Hace ya
mucho tiempo que quería hablar de Bestiarius, publicado en español por Milky Way Ediciones, en el blog. Y no solo
porque Masasumi Kakizaki decidiera ambientar esta historia de fantasía y
aventuras en la antigua Roma: sin este manga, no habría Afrodita L.
Cuando estaba pensando en el tema para mi trabajo de fin de grado, fue uno de
los títulos que me ayudaron a decidirme y despertaron mi interés por el
tratamiento que recibía la Antigüedad clásica en la cultura popular del país
del sol naciente. De hecho, cuando tuve mi primera reunión con mi tutor para
hablarle sobre lo que había pensado, el primer tomo de Bestiarius vino
conmigo, junto con Unico y Thermae Romae. ¡Así que ha llegado el
momento de hacerle un hueco en el blog! Y no será el último: hay muchos temas
sobre los que hablar, desde los propios gladiadores y su mundo hasta la figura
del emperador Domiciano.
Ahora,
sin embargo, no voy a centrarme en estos asuntos. La entrada de hoy tiene que
ver, de nuevo, con la mitología. En el mundo en el que transcurre Bestiarius,
una Roma reimaginada, los humanos conviven con criaturas fantásticas de todo
tipo, procedentes de diferentes culturas y mitologías. Por supuesto, no podían
faltar algunos de los monstruos y bestias más importantes de la cultura
grecolatina, y entre ellos se encuentra la protagonista del post de hoy:
la quimera, un terrible enemigo que pondrá en aprietos a los protagonistas de
Kakizaki, el bestiarius Finn, un gladiador especializado en la lucha
contra seres de leyenda, y Durandal, el guiverno que lo cría y lo entrena hasta
convertirlo en el valiente hombre que es. Puesto que la quimera aparece cuando
ya el manga está avanzado, como siempre, os hago una advertencia: va a
haber spoilers de la trama, así que, si no habéis leído Bestiarius
y tenéis ganas de hacerlo, deteneos aquí, que no quiero destriparos nada. 😊 Dicho
esto, ¡vamos allá!
Tres
animales, una bestia
Como os
comentaba al principio, hoy voy a hablaros de la quimera, uno de los monstruos
más terribles de la mitología grecolatina. Y no es para menos, tanto por su
aspecto como por su linaje. En la Teogonía, Hesíodo nos cuenta que sus
padres fueron Tifón y Equidna o la hidra de Lerna —las palabras que emplea en
el pasaje son un poco ambiguas y pueden hacer referencia a cualquiera de las
dos—. También nos describe su apariencia, que seguro que os suena:
ἣ
δὲ Χίμαιραν
ἔτικτε πνέουσαν ἀμαιμάκετον [πῦρ,
δεινήν
τε μεγάλην τε ποδώκεά τε κρατερήν [τε:
τῆς δ᾽ ἦν τρεῖς κεφαλαί: μία μὲν χαροποῖο [λέοντος,
ἣ δὲ χιμαίρης, ἣ δ᾽ ὄφιος, κρατεροῖο
[δράκοντος.
(Hes. Th. 319-324).
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Esta [la hidra / Equidna]
parió a la quimera, que exhalaba un fuego implacable; era terrible, enorme,
ágil y violenta. Tenía tres cabezas: una de un león de brillante mirada, otra
de cabra, otra de serpiente, de violento dragón.
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Lo que
dice no suena demasiado bien, ¿verdad? Si bien es cierto que Hesíodo no nos da
detalles sobre las atrocidades que cometía el monstruo, nos las podemos
imaginar. Apolodoro, en su Biblioteca, sí nos cuenta brevemente algunas
de las desgracias que ocurrían por su culpa, justo después de describir la
forma de la bestia:
καὶ τὴν χώραν διέφθειρε, καὶ τὰ βοσκήματα ἐλυμαίνετο: μία γὰρ φύσις τριῶν θηρίων εἶχε δύναμιν.
(Apollod. Bibliotheca, II, 3).
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Devastaba la región y causaba daños al
ganado, pues se trataba de una única criatura que tenía la fuerza de tres
bestias.
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Como
veis, es normal que tuviera a la gente aterrorizada. Sin embargo, como suele
pasar en la mitología clásica con este tipo de criaturas, surgió un héroe capaz
de derrotarla y, de esa forma, le devolvió la paz al pueblo. En este caso, el
encargado de acabar con la bestia fue Belerofonte, un muchacho perteneciente a
la realeza de Corinto, hijo de Poseidón. Las circunstancias que lo llevaron a
encargarse de una tarea tan peligrosa no fueron las mejores, a decir verdad:
mató accidentalmente a un hombre —muchas de las versiones apuntan a su hermano,
Delíades, pero en otras se registran nombres diferentes—, por lo que tuvo que
marcharse de su hogar. Para purificar el crimen, acudió a la casa del rey
Preto, en Tirinto. Sin embargo, al muchacho aún le esperaban desgracias.
Concretamente, las derivadas de un amor no correspondido: la esposa de Preto,
Estenebea, se encaprichó del joven, quien hizo oídos sordos a sus
proposiciones. Por supuesto, la mujer quiso vengarse, y para ello urdió
mentiras y engaños.
Βελλεροφόντης
δὲ ὁ Γλαύκου τοῦ Σισύφου, κτείνας ἀκουσίως ἀδελφὸν Δηλιάδην, ὡς δέ τινές φασι Πειρῆνα, ἄλλοι δὲ Ἀλκιμένην, πρὸς Προῖτον ἐλθὼν καθαίρεται. καὶ αὐτοῦ Σθενέβοια ἔρωτα ἴσχει, καὶ προσπέμπει λόγους περὶ συνουσίας. τοῦ δὲ ἀπαρνουμένου, λέγει πρὸς Προῖτον ὅτι Βελλεροφόντης αὐτῇ περὶ φθορᾶς προσεπέμψατο λόγους. Προῖτος δὲ πιστεύσας ἔδωκεν ἐπιστολὰς αὐτῷ πρὸς Ἰοβάτην κομίσαι, ἐν αἷς ἐνεγέγραπτο Βελλεροφόντην ἀποκτεῖναι.
(Apollod. Bibliotheca,
II, 3).
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Belerofonte,
hijo de Glauco, hijo de Sísifo, tras matar sin querer a su hermano Delíades
—al que algunos llamaban Pirén y otros, Alcímenes—, cuando llegó a casa de
Preto fue purificado. Pero Estenebea se enamoró de él y le hizo llegar una
proposición para tener trato íntimo con él. Como este se negó, le dijo a
Preto que Belerofonte le había hecho proposiciones deshonrosas. Preto, al
creérselo, le dio una carta para que se la llevara a Yóbates en la que había
escrito que este matara a Belerofonte.
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Por suerte
para Belerofonte, Yóbates, el suegro de Preto y monarca de Licia, no quiso
matarlo. Al menos, no directamente, ya que se trataba de su huésped y acabar
con su vida podría traerle desgracias. Pero había una buenísima forma de
librarse del muchacho sin mancharse las manos de sangre: enviarlo a una misión
suicida. Y por eso le ordenó que matase a la quimera, que, como hemos visto
antes, causaba muchos problemas en la región. Yóbates estaba seguro de que
Belerofonte no saldría victorioso —al fin y al cabo, no era fácil derrotar a la
bestia, y mucho menos si uno se enfrentaba a ella completamente solo—. No
contaba con que el joven recibiría la ayuda de una criatura muy especial:
Pegaso.
ἀναβιβάσας οὖν ἑαυτὸν ὁ Βελλεροφόντης ἐπὶ τὸν Πήγασον,
ὃν εἶχεν ἵππον ἐκ Μεδούσης πτηνὸν γεγεννημένον καὶ Ποσειδῶνος, ἀρθεὶς εἰς ὕψος ἀπὸ τούτου κατετόξευσε τὴν Χίμαιραν.
(Apollod. Bibliotheca, II, 3).
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Así pues, Belerofonte, después de montar
sobre Pegaso —que era un caballo alado nacido de la unión entre Medusa y Poseidón—,
elevándose hacia las alturas, desde allí asaeteó a la quimera.
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Os
podéis imaginar cómo se quedó Yóbates cuando Belerofonte regresó sano y salvo,
¡y habiendo matado al monstruo! Después de aquello, el rey le impuso más
pruebas, con la esperanza de que muriese en el transcurso de alguna. Incluso
maquinó una emboscada —ya como último recurso—, sin saber que Belerofonte
acabaría con todos los atacantes. Finalmente, Yóbates se rindió y, admirado
tanto por su linaje divino como por su capacidad para superar todos los retos
que se le ponían por delante, lo casó con su hija y lo convirtió en su
heredero.
La
muerte de Belerofonte no fue tan gloriosa, eso sí. Y es que, como muchos otros
personajes de la mitología, cayó en esa falta que los griegos llamaban ὕβρις,
‘hýbris’, ese intento arrogante de los seres humanos por superar los límites
impuestos por la divinidad. Según muchas versiones —aunque algunas difieren en
ciertos detalles de la historia—, el muchacho quiso elevarse hacia el Olimpo a
lomos de Pegaso para, de esa forma, alcanzar la morada de los dioses. A Zeus,
por supuesto, no le hizo ninguna gracia, así que consiguió que el caballo alado
se encabritara y tirara a su jinete, quien murió al estrellarse contra el
suelo. Pegaso, después, fue convertido en una constelación.
El arma
más temible del Imperio romano
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
Como
comentaba al principio, son muchas las criaturas fantásticas que aparecen en Bestiarius:
minotauros, mantícoras, licántropos, elfos… Masasumi Kakizaki propone una
mezcla interesante para dar forma a su Imperio romano, que se erige como un
enemigo casi imposible de batir. Y digo casi porque Finn, Durandal y sus
compañeros no se rinden, sin importar los reveses que el destino tenga
preparados para ellos. Realmente, esa es la principal función de los elementos
de la Antigüedad clásica que toma Kakizaki como base para su historia:
convertirse en un obstáculo prácticamente insuperable. ¿Qué mejor forma de
resaltar la heroicidad de sus personajes que enfrentarlos a un rival de este
tipo? El Imperio romano es perfecto para ello —algo similar sucedía en Gigantomachia,
de Kentaro Miura, del que os hablé aquí—. Pero no solo eso: también algunas de
las bestias más terroríficas de la mitología funcionan a la perfección como
adversarios. Es aquí donde entra la quimera, que Kakizaki utiliza en los dos
últimos tomos de la serie para darle más emoción al argumento y poner sobre el
papel combates épicos. Recordad que hay spoilers —¡os lo
repito por si os habéis saltado la introducción!—.
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
Antes de
referirme a cómo usa nuestro mangaka a la quimera, voy a poneros
en situación por si no os acordáis con detalle del argumento. En el tomo 6 de
la obra, Finn, Durandal y sus compañeros han puesto al Imperio romano contra
las cuerdas. Los soldados cada vez tienen más problemas para acabar con la
resistencia del Pueblo Libre, y el propio emperador Domiciano —que no se
caracteriza por ser el hombre más valiente del mundo— está desquiciado. Por eso
su esposa, Domicia, decide tomar cartas en el asunto: va en busca de Ciro, un
semielfo oscuro que tuvo como fruto de un desliz con un subhumano. Domicia se
avergüenza de él, por supuesto, pero no duda en utilizarlo como arma. Al fin y
al cabo, Ciro es cruel, despiadado y muy buen guerrero. Le ofrece un ejército
para terminar con Finn y Durandal, pero el semielfo lo masacra para que la
emperatriz le permita acudir a la única criatura que podría hacerle frente al
Pueblo Libre: la quimera Longinus, que lo crio cuando Domicia quiso deshacerse
de él. Fue la bestia la que le enseñó a luchar y lo convirtió en el ser
desalmado que es. De esa forma, Longinus se vuelve una de las principales bazas
del imperio: terrible, implacable, dirige varias ofensivas contra Finn y los
suyos, y devasta los territorios de Britania, donde se esconden, al igual que
hacía su homónima en la mitología grecolatina.
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
Kakizaki
opta por una quimera que se asemeja bastante a la original en su apariencia
física: vemos la parte de león, la de cabra y la de serpiente o dragón, aunque
le añade también una cabeza de águila y alas, tal vez para hacerla aún más
terrible. De esa forma, puede atacar también desde el cielo y lanzar sus llamas
a la tierra; en estos momentos, el Pueblo Libre, formado por humanos y subhumanos
que conviven, apenas puede defenderse. Pero presenta también varias diferencias
con respecto a su modelo original. Para empezar, no se trata de una criatura
única: podemos intuir que hubo otras quimeras, ya que se dice que Longinus es
la última. Por otra parte, aparece «humanizada» en cierto modo: es capaz de
hablar, cría a Ciro como si de su hijo se tratara —aunque, por supuesto, no le
dé el cariño de un padre y después pretenda utilizarlo como un instrumento para
conseguir poder— y tiene objetivos más propios de un ser humano que de una
bestia irracional —fundamentalmente, hacerse con el imperio—. En mi opinión,
esta transformación que sufre la criatura se debe a que, así, encaja mejor en
el argumento de la historia: al fin y al cabo, «ayuda» a Domicia no porque esté
realmente bajo sus órdenes ni porque sus soldados la controlen, sino porque
ansía gobernar. Kakizaki añade un elemento más a las conspiraciones e intrigas
que se gestan en el seno del palacio imperial. Y, además, es uno bastante
interesante.
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
La otra
razón por la que creo que la quimera está humanizada —aunque solo aparezca en ella la peor parte de nuestra esencia— es porque, así, se puede
poner sobre el papel una vez más que humanos y subhumanos no son tan
diferentes, aunque el imperio considere inferiores a los segundos. La propia
Domicia lo manifiesta cuando, en una de las reuniones que tiene con el
emperador, sus consejeros y sus generales, propone utilizar a Longinus para
acabar con Finn y los demás y, después, librarse de la criatura: es una simple
bestia. Sin embargo, no podría estar más equivocada. ¿Es Longinus peor que un
imperio que masacra a la gente, esclaviza y se divierte cuando humanos y
subhumanos se matan mutuamente en la arena del Coliseo? ¿O peor que Domicia,
que abandonó a Ciro a su suerte, con idea de que la quimera iba a comérselo,
para enterrar un secreto que podría haberle supuesto un escándalo? Longinus es
un monstruo, sí, pero Domicia, el emperador y su círculo también. Tanto en
humanos como en subhumanos puede encontrarse lo mejor y lo peor: solo se
diferencian por su aspecto físico, por su raza, no por cómo sienten o se
comportan.
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
Por
suerte para el Pueblo Libre, al igual que sucedía en la mitología clásica, hay
un héroe dispuesto a acabar con la amenaza de la quimera. Más bien, un hombre y
un ser alado —aunque físicamente no tenga nada que ver con Pegaso—: Finn y
Durandal, el guiverno. Antes de ellos, quien lo intenta es Ciro, después de que
Finn le abra los ojos, le descubra que hay cosas mucho más gratificantes que el
odio y la rabia y Longinus decida acabar con su «hijo» por lo que considera una
traición. El semielfo no sobrevive, aunque, de alguna forma, se redime por todo
el mal que ha causado.
Pero
vuelvo a Finn y Durandal. Cuando el primero escapa de Roma gracias a Ciro y
regresa con los suyos, enseguida se ve obligado a prepararse para una batalla
decisiva. Por supuesto, el imperio no está dispuesto a permitir que el Pueblo
Libre se salga con la suya, así que envía a sus legiones, bajo el mando de
Longinus, para que destruyan su base en Hebden, Britania, y les arrebaten la
vida a todos sus habitantes. Conviene aplastar a todos los rebeldes para mayor
gloria de Roma y su emperador.
Sin
embargo, Finn y Durandal han demostrado con creces que son unos héroes. Sus
hazañas son incontables y han llegado a oídos de mucha gente a lo largo y ancho
del imperio. El Pueblo Libre los mira con esperanza; por eso, muchos de sus
compañeros se sacrifican para salvarlos: los necesitan vivos. ¿Quién mejor que
ellos para acabar con la quimera, el arma más poderosa de sus enemigos? En
principio, es el guiverno el que decide luchar con ella mientras Finn se ocupa
de los soldados romanos, pero al final, igual que en el mito de Belerofonte, se
necesitan el uno al otro. Colaboran. Y terminan con la bestia desde el aire,
solo que de una manera un poco diferente a la del mito: mientras Durandal
entretiene a Longinus, Finn salta sobre la bestia y le clava su espada. Esta
nueva gesta no hace sino engrandecer la figura de los protagonistas de
Kakizaki. Belerofonte fue en busca de la quimera porque Yóbates pensó que así
moriría, pero esa y otras heroicidades hicieron que el rey lo admirara. En el
caso de Finn y Durandal, hay una inversión en este sentido: matar a Longinus no
es una manera de impresionar a sus compañeros o a quienes apenas los conocen,
sino la culminación de su leyenda. Por supuesto, sus motivos también son
distintos: Belerofonte cree que va a acabar con una amenaza para los griegos; Finn
y Durandal, además de eso, quieren demostrar cómo es un verdadero vínculo entre
padre e hijo, tan alejado de la relación que tenían Longinus y Ciro.
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© Masasumi Kakizaki 2013 |
En mi
opinión, como acabo de comentaros, hay ciertos paralelismos entre Belerofonte y
Pegaso, Finn y Durandal. Sin embargo, cada uno de ellos sigue su propio camino
y tiene un papel en su historia, de ahí las diferencias que existen entre
ellos, entre Bestiarius y el mito original. De lo que no hay duda es de
que Kakizaki sabe cómo emocionarnos con las heroicidades de sus personajes, que
parecen luchar contra un enemigo invencible y, pese a todo, nunca se rinden.
Con
esto, termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! En el futuro,
volveré a Bestiarius para comentar más cosas sobre el manga; como os
decía al principio, aún hay mucho que analizar. Dicho esto, os espero dentro de
unos días con una nueva reseña. ¡Hasta entonces! Y gracias por leer. 😊
Bibliografía
Como
siempre, os dejo por aquí una lista de referencias que he utilizado para
escribir la entrada. 😊
Grimal, Pierre
(1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco
Payarols), Barcelona: Paidós.