La
mitología grecolatina está llena de personajes que sufren las más terribles
desgracias por diferentes razones. Os he hablado de muchos de ellos en el blog.
Orestes y su familia. Edipo, el famoso vencedor de la esfinge. Orfeo y su viaje al Hades en busca de su querida Eurídice. Narciso, esclavo de su belleza.
Algunos de ellos se buscaron su destino fatal; a otros, simplemente, las
circunstancias los llevaron por un camino lleno de tristeza y desolación. Ni
siquiera los dioses se libraron del sufrimiento: baste, como ejemplo, la historia de Apolo y Dafne.
La
entrada de hoy trata sobre dos de esos personajes desdichados: Dédalo y su hijo
Ícaro, que se atrevieron a surcar los cielos en un intento de huir de su
cárcel. Su historia es una de las muchas que Hideo Azuma recopiló en los
capítulos de Olympus no Pollon, un manga en el que la hija del dios
Apolo, Pollon, vive las aventuras más disparatadas en su camino para
convertirse en una verdadera divinidad. Ella, al igual que muchos de los
personajes de la mitología clásica, comete errores y se ve obligada a aprender,
pero siempre lo hace de mano del humor. Eso es, precisamente, lo que sucede
también en la historia de Ícaro: Azuma nos ofrece su propia versión, pasada por
el filtro de la cultura japonesa y de una visión más amable y divertida. Hoy
quiero hablaros de esa adaptación que hace el autor del mito original. Antes de
empezar, os dejo aquí y aquí las otras entradas que le he dedicado a Olympus
no Pollon, por si no las habéis leído y sentís interés. 😊
Ahora
sí, ¡vamos a hablar de Dédalo e Ícaro! Como siempre, una advertencia: hay spoilers
del capítulo, así que, si no habéis leído Olympus no Pollon y
tenéis intención de hacerlo, podéis volver a este artículo más adelante. 🤗
El chico
que se acercó demasiado al sol
Para
hablar de Ícaro, tenemos que remontarnos a la Creta del minotauro.
Concretamente, a la que quedó después de que el héroe Teseo viajara hasta allí
y, con la ayuda de Ariadna, la hija del rey Minos, derrotara a la bestia y
lograra escapar del laberinto en el que la habían encerrado. Fue Dédalo, el
padre de Ícaro, quien construyó aquel lugar lleno de recovecos donde encontrar
la salida era tarea imposible… al menos, si uno no contaba con un ovillo que le
señalara el camino de vuelta. Así lo menciona, por ejemplo, Ovidio en sus Metamorfosis:
Daedalus ingenio fabrae celeberrimus
artis
ponit opus turbatque notas et lumina
flexu
ducit
in errorem variarum ambage viarum.
(Ov. Met. VIII,
159-161).
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Dédalo, famosísimo por el ingenio de sus
artes arquitectónicas, erige la obra, hace confusas las señales e induce a
error a los ojos con las intrincadas curvas de sus varios caminos.
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Como os
podréis imaginar, el rey de Creta, Minos, no estaba nada contento con lo
sucedido. Su rabia se dirigió contra el pobre Dédalo, que terminó recluido en
su propia creación. No estaba solo: su hijo lo acompañaba. El problema es que
ellos tampoco sabían cómo salir. Por suerte, Dédalo no estaba falto de ingenio
e ideó un plan: si no podían escapar por medios convencionales, lo harían
volando. En este fragmento de Ovidio, vemos su rabia y su desesperación por la
actitud del rey que lo había acogido entre los suyos después de que el artífice
tuviera que exiliarse de su Atenas natal, ya que había matado a su discípulo a
causa de los celos que sentía hacia él:
Daedalus interea Creten longumque [perosus
exsilium tactusque loci natalis amore
clausus erat pelago. «Terras licet»
inquit «et [undas
obstruat: at caelum certe patet; ibimus
illac.
Omnia possideat, non possidet aera
Minos».
(Ov. Met. VIII,
183-187).
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Entretanto, Dédalo, que odiaba Creta y
su largo exilio, herido por amor al lugar donde nació, estaba encerrado por
el mar. «Puede cercar la tierra y las olas, pero sin duda el cielo está
abierto; iremos por allí», dijo. «Puede que lo posea todo, pero Minos no
posee el aire».
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Dédalo cogió
algunas plumas, las unió y se las pegó a ambos con cera en los hombros y la
espalda, haciendo gala de ese ingenio por el que era tan conocido en la
Antigüedad:
Dixit
et ignotas animum dimittit in artes
naturamque
novat. Nam ponit in ordine [pennas,
a minima coeptas, longam breviore [sequenti,
ut clivo crevisse putes. […]
Tum lino medias et ceris adligat imas,
atque ita compositas parvo curvamine [flectit,
ut veras imitetur aves.
(Ov. Met. VIII,
188-195).
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Así habla y dirige su ánimo hacia artes
desconocidas, y cambia la naturaleza. Coloca en orden unas plumas, empezando
por la más pequeña, siguiendo una más corta a una más larga, de modo que
pensarías que han crecido en pendiente. […] Entonces, las sujeta por en medio
con lino y con cera por la base, y, así dispuestas, las dobla en una ligera
curvatura para que imiten a las verdaderas aves.
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De todas
formas, ni el artífice ni su hijo podían dejarse llevar por la emoción. Aunque
estaban más cerca de la libertad, tenían que ser cautos, así que Dédalo le hizo
a Ícaro una advertencia: debía tener cuidado al volar; no tenía que hacerlo muy
alto ni muy bajo. Solo de esa forma podía garantizar que las alas se
mantuviesen intactas hasta que llegasen a su destino. Así se ve en el siguiente
pasaje de las Metamorfosis. Me parece especialmente emocionante la parte
final, en la que Ovidio nos muestra el dolor y la preocupación de un padre que
va a poner en riesgo la vida de su hijo y que, de alguna forma, intuye su
terrible final:
Instruit et natum «medio» que «ut limite
[curras,
Icare», ait, «moneo, ne, si demissior
ibis,
unda gravet pennas, si celsior, ignis
adurat.
Inter utrumque vola. Nec te spectare [Booten
aut Helicen iubeo strictumque Orionis [ensem:
me duce carpe viam». Pariter praecepta [volandi
tradit et ignotas umeris accommodat
alas.
Inter opus monitusque genae maduere [seniles,
et patriae tremuere manus. Dedit oscula [nato
non iterum repetenda suo, pennisque [levatus
ante volat comitique timet, velut ales,
ab alto
quae teneram prolem produxit in aera
nido,
hortaturque sequi damnosasque erudit
[artes.
(Ov. Met. VIII, 203-215).
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Instruye a su hijo y le dice: «Ícaro, te
aconsejo que vueles por la senda de en medio para que, si vas más bajo, el
mar no haga pesadas tus alas y, si vas más alto, el fuego no las queme. Vuela
entre uno y otro. Y te ordeno que no mires al Boyero o a la Hélice, ni a la
espada que empuña Orión. Siguiéndome, toma el camino». A la vez le transmite
las normas para volar y le ajusta las alas, desconocidas para sus hombros.
Entre esta tarea y los consejos, se humedecieron sus ancianas mejillas, le
temblaron sus manos de padre. Le dio besos a su hijo que no volvería a
repetir y, elevándose con sus alas, vuela delante y teme por su compañero,
como el ave que hace salir a su tierna prole del nido hacia el aire, la
exhorta a seguirla y le enseña un arte dañino para ella.
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Como
podéis imaginar, Ícaro pecó de algo que, si sois habituales del blog o estáis
familiarizados con la cultura grecolatina, conoceréis bien: hýbris. El
deseo de trascender los límites impuestos por la divinidad. Como sabéis, estos
excesos se castigan, y el pobre muchacho no fue una excepción. Cuando Ícaro y
su padre alzaron el vuelo, el joven se dejó arrastrar por el entusiasmo y
desatendió los consejos del sabio Dédalo. Sus alas lo llevaron muy cerca del
sol… y, como consecuencia, el calor derritió la cera. Ícaro sintió entonces que
se precipitaba al vacío. Cayó a un mar que después tomó su nombre, Icario, y
murió ahogado en sus aguas.
Por
supuesto, hay otras versiones del mito, aunque no tan famosas. Algunos autores
sostienen que Ícaro y Dédalo no volaron con esas alas que el ingenioso artífice
había fabricado, sino que se marcharon de Creta en sendas naves. Ícaro, que no
era muy ducho en cuestiones náuticas, naufragó. Según otros, se ahogó cuando
llegó a tierra al saltar con torpeza. Lo que está claro es que, muchas veces,
el terreno del mito es incierto, pantanoso.
En la
Antigüedad, la desgracia de Dédalo e Ícaro sirvió como relato edificante.
Horacio, por ejemplo, lo utiliza así en algunas de sus odas, como la número 3
del libro I, que le dedica a su amigo el poeta Virgilio cuando este viaja a
Grecia. El autor primero se dirige a las divinidades que protegen a los
navegantes y, después, pone algunos ejemplos de seres humanos que se saltaron
esos límites establecidos por los dioses. Y es que ¿qué mejor ejemplo para
defender la mesura frente a los excesos que el de Ícaro?
expertus
vacuum Daedalus aera
pennis
non homini datis;
perrupit
Acheronta Herculeus labor.
nil
mortalibus ardui est:
caelum
ipsum petimus stultitia neque
per
nostrum patimur scelus
iracunda
Iovem ponere fulmina.
(Hor. C. I, 3)
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Puso a prueba Dédalo el vacío del aire
con alas no otorgadas al hombre, irrumpió en el Aqueronte el esfuerzo de
Hércules. Nada es arduo para los mortales: al mismo cielo intentamos llegar
en nuestra necedad y con nuestros crímenes no permitimos que Júpiter deje sus
iracundos rayos.
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La
carrera hacia los cielos
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© Hideo Azuma 2005 |
Como os
adelantaba al principio, Hideo Azuma modifica varios aspectos del mito original
teniendo en cuenta el carácter de su obra y el público al que va dirigida. Se
trata de un manga amable, divertido, lleno de humor, por lo que hay que
suavizar los aspectos más escabrosos de las historias. En el caso de Ícaro, el
punto de partida y el final no son exactamente los mismos.
En Olympus
no Pollon, Dédalo no existe. No hay laberinto, no hay minotauro y, por
tanto, no hay condena en una cárcel aparentemente sin salida. Tampoco están,
por supuesto, los detalles de la vida del artífice antes de su llegada a Creta:
el asesinato de su pupilo, el destierro… El único protagonista es Ícaro, que
aquí se nos presenta como un muchacho entusiasta y soñador cuyo anhelo más
profundo es volar como los pájaros que surcan los cielos.
Y ahí
entran Pollon y su amigo Eros, el dios del amor. Cierto día, se encuentran al
muchacho saltando de los árboles en un intento de alzar el vuelo. Aquí ya
comienzan las notas de humor que Hideo Azuma introduce en todos los capítulos:
por supuesto, Ícaro no consigue nada con este plan tan descabellado, salvo
darse un golpe en el rostro que lo convierte en un apuesto muchacho. Sus pruebas
le conceden belleza, pero ni aun así el joven está satisfecho: lo único que le
importa es su deseo más profundo. Aquí también hay un cambio con respecto al
mito. Es Ícaro el que quiere las alas, no son una manera de escapar de un destino
terrible.
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© Hideo Azuma 2005 |
¿Es este
deseo desmesurado? No. De hecho, los propios dioses ayudan a Ícaro a cumplirlo.
Pollon acude a ver a Hefesto junto con su padre, Apolo, a quien el dios herrero
tiene que arreglarle el carro con el que traslada el sol a lo largo del día. El
carácter de artífice ingenioso que tenía en la Antigüedad se mantiene aquí, lo
que lo hace un sustituto perfecto para Dédalo, y son muchos los inventos que
idea para que Ícaro vuele: pequeños helicópteros, platillos volantes, cohetes…
Aunque nada funciona. Como vemos, todos los aparatos son modernos, y le sirven
a Hideo Azuma para conectar la mitología grecolatina con nuestro presente o
introducir elementos propios de la ciencia ficción. En sus viñetas, mezcla
muchos elementos: la cultura japonesa y la occidental, la Antigüedad clásica,
los tiempos actuales y un futuro imaginado. Al final, quienes llegan a la
conclusión de que lo mejor es fabricar unas alas como las de los pájaros son
Ícaro y Pollon, que empiezan a volar juntos.
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© Hideo Azuma 2005 |
Ahora
bien, ¿qué sucede con el joven? ¿Cómo se vincula su final con el del mito
clásico? También mediante el orgullo, aunque es diferente en el manga de Azuma.
Si el Ícaro de la historia original se dejaba llevar por su entusiasmo —y eso
lo condenó—, en las viñetas, sin embargo, hay otro factor determinante: Pollon.
La pequeña diosa despierta la envidia de Ícaro, que se considera el único con
derecho a volar. El cielo es suyo. Su vanidad lo lleva, primero, a romper las
alas de su compañera para que caiga al mar; luego, a acercarse demasiado al sol…
y, como en el mito, a precipitarse al mar. Aquí, de nuevo, Azuma hace gala de
su humor: el astro no derrite la cera de sus alas, sino que se las arranca de
un mordisco, airado por la actitud del joven. Por supuesto, no muere ahogado,
pero sí aprende una valiosa lección: su soberbia lo lleva a perder su sueño. Al
igual que en la Antigüedad clásica, su historia tiene un sentido didáctico.
Como
vemos, son varios los elementos del mito original que se mantienen: el orgullo
de Ícaro —aunque tenga una base diferente—, la caída al mar, la enseñanza final…
No obstante, Azuma lo reinterpreta con sus propios objetivos creativos y su
visión personal al respecto.
Con esto
termino la entrada de hoy. 😊 ¡Espero que os haya gustado! En el futuro,
volveré a Olympus no Pollon, que aún hay mucho que decir sobre este
manga. Por mi parte, os espero dentro de unos días con una nueva reseña. ¡Hasta
entonces! Y gracias por leer. 🤗
Bibliografía
Como es
habitual, os dejo una lista de las referencias que he utilizado para escribir
mi entrada, por si las queréis consultar. 😊
Grimal, Pierre
(1981). Diccionario de mitología griega y romana (trad. de Francisco
Payarols), Barcelona: Paidós.