenas. El más célebre de ellos es, probablemente, el pasaje de la Odisea
en el que Ulises y sus compañeros tienen que pasar cerca de su isla. Después de
que el héroe griego descendiera a las puertas del inframundo para pedirle
consejo al adivino Tiresias sobre su viaje, decidió emprender de nuevo la
travesía y abandonar la morada de la hechicera Circe, donde había permanecido
bastante tiempo —ya os hablaré de ella en otras entradas—. Ella le advirtió
sobre los diferentes peligros que iba a encontrarse en el camino, entre ellos
las sirenas, de las que dice:
«Σειρῆνας μὲν πρῶτον ἀφίξεαι, αἵ ῥά τε [πάντας
ἀνθρώπους θέλγουσιν, ὅτις σφεας [εἰσαφίκηται.
ὅς τις ἀιδρείῃ πελάσῃ καὶ φθόγγον ἀκούσῃ
Σειρήνων,
τῷ δ᾽ οὔ τι γυνὴ καὶ νήπια τέκνα
οἴκαδε νοστήσαντι παρίσταται
οὐδὲ [γάνυνται,
ἀλλά τε Σειρῆνες λιγυρῇ θέλγουσιν ἀοιδῇ
ἥμεναι ἐν λειμῶνι, πολὺς δ᾽ ἀμφ᾽ ὀστεόφιν [θὶς
ἀνδρῶν πυθομένων, περὶ δὲ ῥινοὶ μινύθουσι.
ἀλλὰ παρεξελάαν, ἐπὶ δ᾽ οὔατ᾽ ἀλεῖψαι [ἑταίρων
κηρὸν δεψήσας μελιηδέα, μή τις
ἀκούσῃ
τῶν ἄλλων: ἀτὰρ αὐτὸς ἀκουέμεν αἴ κ᾽ [ἐθέλῃσθα,
δησάντων
σ᾽ ἐν νηὶ θοῇ χεῖράς τε πόδας τε
ὀρθὸν ἐν ἱστοπέδῃ, ἐκ δ᾽ αὐτοῦ πείρατ᾽ [ἀνήφθω,
ὄφρα κε τερπόμενος ὄπ᾽ ἀκούσῃς Σειρήνοιιν.
εἰ δέ κε λίσσηαι ἑτάρους λῦσαί τε κελεύῃς,
οἱ δέ σ᾽ ἔτι πλεόνεσσι τότ᾽ ἐν δεσμοῖσι [διδέντων».
(Od.
XII, 39-54)
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«Primero
llegarás a las sirenas, que hechizan a todos los hombres que se acercan a
ellas. A quien, imprudente, se aproxima y escucha su voz, de regreso a casa
ya no lo rodearán su esposa ni sus hijos, aún en la niñez, ni lo alegrarán,
sino que las sirenas lo hechizan con su sonoro canto, sentadas en el prado,
con un numeroso montón de huesos de hombres que se pudren en torno a ellas; a
su alrededor, las pieles se consumen. Pero tú pasa de largo y tapa los oídos
de tus compañeros con blanda cera tras amasarla para que ninguno de ellos las
escuche: solo tú lo harás si quieres, después de que te aten las manos y los
pies en la veloz nave, erguido en el mástil; que las cuerdas estén atadas a
este para que, deleitándote, escuches a las sirenas. Y, si suplicas y ordenas
a tus compañeros que te liberen, que estos te aten todavía con más cuerdas».
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Ulises,
por supuesto, obedeció. Sus compañeros, siguiendo sus órdenes, se taparon los
oídos con cera y lo ataron al mástil, tal y como les había pedido. Así, el
héroe pudo escuchar la voz de las sirenas, que intentaron «encadenarlo» con su
canto. Lo tentaron con el conocimiento:
«δεῦρ᾽
ἄγ᾽
ἰών, πολύαιν᾽ Ὀδυσεῦ,
μέγα [κῦδος Ἀχαιῶν,
νῆα κατάστησον, ἵνα νωιτέρην ὄπ ἀκούσῃς.
οὐ γάρ πώ τις τῇδε παρήλασε νηὶ μελαίνῃ,
πρίν
γ᾽ ἡμέων μελίγηρυν ἀπὸ στομάτων ὄπ᾽ [ἀκοῦσαι,
ἀλλ᾽ ὅ γε τερψάμενος νεῖται καὶ πλείονα [εἰδώς.
ἴδμεν γάρ τοι πάνθ᾽ ὅσ᾽ ἐνὶ Τροίῃ εὐρείῃ
Ἀργεῖοι Τρῶές τε θεῶν ἰότητι μόγησαν,
ἴδμεν δ᾽, ὅσσα γένηται ἐπὶ χθονὶ [πουλυβοτείρῃ».
(Od.
XII, 184-191)
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«Ven
aquí, célebre Ulises, ilustre gloria de los aqueos; conduce aquí tu nave para
escuchar nuestra voz. Pues nadie ha pasado en su negra nave sin escuchar la
dulce voz que sale de nuestra boca, sino que se va después de deleitarse y conocer
muchas cosas. Pues sabemos todo cuanto en la anchurosa Troya sufrieron los
argivos y los troyanos por voluntad de los dioses; sabemos cuanto sucede en
la tierra fecunda».
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Pero
Ulises y los suyos no fueron los únicos que tuvieron que enfrentarse a estas
criaturas. También los argonautas fueron víctimas de sus encantos en su viaje
de vuelta desde la Cólquide, donde se habían hecho con el vellocino de oro. Sin
embargo, ellos no contaban con los consejos de Circe: esta vez fue uno de los
suyos, Orfeo —del que ya os he hablado aquí y aquí—, quien los salvó del
peligro. Su música era capaz casi de cualquier cosa y logró imponerse a la de
las sirenas, como nos cuenta Apolonio de Rodas:
νῆα δ᾽ ἐυκραὴς ἄνεμος φέρεν. αἶψα δὲ [νῆσον
καλήν, Ἀνθεμόεσσαν ἐσέδρακον,
ἔνθα [λίγειαι
Σειρῆνες σίνοντ᾽ Ἀχελωίδες ἡδείῃσιν
θέλγουσαι μολπῇσιν, ὅτις παρὰ πεῖσμα [βάλοιτο.
[…]
αἰεὶ δ᾽ εὐόρμου δεδοκημέναι ἐκ περιωπῆς
ἦ θαμὰ δὴ πολέων μελιηδέα νόστον ἕλοντο,
τηκεδόνι φθινύθουσαι: ἀπηλεγέως δ᾽ ἄρα [καὶ τοῖς
ἵεσαν ἐκ στομάτων ὄπα λείριον. οἱ δ᾽ ἀπὸ [νηὸς
ἤδη πείσματ᾽ ἔμελλον ἐπ᾽ ἠιόνεσσι [βαλέσθαι,
εἰ μὴ ἄρ᾽ Οἰάγροιο πάις
Θρηίκιος Ὀρφεὺς
Βιστονίην ἐνὶ χερσὶν ἑαῖς φόρμιγγα
[τανύσσας
κραιπνὸν ἐυτροχάλοιο μέλος
κανάχησεν [ἀοιδῆς,
ὄφρ᾽ ἄμυδις κλονέοντος ἐπιβρομέωνται [ἀκουαὶ
κρεγμῷ: παρθενικὴν δ᾽ ἐνοπὴν ἐβιήσατο [φόρμιγξ.
(Apollod. Bibliotheca, Epit., 18-19)
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Un
suave viento llevaba la nave. Al punto divisaron la hermosa isla de
Antenóesa, donde las hijas de Aqueloo, las melodiosas sirenas, hechizan con
sus dulces cantos para su ruina a quien por allí echa sus amarras. […] Siempre
vigilando en lugares apropiados para el desembarco, con frecuencia han
arrebatado el dulce regreso a muchos, consumiéndolos de extenuación. Sin
miramientos, también para ellos derramaron de su boca una voz de lirio. Estos
desde la nave ya tenían intención de echar amarras en la orilla cuando el
hijo de Eagro, el tracio Orfeo, tendiendo la lira Bistonia en sus manos, hizo
resonar la impetuosa melodía de su raudo canto para que sus oídos resonaran a
la vez con el estruendo de sus cuerdas. La lira venció a la voz virginal.
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De entre
los héroes que iban en la nave Argo, solo uno se dejó seducir: Butes. No obstante, la diosa del amor,
Afrodita, consiguió salvarlo de las sirenas y las aguas del mar. Un final más o
menos feliz, aunque a los argonautas todavía les quedaban algunos retos que
superar.
La
música que arruina, la música que salva
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© DiC Entertainment y Tokyo Movie Shinsha (TMS), 1981 |
Por supuesto,
en Ulises 31 no podía faltar el famoso episodio de la Odisea, así
que este Ulises futurista, junto con Telémaco, Nono y Thais, debe hacer frente
a unas sirenas espaciales que pretenden hacerles daño. Y este capítulo me resulta curioso porque me parece que, de alguna forma, se mezclan los dos viajes
de los que os he hablado en el apartado anterior: el del astuto héroe griego y
el de los argonautas. No sé si era la intención de los guionistas o no, pero,
desde luego, el capítulo tiene puntos en común con ambas historias.
Antes de
comentaros por qué, como siempre, voy a poneros en situación. Cierto día, Thais,
la niña alienígena que acompaña a Ulises, tiene un extraño sueño en el que se
encuentra en un mundo lejano, con el peligro acechándola, y debe abrir un
arca con ayuda de una flauta cuya melodía se le queda en el recuerdo. Telémaco
no quiere darle importancia hasta que Sylca, el ordenador inteligente del Odysseus, detecta un cuerpo extraño cerca de la nave. Se trata de un arca en cuyo
interior hay un traje de astronauta y un mapa electrónico que parece conducir
hacia un magnífico tesoro: la carta de navegación del Olimpo, un artefacto que
a Ulises le vendría estupendamente para encontrar el camino de regreso a la
Tierra. Dicha carta se encuentra en el planeta Sirena, que está en su
trayectoria, de modo que los tripulantes del Odysseus deciden ir hasta allí en
su busca. Eso sí, deben tener cuidado porque lo custodian unas peligrosas
criaturas, las mismas que le dan nombre al planeta.
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© DiC Entertainment y Tokyo Movie Shinsha (TMS), 1981 |
Cuando
aterrizan allí las cosas no salen como habían planeado, y no precisamente por
las sirenas: unos bandidos los están esperando para capturarlos. Ellos también
ansían la carta de navegación, pero no desean encontrarse con las sirenas, cuyo
dulce canto atrae, como en la mitología, a todo aquel que lo escuche.
Utilizando a Telémaco y Thais como rehenes, obligan a Ulises y a Nono a partir
en busca del tesoro, así que ambos tienen que atravesar el océano para llegar a
la morada de las criaturas. Durante la travesía, como no podía ser de otro
modo, escuchan su canto, que los seduce sin remedio: inquieto, Ulises le pide a
Nono que lo ate al mástil de su barco y desconecta el sistema auditivo del
robot para que también esté a salvo. Sin embargo, gracias a su fuerza logra
romper las cuerdas que lo atan y se lanza al agua sin que Nono pueda hacer
nada para detenerlo. Mientras, Thais y Telémaco logran escapar de sus captores
y parten siguiendo a Ulises. Antes de nada se tapan las orejas con unas
canicas que los salvan de las sirenas.
A partir
de entonces, los acontecimientos se desarrollan como en el sueño de Thais:
navegando, llegan a unas rejas que logran abrir gracias a la flauta de la
niña y acceden a la guarida de las sirenas, a quienes consiguen mantener a
raya con la melodía que Thais escuchó. Rescatan a Ulises y se hacen con la
carta de navegación, aunque una lengua de metal gigantesca los ataca. La música
es de nuevo su salvación. Cuando por fin salen de allí, regresan a donde los
bandidos y les ofrecen un cofre que supone su perdición: en su interior, se
encuentra atrapada la lengua de metal, que escapa, ataca a los piratas y les
roba la energía vital. Esa es, en realidad, la verdadera forma de las sirenas:
son un metal vivo que paraliza a la gente y la transforma en una especie de
estatua.
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© DiC Entertainment y Tokyo Movie Shinsha (TMS), 1981 |
Una vez
superadas las dificultades, Ulises y los demás se disponen a partir… pero la
carta de navegación, de repente, comienza a arder y se desintegra. Su periplo continúa,
aunque no de la mejor manera: aún han de arreglárselas para escapar del Olimpo
y los dioses.
De
nuevo, vemos que en Ulises 31 se modifican varios elementos del mito
original y se incluyen otros para hacer la aventura todavía más emocionante si
cabe. Comencemos hablando de las sirenas, que en este episodio tienen también
una apariencia muy relacionada con el mar, alejada de las criaturas mitad ave
que intentaron seducir al verdadero Ulises: se trata de mujeres cuya parte
inferior, esta vez, parece ser de pulpo o de medusa. Pero también se presentan
como esa lengua bífida de metal de la que os he hablado antes. En este sentido,
me parece que así se refuerza esa dualidad que ya veíamos en la Antigüedad: la
hermosura de su canto —y tal vez de sus rostros— contrasta con su carácter de
monstruo, y uno bastante peligroso además. No son lo que parecen en un
principio. Eso sí, al igual que en las historias originales, buscan acabar con
quienes se dirigen a su planeta. Para ello, los atraen primero con las arcas que
envían al espacio y, más tarde, con sus voces. La «cadena», en este caso, es
doble: de esa forma, las sirenas se aseguran de que la víctima vaya aparecer. El
arca actúa, en cierto modo, como esas promesas que le ofrecían a Ulises en la Odisea:
si el viajero va a su planeta, conseguirá un increíble tesoro. El canto les
sirve para rematar la faena; no es lo primero que utilizan para atraer y
seducir.
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© DiC Entertainment y Tokyo Movie Shinsha (TMS), 1981 |
De todas
formas, coinciden con las sirenas de la Antigüedad en que acaban con sus
víctimas, aunque de una manera diferente: no las devoran exactamente, sino que
absorben su energía vital. Esta manera de hacerlo, y también su apariencia
verdadera, me recuerda, en cierto modo, a Medusa: la lengua bífida podría ser
la de las serpientes de su cabello y, además, los marineros que sucumben a los
encantos de las sirenas terminan convertidos en una especie de estatuas
metálicas. Mueren, sí, pero es su figura, y no sus huesos, lo que adorna la
morada de las criaturas.
Por otra
parte, como comentaba al principio, me da la impresión de que en el capítulo se
fusionan el viaje de Ulises y el de los Argonautas, aunque con ciertas
diferencias. La primera de ellas es que el planeta Sirena no constituye un
lugar de paso, sino una verdadera parada en un viaje más largo. De hecho, las
criaturas consiguen encandilarlos con la promesa de la carta de navegación: las
primeras cadenas funcionan. Asimismo, ninguno de los tripulantes del Odysseus
es plenamente consciente del peligro que suponen las sirenas hasta que los
bandidos les ofrecen una explicación. El que Ulises opte por atarse al mástil y
Thais y Telémaco se taponen los oídos no es fruto de un consejo anterior a la
aventura, sino una medida de supervivencia cuando ya se encuentran inmersos en
unas circunstancias complicadas. De hecho, lo que al Ulises de Homero le funcionó
al de la serie no: las sirenas terminan atrapándolo porque las ataduras del
héroe no son lo suficientemente fuertes. En este sentido, me parece que, de
nuevo, no se quiere destacar el ingenio que caracterizó al personaje en la
Antigüedad —y que, como hemos visto en otros artículos, no siempre estaba bien
visto—. Al fin y al cabo, es humano, corre peligro y, si no fuera por Telémaco
y Thais, habría muerto.
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© DiC Entertainment y Tokyo Movie Shinsha (TMS), 1981 |
Es
precisamente la niña alienígena la que asume el papel de otro héroe de la
mitología clásica: Orfeo. Al final, al igual que en el caso de los argonautas,
es la música la que consigue vencer a las sirenas: la melodía de la flauta de
Thais. No solo le permite superar todos los obstáculos que se encuentran en el
camino, sino también rescatar a Ulises y conseguir la carta de navegación. La
música de las sirenas destruye, la de Thais salva. Y, como sucede en el caso de
Orfeo, capaz de amansar a cualquier criatura, puede derrotar a sus enemigos,
por poderosos que sean.
Creo que
las modificaciones que se han hecho sobre la historia original se deben a
varios motivos —además de obedecer, de nuevo, a esa mezcla de elementos que se
aprecia en muchas manifestaciones de la cultura popular en general y del
manganime en particular—. Por una parte, añadir a los bandidos y darles a las
sirenas más herramientas para que atrapen a sus víctimas hace más emocionante
el episodio, lo transforma en una aventura más compleja, con sus muchos
obstáculos que superar. Las criaturas marinas no son simplemente un peligro
pasajero. Además, el hecho de que Telémaco y, sobre todo, Thais cobren
relevancia en el capítulo contribuye a humanizar todavía más a Ulises. Es un héroe valiente
y diestro con las armas, pero en ocasiones los obstáculos pueden con él. Si no
contara con ayuda, no habría podido escapar del planeta Sirena.
Con
esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! Dentro de un
tiempo volveré a Ulises 31 para seguir explorando la forma en que se
adaptan la mitología grecolatina y la Odisea e esta aventura espacial.
Dicho esto, os espero dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta
entonces!
Bibliografía
Como
siempre, os dejo aquí una lista de las referencias que he utilizado para escribir
la entrada. 😊
García Gual, Carlos (2003). Diccionario
de mitos. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores.
Grimal, Pierre
(1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco
Payarols), Barcelona: Paidós.